Fuera de lugar
saura, hablo demasiado y creo que te estoy aburriendo.
–Ay, Antonio, ¿por qué lo piensas?
–Por tu forma de mirarme. Recuerda que te conozco muy bien.
–Es natural, después de todo compartimos la misma oficina durante cuatro años.
–Hicimos una buena amistad.
–Y por eso debo ser sincera. Antonio, me preocupas. Llevamos una hora en el café y sólo has hablado de inseguridad, narcocrímenes, explotación infantil, el desempleo en que están miles y miles de hombres y mujeres.
–Discúlpame por ser tan fastidioso.
–Entiéndeme, no me molesta que hayas tocado esos temas, sino que te obsesionen.
–Todos esos horrores que te incomodan son parte de la realidad. No puedo cerrar los ojos y hacerme las ilusiones de que no existen.
–La situación está tremenda, pero en medio del desastre ocurren cosas agradables.
–¿Por ejemplo? –Antonio mira a Isaura con ironía– ¿El triunfo de la selección en Puerto España?
–Pues sí, es algo que a lo mejor para ti no tiene importancia, pero a todos no dio mucho gusto.
–Sabes que nunca me interesó el futbol y ahora lo lamento. Podría sentirme reivindicado de mis fracasos por el éxito de la selección, imaginar que tengo un futuro, que para mí existe una Sudáfrica. No puedo hacerlo. No tengo méritos para integrarme a esas multitudes que profesan la nueva religión en la que hay nuevos dioses y nuevos santos: los jugadores.
–Eso es muy interesante, pero en estos momentos lo que me importa es que me hables de tus cosas. Ya te conté las mías. En resumen: cero galanes, otra dieta, más trabajo, menos sueldo y la amolada de que mi hermana y mi cuñado estén viviendo conmigo. No hay más que decir. Ahora te toca a ti. Cuéntame.
–Luego...
–¿Cuándo? Si no hubiera sido porque de casualidad nos encontramos, jamás habríamos vuelto a vernos. –Isaura baja el tono de voz– ¿Piensas decírselo a Olga?
–No, ¡olvídate!
–¿Es celosa?
–Antes, cuando pudo tener algún motivo, no; ahora sí. Es mi culpa.
–¡Te pescó en una movida!
–¿Tú también? En estos momentos se me ocurre todo menos eso.
–Entonces, ¿qué fue? No ha de ser algo tan horrible como para que no puedas contármelo. Ya no la hagas de emoción y dímelo.
II
–Entonces, en resumidas cuentas lo que pasó es que el nuevo dueño de la agencia decidió recortar personal. Dejó a los contadores, a dos agentes y a la telefonista. A ti te despidió y te dio una pequeña liquidación. Te parece una injusticia y tienes miedo de no encontrar otro trabajo antes de que agotes el dinero. Eso ocurrió en julio y aún no se lo has dicho a Olga. Quiero que me expliques cómo has podido ocultárselo.
–Mintiéndole. Es horrible y difícil. Me siento como un ladrón perseguido que un día inventa una coartada, al siguiente la olvida y acaba poniéndose la soga al cuello. ¿Tienes tiempo de que nos tomemos otro café? ¡Fantástico! Juro que no abordaré temas incómodos pero no creas que voy a hablar de futbol y menos contigo, que las sabes de todas todas. No imaginas cómo te admiraba cuando te oía hablar del tema con nuestros compañeros.
–No seas mentiroso. En el fondo desprecias a los que amamos el deporte del hombre
.
–No, los envidio y muchas veces me conmueven. Son creyentes dispuestos a todo con tal de asistir a un estadio: su catedral. El otro día que andaba por el Azteca vi a un tipo negociando un boleto con un revendedor. Por la forma en que dejó caer los hombros comprendí que la cifra le resultaba inalcanzable. El revendedor se alejó y el interesado fue tras él, pero sólo caminó unos pasos. Estoy seguro de que en ese tiempo olvidó su situación económica e imaginó posible gastarse en el boleto el dinero que tenía destinado a la renta, el abono del coche, la colegiatura. En fin, no sé. Son deducciones que no valen la pena.
III
–Ibas a hablarme de ti, de Olga. ¿Cuánto tiempo más piensas ocultarle que estás desempleado?
–Hasta que pueda.
–¿Por qué lo haces?
–Por vergüenza: ella ha logrado conservar su trabajo, es posible que la asciendan; en cambio yo voy para atrás.
–Escondiéndoselo no ganarás nada.
–Al contrario, me meto en líos porque despierto sus celos. Varias veces me ha llamado a la agencia. Por fortuna siempre contesta Jacqueline y sigue mis indicaciones: le dice a mi mujer que salí a ver a un cliente. Olga no lo cree. Sospecha que Jacqueline es mi tapadera mientras voy a reunirme con otra.
–Hasta cierto punto es lógico que lo crea. Sigues siendo un tipo muy guapo, te le desapareces…
–Y para colmo he tenido que reducirle el gasto. Comprende: necesito que el dinero de mi liquidación me rinda hasta que consiga otro empleo. Como eso tampoco se lo he confesado, piensa que me gasto con una amante el dinero que le niego. Me reclama, discutimos y lo peor: mis hijos nos oyen. Es lo que más me duele.
–Si tanto te preocupan, sácalos de ese infierno, acaba con él.
–No puedo, no sé cómo.
–Diciendo la verdad de lo que te sucede. No eres la única persona a la que han despedido. Hay miles y miles de hombres que están en tu situación. Ni tú ni ellos la buscaron. Aunque no conozco mucho a Olga sé que te entenderá; pero también me pongo en su lugar y te aseguro que va a molestarse porque le has ocultado las cosas. ¿Cómo piensas explicárselo?
–No sé.
–Entre más tiempo pase más se agravará tu problema: seguirán las sospechas, los celos, las acusaciones.
–Completamente injustificadas.
–Eso lo sabes tú, pero ella no. Hazme caso: dile la verdad. Así podrás regresar casa y decirle que te pasaste las horas buscando trabajo. Será un alivio ahorrarte las escenitas.
–No sé si es lo que quiero, al menos por ahora, cuando no tengo nada.
–Te entiendo cada vez menos.
–Mejor.
–No veo por qué.
–Si te lo explico vas a pensar que soy un frívolo estúpido y me despreciarás.
–No pienses por mí y déjame sacar mis conclusiones.
–Bueno, tú lo quisiste: cuando vuelvo a la casa exhausto y Olga sospecha que estuve con otra mujer, imagino que es cierto. Es preferible eso a la verdad: que me pasé las horas caminando. ¿Sabes para qué?
–Para ver en dónde puedes encontrar empleo.
–Y también para no volver a la casa antes que Olga. Siempre fui yo quien llegaba tarde porque tenía pedidos extra, citas, reuniones, cenas. Al volver mi esposa me preguntaba si habían asistido mujeres y si eran bonitas. Ese era mi regalo, mi gratificación por tener un buen puesto y un futuro asegurado. Ahora, cuando Olga me interroga revivo aquella sensación. En eso me parezco al tipo que vi negociar con el revendedor: entre el momento en que preguntó por el boleto y el instante en que oyó la cifra inalcanzable, olvidó su realidad y volvió a ser el mismo de antes, cuando podía darse el lujo de asistir a un partido de futbol.