aime Sabines es el poeta de los muchos y de los pocos. Es el poeta celebrado por grandes poetas como Octavio Paz o José Emilio Pacheco, pero también y principalmente por las multitudes, por los de a pie, por los que ignoran lo que es una sinalefa, un pie quebrado o las sextinas de la poética griega.
No pocos han dicho que Sabines es el poeta de la carne, el que escribe más que con el corazón, con las entrañas.
Y tal vez por ese carácter terrenal, tan vivo, tan de adentro, la poesía de Jaime Sabines es un verdadero milagro en la literatura mexicana. Sólo así me explico que la izquierda lectora le haya perdonado a este poeta lo que a muy pocos: una prolongada militancia en el PRI, que además de un lugar en el Senado en pleno 1968 (como ha recordado Hugo Hiriart) incluyó ediciones de sus libros con el sello editorial de ese partido y prólogos de políticos como Emilio Gamboa Patrón y Luis Donaldo Colosio.
Amor, soledad y muerte son quizá los ejes de la poesía de Jaime Sabines. Por lo menos son los temas que están presentes en lo que para muchos críticos es su mejor poema. Algo sobre la muerte del mayor Sabines que además continúa esa larga tradición del poema largo en la literatura mexicana en la que se encuentran Sor Juana Inés de la Cruz, con Primero sueño, José Gorostiza, con Muerte sin fin, y el propio Octavio Paz, con Blanco y Piedra de Sol. Y qué decir de los poemas Yo no lo sé de cierto o Los amorosos, cuyo tema y construcción los ha incluido ya en el repertorio de declamadores callejeros que a cambio de unos pesos desgranan sus versos.
Es un lugar común y una verdad de oro decir que la obra de un poeta es su auténtica biografía. Lo que no es común es poder demostrarlo paso a paso y, mejor aún, documentalmente. Los amorosos es el nombre de uno de los textos más populares del poeta chiapaneco, pero también el título del volumen de correspondencia publicado por Joaquín Mortiz con textos preliminares de Josefa Rodríguez, viuda de Sabines, Bárbara Jacobs y Carlos Monsiváis.
Este libro de correspondencia nos permite comprobar que la obra de un poeta es, en efecto, su mejor biografía. Por eso doña Josefa Rodríguez, Chepita, nos dice que si se animó a publicar las cartas que le enviara el poeta entre 1947 y 1963 fue para permitir a sus lectores comprobar que Jaime el poeta y Jaime el hombre son en realidad la misma persona
. Y no miente: el poeta vive lo que dicen sus versos, son el día a día de sus emociones.
Escribe Bárbara Jacobs que el conjunto de la correspondencia logra crear un suspenso narrativo y Monsiváis que las cartas son testimonio de una vitalidad amorosa que se vincula directamente con el ánimo de los dos primeros notables libros de Sabines, Horal y La señal.
Los amorosos: cartas a Chepita también es la comprobación de que la poesía más que artificio literario es cosa de vida. El escribano de la vida, como Sabines gustaba autonombrarse, encuentra en la vida cotidiana, en la cama de madera, en la estación de ferrocarriles, en la mujer gorda, en el cine, en la música de Bach, en los muertos como el mayor Sabines o la tía Chofi, el palpitar del mundo. Y si en su poesía llama la atención la franqueza y claridad de la voz del poeta (¡A la chingada las lágrimas!, dije, y me puse a llorar
), en su correspondencia escrita hace más de medio siglo franqueza y claridad no dejan de provocar asombro: “yo nunca te he jurado fidelidad sexual; no podría ser; es absurdo; tú misma no lo deseas. El que yo ande con otra no quiere decir que deje de andar contigo. Tú estás más allá de todo esto linda. Sería hacerte pequeña introducirte en estas pequeñeces. Tú no eres ni circunstancia ni accidente –te lo he dicho– tú eres intimidad, esencia”.
Algo debe tener la poesía de Jaime Sabines que sigue tan viva, que la filiación política de su autor que lo llevó a mítines y campañas, y su pasado como vendedor de manta y delantales no ha logrado mellarla. Los amorosos: cartas a Chepita nos cuentan algo sobre la vida del mayor Sabines.