La percusionista presentó Caldo de sueños en la Fonoteca Nacional
Contó narraciones míticas y cotidianas al ritmo de utensilios de cocina
Domingo 27 de septiembre de 2009, p. 5
De la cocina no sólo nacen aromas y sabores inigualables. También es acaso el sitio más musical de todo hogar. Allí, entre el picar de verduras o carnes, el hervor de los caldos, el crepitar del aceite, el moler de la licuadora, la voz de la radio en segundo plano y una melodía cantada, tarareada o silbada por quien prepara los alimentos se compone a diario una irrepetible sinfonía, que generalmente pasa desapercibida.
Reparar y disfrutar de esa singular atmósfera es a lo que, en parte, nos invita el espectáculo Caldo de sueños. Música para cocina, que la actriz y percusionista Valentina Ortiz presentó ayer en la Fonoteca Nacional, cuyo patio central se desbordó por los niños y padres de familia que hasta allí llegaron convocados por tan sugerente título.
Fueron 50 minutos en los que la creadora guisó
, en forma de monólogo, una especie de suite de historias que transitaron de lo mítico a situaciones de la vida cotidiana, con el acompañamiento de sui generis instrumentos musicales, como sartenes, ollas de barro, comales, metates, cubiertos, botellas de vino vacías y frascos de vidrio.
Contar recuerdos a los niños
Valentina Ortiz contó y cantó, por ejemplo, cómo Nonantzin, la Madre Tierra, obsequió al hombre y a la mujer la olla de barro, de la que, a su vez, se desprendieron tres regalos más: los frijoles, las brasas del fuego doméstico para poder cocinar y la palabra, que se incrustó directo en el alma de esos seres para hacer canciones y poder contar recuerdos a los niños.
También hubo un poco de picardía, como cuando, acompañada por una especie de timbales hechos con tinas de plástico, la artista relató la historia de un joven carnicero y su novia que, por más que le buscaron, nunca encontraron el lugar adecuado para prodigarse sus escarceos y caricias amorosas.
Ni la sala de la casa de ella, ni el auto de un amigo, ni una calle oscura. En todos fueron descubiertos e interrumpidos. De allí que la intérprete considerara que es un derecho de todo joven tener una cama para dos
.
Lindas y tiernas canciones en náhuatl o español, el ritmo oriental de unas tapas de cacerolas, la batucada con sartenes y maracas hechas con frascos; la musicalidad del agua cayendo, la armonía pétrea del molcajete, el reverberar del silencio, el canto del frijol y el maíz...
En fin, un mágico universo sonoro y musical en el que Valentina Ortiz también hizo un homenaje a su amiga Alcira, quien falleció hace tres semanas, y concluyó con un tributo a la vida mediante la reproducción del festivo ambiente de una comparsa jarocha en pleno carnaval.