n atractivo relato sobre un insólito ceremonial fúnebre en la comunidad judía en México. Cinco días sin Nora, comedia sentimental de Mariana Chenillo, inicia con un evento dramático que rápidamente adquiere tintes de comedia negra: el exitoso suicidio de la respetable señora Nora (Silvia Mariscal), quien desde joven había intentado quitarse la vida, fallando en 14 intentos. Su marido, José Kurtz (Fernando Luján), comprensiblemente harto de tanta frivolidad y neurosis se divorció de ella 20 años atrás, pero por razones poco entendibles se había vuelto su vecino inmediato.
Al recibir la noticia del deceso, don José descubre que Nora dispuso meticulosamente los preparativos de una cena tradicional –la festividad judía llamada Pésaj– a la que convidó al resto de sus familiares, en un intento, opina él, de fastidiarle la vida a todo mundo, como siempre lo hizo mientras estuvo viva.
Quien en realidad parece querer fastidiar a todo mundo es el propio José, anciano malhumorado, agnóstico inconformista, muy alejado de la ortodoxia judía, quien por acelerar los trámites del entierro es capaz incluso de contratar los servicios de un panteón cristiano. Lo que sigue es el intento de los familiares por restablecer la tradición del funeral judío, aun cuando las severas leyes del Talmud prohiban enterrar en suelo bendecido a criminales y suicidas.
La comedia de Chenillo expone con malicia las limitaciones y anacronismos de la ortodoxia religiosa (disputas de José con el rabino Jacowitz), los intereses económicos de los familiares (Rubén –Ari Brickman–, hijo de la difunta, y Bárbara –Cecilia Suárez– su esposa), el contrapunto humorístico de las creencias cristianas en choque con los usos de la tradición judía (la sirvienta Fabiana (Angelina Pelaez) y, finalmente, el perfil cómico de Moisés (un estupendo Enrique Arreola), joven asistente del rabino, convertido tempranamente al judaísmo, celosamente ortodoxo, encargado de rezar día y noche frente a ese cuerpo de Nora en espera de su muy diferido entierro, y refrescado por sucesivas cargas de hielo seco.
Mariana Chenillo maneja con acierto un registro humorístico en definitiva menos cargado de tintas y desbordamientos paródicos que Morirse está en hebreo, la cinta de Alejandro Springall, filmada un año antes. La discreción muy eficaz de Cinco días sin Nora reposa en buena medida en un guión bien equilibrado (escrito por la propia directora) y en un notable conjunto de actuaciones. En un primer tiempo, el enfrentamiento de don José y el timorato Moisés domina el relato (choque generacional y provocaciones ateas al ortodoxo puntilloso); más adelante las irreverencias se centran en los ritos de la festividad judía del pésaj y su explícita prohibición de ingerir alimentos derivados de cereales fermentados (don José se deleita comiendo pizzas con jamón y salami), o en los secretos de la muy honorable abuela Nora, entre los que figuran su propio diario y algún juguete sexual –una escena difícil que Chenillo resuelve con gracia y soltura.
De igual modo, los flashbacks que describen la relación de José y su joven esposa son rápidos y eficaces, como también la insinuación de un secreto conyugal celosamente preservado. Un personaje muy divertido es el de la tía miope Leah (Verónica Langer), quien añade nuevas dosis de malicia al relato. A pesar de todos estos aciertos, la irreverencia lúdica de que hace gala la directora a lo largo de la cinta, termina desarticulándose al encaminarse a un desenlace cargado de mensajes de reconciliación social y afectiva.
Los llamados a la tolerancia y al entendimiento entre diferentes –todo ello en boca de un rabino liberal y comprensivo– son sin duda inobjetables, pero hacen que la primera intención satírica de Chenillo se resuelva en una comedia familiar inofensiva, casi intrascendente. Queda el recuerdo de un grupo de comediantes muy profesionales –con Fernando Luján y Enrique Arreola a la cabeza–, y una comicidad tan bien calibrada que por sí sola representa un giro novedoso en el actual cine mexicano.