as crisis destruyen la riqueza de una sociedad. La política económica también y, además, lo puede hacer en forma crónica, con larga duración.
En esta crisis se han perdido producción, consumo e inversión, y se ha ampliado el déficit fiscal. Así, se ha reducido la riqueza y también la capacidad de generarla. Esto se suma al muy largo periodo de lento crecimiento de la economía mexicana.
La riqueza es más que las condiciones del bienestar de la gente, que puede de alguna manera ser medido por su nivel de vida; es decir, cantidad, calidad, precio y oportunidad de los productos y de los servicios de los que se dispone. Esto se expresa en la generación de empleo e ingresos.
La riqueza es más que eso, pues debe reproducirse en el tiempo y extenderse entre una generación y la siguiente. Ese proceso requiere separar parte del consumo que puede hacerse hoy para producir los medios de crear más productos e ingresos derivados de las ganancias de las empresas y los salarios de quienes trabajan.
La parte del producto (o del ingreso) que no se consume se ahorra y sólo de esa parte puede provenir la mayor inversión que es la base de la generación de riqueza a lo largo del tiempo.
La organización social: los mercados, el financiamiento, las acciones que emprende el gobierno, el orden legal, las instituciones, las condiciones de equidad, son todos ellos elementos necesarios para favorecer la creación de la riqueza.
Este año las cifras del desempeño de la economía indican cómo se ha destruido riqueza en México. El producto se ha caído más de 10 por ciento, la inversión más de 8 por ciento, el consumo privado más de 9 por ciento. El ahorro nacional que se puede considerar como el valor del producto menos el valor de consumo, tanto privado como el del gobierno, se ha desplomado más de 11 por ciento. Así, la inversión, que es la formación de capital para la producción futura se ha reducido más de 7 por ciento.
Con menos consumo y menos ahorro la capacidad de producir se contrae y el circuito de generación de ingreso y de riqueza se estrecha. Se compromete no sólo la situación presente sino hacia delante.
Por supuesto que el efecto adverso no es sólo económico sino que tiene fuertes repercusiones sociales, especialmente derivadas del abatimiento del bienestar y de la creciente desigualdad.
En este entorno puede enmarcase la política económica del gobierno contenida en la propuesta de presupuesto federal para 2010. En esencia, las medidas fiscales de dicha propuesta reducen el ingreso, o sea, el consumo y el ahorro y aumentan la deuda del gobierno. Juntos forman una combinación perversa en medio de una fuerte crisis.
No es comprensible que lo que se ofrece sea agravar la tendencia recesiva de la fase recesiva en la que está la economía. Además, a diferencia de las crisis de 1995, ahora no se cuenta con el ahorro que viene de fuera en la forma de préstamos y de inversión directa que permitió una recuperación más o menos pronta como ocurrió entonces. A eso, súmese la caída de la demanda de exportaciones por la crisis en Estados Unidos.
Se sigue pensando que un ajuste de tipo convencional puede funcionar hoy en México y ese es un error muy grande. El castigo sobre las familias y las empresas medianas y pequeñas será muy grande y la hipoteca de futuro muy onerosa.
Aún no se superan los grandes costos que se provocaron la gestión de la crisis de 1995, especialmente el rescate bancario. Todavía se padece el gran costo de la pésima gestión de los excedentes petroleros y la debacle de Pemex. Y ahora habrá que añadir el costo que se intenta provocar con la gestión de esta crisis y las medidas fiscales que se quieren aplicar.
En plena crisis hay que definir algunas prioridades. Sobre todo cuando llevamos 25 años de crisis recurrentes en que se ha pospuesto una reforma fiscal profunda que vuelve a aplazarse. Las prioridades del gobierno parecen confusas, pero no lo son, representan decisiones que marcan su esencia política. El debate tiene dos caras.
Con la propuesta fiscal se va a debilitar la economía aún más. Y será bastante irresponsable intentar con ello buscar una depreciación del peso frente al dólar para, de nuevo, provocar un ajuste mediante la caída del precio de las exportaciones que se acople, aunque sea a una débil recuperación de la demanda externa.
Ese modelo ya no funciona y sobre todo con una nueva reducción de la riqueza. Así se podrá únicamente salvar la cara con una frágil recuperación del producto, ese 3 por ciento que propone el gobierno para 2010. Pero eso será a costa de mantener la debilidad estructural de la economía. Mala receta, como ya se ha comprobado durante un par de decenios.
En Alemania, por ejemplo, el déficit fiscal se estimó desde principios del año en 12.3 por ciento del producto y ahora el gobierno propone bajar los impuestos, pues la prioridad es salir de la crisis.
Los estímulos fiscales en la mayor parte de los países va en esa dirección. Y claro que eso tiene repercusiones productivas y financieras. No hay más que tomar decisiones, para eso son los gobiernos. Y aquí es donde se replantean inevitablemente las relaciones con el sector privado.