Lunes 28 de septiembre de 2009, p. a15
Ginebra, 27 de septiembre. Si Roman Polanski alguna vez filma una película sobre su vida, Suiza le ofrecería el escenario perfecto. El hombre, que domina a la perfección el juego de las escondidas, conoce cada rincón de la localidad Gstaad, a unos mil metros de altura.
En esa localidad suiza se relacionaba regularmente con personas bellas y ricas, según información de testigos. Ahora ha sido detenido en Zurich por un supuesto delito cometido hace 30 años. Y Suiza sería la que –si es demostrada su culpabilidad– habría contribuido, tras muchos años de mirar para otro lado, al triunfo de la justicia.
Siempre tuvo libre acceso
Al igual que durante muchos años nadie reconoció que Suiza daba cobijo a evasores de impuestos, ahora se hacía de la vista gorda con el buscado director de cine, quien siempre tuvo libre acceso y libertad de movimiento en la Confederación Helvética. De acuerdo con los medios, incluso posee una residencia de veraneo en ese país.
Según el derecho internacional, Suiza habría estado obligada a cumplir con la orden de arresto de Estados Unidos, lo que no había sucedido hasta ahora. De acuerdo con la versión oficial, las autoridades dicen que fue ahora cuando por primera vez supieron que el cineasta ingresaría al país y por eso ejecutaron la orden de aprehensión.
En Berna tampoco se descartaba que, en una especie de acto de obediencia adelantada, Suiza trataba de hacer un favor a Estados Unidos, porque la disputa con esa nación por la evasión fiscal, por cuyo peso ha caído ya el hasta ahora sagrado secreto bancario, no ha terminado.
Las autoridades estadunidenses continúan con su amenaza de obligar a Suiza a publicar los nombres de delincuentes fiscales. A lo mejor la detención de Polanski hizo de sacrificio apaciguador. Eso sería propio de la Suiza actual.