l concierto Paz sin fronteras, convocado por el cantautor colombiano Juanes y realizado ayer en Cuba con la participación de distintos artistas internacionales –entre los que destacaron el cubano Silvio Rodríguez, el español Luis Eduardo Aute y la puertorriqueña Olga Tañón– reviste importancia histórica por diversos motivos: porque implicó la transmisión, en distintos medios de comunicación del planeta –incluido el sitio de Internet de La Jornada–, de una señal generada en la Plaza de la Revolución de La Habana; porque se emitieron mensajes de unidad en los que se mencionó explícitamente al exilio cubano; porque en ese espacio, reservado casi exclusivamente para actos políticos, se congregaron grandes multitudes humanas en un evento público de signo distinto a los encabezados por el gobierno de la isla, y porque, al contrario de lo que habían vaticinado algunos detractores del régimen revolucionario, el concierto se desarrolló en un ambiente de tolerancia, apertura y espíritu festivo.
Las amenazas de algunos de los grupos más radicales de cubanos residentes en Estados Unidos no lograron doblegar la voluntad del músico colombiano, ni mucho menos mermar la asistencia masiva al recital –los organizadores estiman que más de un millón de personas presenciaron el acto–, y quedaron, en cambio, exhibidas como meros exabruptos.
Adicionalmente, las condiciones en que se desarrollaron las presentaciones referidas y el respaldo logístico otorgado a los organizadores por las autoridades de La Habana terminaron por restañar la imagen internacional del gobierno cubano y colocaron la etiqueta de la intolerancia y la cerrazón del lado de algunos de sus críticos, quienes en semanas recientes intentaron boicotear el concierto, expresaron su inconformidad mediante la destrucción de discos y carteles de Juanes traidores
a los músicos y cantantes que decidieron acompañarlo en el recital.
Por añadidura, la división que surgió entre los cubanos residentes en Miami en torno al concierto ha puesto en evidencia la pérdida de peso político de los sectores más radicales del exilio cubano –aquellos que aspiran a ver derrotado el régimen castrista sin importar si ello conlleva la destrucción de la propia Cuba y de sus habitantes–, que históricamente han constituido uno de los principales respaldos a la política hostil con que Washington se ha conducido hacia la isla durante las cuatro décadas recientes.
En forma insospechada, el concierto desarrollado ayer en la Plaza de la Revolución podría tener repercusiones importantes en Estados Unidos, pues los grupos de exiliados más radicales podrían ver reducidos sus márgenes de maniobra, y la división en el seno de la comunidad cubanoestadunidense respecto del concierto podría prefigurar otra mucho más importante en lo concerniente a las relaciones entre Washington y La Habana: significativamente, ayer mismo el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, señaló que la realización del recital no perjudica
tales relaciones, y si bien insistió que espera que el régimen cubano se aleje de algunas de las prácticas antidemocráticas del pasado
, volvió a hacer manifiesta su voluntad de acercamiento hacia las autoridades de la isla.
Por último, cabe esperar que el concierto Paz sin fronteras, el cual implicó un acercamiento musical y cultural entre Cuba y el resto del mundo, siente un precedente saludable que abra paso al fin del aislamiento político y económico padecido por la isla y sus habitantes en los 40 años recientes: un castigo injusto, inhumano e insostenible.