l realizador griego Panos H. Koutras enfrentó serias dificultades para realizar Strella, su tercer largometraje. A medida que se precisaban las diversas facetas de un argumento, en principio convencional y sencillo, luego muy perturbador en sus derivaciones, fueron desapareciendo los posibles productores y demás fuentes de financiamiento en Grecia. Koutras sacó adelante –de modo independiente, con actores no profesionales y muy pocos recursos– esta cinta que causaría sensación en su país natal y en el Festival de Cine de Berlín, donde tuvo su mejor plataforma de lanzamiento. La protagonista es una joven transexual de 22 años (Mina Orfanau, estupenda) y su papel el de una prostituta en Atenas, cantante también en un cabaret gay, donde imita a María Callas rodeada de un grupo de personajes estrafalarios, salidos de alguna primera cinta de Pedro Almodóvar. Todos integran una suerte de familia alternativa, a la que se une Yiorgos (Youris Kokismenos), un hombre de 48 años, recién salido de la cárcel, de quien Strella se enamora.
Strella tiene la virtud nada desdeñable de sostener un tono naturalista muy sobrio en su descripción del ambiente aparentemente sórdido en que se mueven los personajes, sobre todo en un argumento donde el melodrama casi alcanza niveles de tragedia. Hay numerosos puntos de referencia en la historia de amor y en la fábula comunitaria que relata Koutras, desde Juego de lágrimas (The crying game, 1992), de Neil Jordan, hasta Las hadas ignorantes (2001), de Ferzan Ospetek, o Sitcom (1998), de Francois Ozon. Con una estupenda combinación de drama y comedia, el director transita con astucia del espacio privado a la propuesta de un arreglo doméstico nada ortodoxo, que sin duda ha sido el elemento que más sacude a las buenas conciencias.
Sería en efecto tentador y muy fácil descartar la propuesta de Strella como un rutinario drama tremendista en el que se darían cita diversos elementos pintorescos de la subcultura gay con un fondo de prostitución, muerte e incesto, pretexto todo para una reprimenda moral. Lo que elabora Koutras es algo muy diferente. En el trazo del personaje transexual de Strella (nombre asociado en griego, según indica la cinta, al desenfado y a locura), hay una reivindicación muy intensa del deseo como fuerza transgresora, pero también un afán solidario entre personajes marginados que, paralelo a la historia pasional, ofrece un entramado de complicidades afectivas de cara a la sordidez y al rechazo social.
La protagonista relata a Yiorgos, el enamorado que le dobla la edad, su propia infancia miserable marcada por el abandono paterno, y también su evasión y refugio en la locura, en ese mismo extravío que advierte en la biografía de su ídolo María Callas cuando comienza a perder la voz y siente que su vida se derrumba. Strella urde maquinaciones afectivas, seduce y atrapa a Yorgos, lo destina a una nueva reclusión, esta vez sentimental, para extraer de él, a manera de revancha y en un total abandono sensual, lo que en su opinión la vida le ha negado hasta el momento. El vampirismo pasional de Strella se encaminaría hacia una salida melodramática demasiado obvia, de no ser porque a medio camino, el realizador y guionista propone un notable giro narrativo que disuelve lo trágico y lo irreconciliable en una fábula de encuentro comunitario totalmente inesperada. La rareza de este filme –un notable ejemplo de cine queer griego– contrasta con las visiones convencionales, a menudo edulcoradas, de un cine gay que en el reclamo de una aceptación social dejó un tanto empeñado su original impulso subversivo.
Strella se exhibe hoy en la muestra Cinema Europa 2009, en la Cineteca Nacional.