Lupita López perdió una oreja al fallar con la espada; Elizabeth Moreno, sin sitio ni plan
Al festejo acudió de incógnita la actriz Iazúa Larios, protagonista de la película Espiral
Lunes 21 de septiembre de 2009, p. a46
Brillante, un cárdeno salpicado, cornivuelto, con 382 kilos de peso y oriundo de la dehesa hidalguense de Salvador Rojas, fue el triunfador de la décima función de la temporada chica 2009, cuando después de morir tras la insistente pero equívoca petición de algunos sentimentales que pedían su indulto, dio vuelta al ruedo cosechando palmas mientras lo arrastraban ya occiso los percherones que han sustituido a las mulitas.
Era el último de la tarde y le correspondió a la joven gitana Vanesa Montoya, nacida hace 22 años aquí, pero avecindada en Sevilla donde, como sobrina de Gitanillo de Triana y descendiente de Joaquín Rodríguez Cagancho, optó por hacerse torera. Sin expresión con el percal y ajena al arte de clavar banderillas, esperó la llegada del tercer tercio para coger la muleta y reunirse con Brillante. Nadie apostaba nada por lo que iba a pasar, pero a las primeras de cambio el novillo rompió y comenzó a embestir como un bombón, emotivamente, por la derecha, y por la izquierda.
Vanesa, que ante su primer enemigo había estado seca, cortando las series al tercer muletazo, como se acostumbra en España, debió haber oído consejos acerca de que esa forma de torear no gusta aquí, de modo que ante Brillante se estiró templando y ligando hasta seis y siete derechazos por tanda, para después repetir la dosis por naturales, de modo que el público reaccionó al estímulo y le gritó olés nacidos del forro del corazón.
Los sentimentales no advirtieron que, al salir de cada pase, Brillante alzaba la cabeza, lo que no es señal de bravura, pero como el torito repetía que era un gusto comenzaron a pedir el indulto y la gitanita a esperarlo, hasta que de arriba le ordenaron tirarse a matar y esa fue su perdición, porque no sabe ejecutar la suerte suprema y carece de arrestos para volcarse sobre el morrillo.
Ese defecto lo compartió con sus compañeras, la chilanga Elizabeth Moreno, que anduvo toda la tarde en plan de fantasma, y la yucateca Lupita López, que volvió a ser empitonada por sus dos novillos en el mismo sitio del ruedo en donde la prendió, hace dos domingos, el morito de su debut. Sólo que a diferencia de aquella tarde, en que cortó una oreja a fuerza de torear al público más que al cornudo, ayer se embebió en la faena al segundo de su lote, al que le hizo un ceñido quite por gaoneras, y después lo embarcó en largos y lentos derechazos que la gente también le aplaudió con fuerza.
Por desgracia, ni Lupe, ni Elizabeth, ni la gitanita mostraron resolución para hacer la cruz a la hora de clavar el estoque, y sus continuos titubeos prolongaron cada lidia hasta el límite del bostezo, particularmente porque el juez de plaza, Eduardo Delgado, se comportó como juez de plazo, pero de largo plazo, dejando que pinchazos y descabellos se multiplicaran muchos minutos más de los que tolera el reglamento. Si lo hubiese aplicado con rigor, a las tres toreras se les habría ido vivo un novillo per cápita.
Nublada y fría, con llovizna esporádica, la tarde fue más bien tediosa, porque las muchachas no pudieron con ninguno de los tres ejemplares de La Muralla, que protagonizaron la primera mitad del festejo, al que por cierto acudió la joven actriz mexicana radicada en Barcelona, Iazúa Larios, que anda por aquí promoviendo su nueva película, Espiral, acerca de las mujeres que se quedan en Oaxaca cuando sus hombres emigran a Estados Unidos: un trabajo muy interesante, con una fotografía poética, digno de verse a la brevedad, porque ya se sabe que las cintas hechas en este país duran en cartelera menos que un merengue a la puerta de una secundaria.