ay dos vías: o siguen las izquierdas partidistas mirándose el ombligo y tratando de resolver sus pugnas con medidas orgánicas, distribución de puestos y canonjías, o se impulsan articulaciones entre las izquierdas partidistas y sociales con un amplio segmento de la ciudadanía afectada por las crisis económica, de seguridad pública y de representación política.
No puede soslayarse la importancia de reconstruir al PRD después de los conflictos internos que se han reflejado en una aguda caída electoral. Pero pretender realizarla con medidas orgánicas no llevará más que a reacomodos cosméticos sin resolver los problemas de fondo.
Dos iniciativas de cara a la sociedad generarían mejores condiciones para dirimir de manera civilizada esas disputas y sobre todo para fortalecer a las izquierdas en su conjunto.
Por un lado está la construcción programática. He propuesto como eje articulador lo que he llamado el Estado de la sociedad. Esta propuesta postula la necesidad de intervenciones específicas con un propósito central: disminuir las desigualdades y corregir el funcionamiento de los mercados. El hilo conductor de esas regulaciones debe ser combatir los monopolios y contribuir a generar una mejor y más amplia competencia económica.
Pero el Estado de la sociedad se diferencia del Estado burocrático, que propició la captura de recursos por diversos grupos de interés, porque coloca en el centro de su accionar a la ciudadanía. El Estado de la sociedad promovería amplias formas de participación ciudadana buscando rescatar los espacios públicos que han sido crecientemente privatizados.
Ello lleva a colocar la construcción programática en el terreno de lo que Norberto Bobbio denominó la democracia de los modernos. La lucha contra el abuso del poder desarrollándose en dos frentes: contra el poder desde arriba en nombre del poder desde abajo, y contra el poder concentrado en nombre del poder distribuido.
La lucha contra el abuso del poder desde abajo es la lucha por la transparencia y la fiscalización democrática. Es decir, por la rendición de cuentas. Su consecuencia central es acotar el vicioso círculo de la impunidad de los poderosos. La lucha contra el poder concentrado es la lucha contra los poderes monopólicos, tanto en la economía como en la cultura y en la política. El monopolio de la política ha sido, históricamente, la nodriza que alimenta las concentraciones del poder en los otros ámbitos y de manera relevante en el económico.
Dicho de otra manera, la construcción programática de unas izquierdas que están al mismo tiempo tejiendo su propio futuro, busca centralmente combatir privilegios económicos y políticos.
Por otra parte, la construcción programática tiene que estar inserta en el momento actual por medio de la acción política. Con todas las limitaciones que se le encuentren a la reforma petrolera y a las acciones políticas que la acompañaron, esa combinación entre negociación parlamentaria, elaboración de la propuesta por un grupo de expertos y movilizaciones, es probablemente lo más cercano a establecer ese puente irremplazable entre acción política y construcción discursiva.
Cambiar las reglas del juego, sobre todo si están enraizadas en el privilegio y la inercia, requiere de movilizaciones ciudadanas. Y éstas, sin claros propósitos de reformas institucionales, terminan disipándose en el juego del clientelismo o confrontadas sin salida.
El tiempo apremia. La ausencia de izquierdas enraizadas en la sociedad propicia que los estallidos sociales que empiezan a brotar aquí y allá deriven en fragmentación y retroceso. Aquí está el verdadero reto para las izquierdas.
Enfrente, en las derechas, solo hay gente sonriente a quienes, como señalara Martín Luis Guzmán en La sombra del caudillo, les falta a tal punto el sentido de la ciudadanía, que ni siquiera descubren que es culpa suya.
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