l presidente de Estados Unidos, Barack Obama, informó ayer su decisión de declarar emergencia nacional
ante la proliferación de los contagios por influenza A/H1N1, que ha provocado más de un millar de muertes y se ha extendido por 40 estados del vecino país.
La medida pone en relieve una creciente preocupación entre las autoridades estadunidenses por la rápida proliferación del nuevo virus –lo cual, según el documento difundido por la Casa Blanca, amenaza con desbordar a los servicios de salud
– y arroja una perspectiva inquietante: es de suponer que, dada la cercanía y el constante flujo de personas entre Estados Unidos y México, la propagación de la enfermedad tendería a observar un patrón similar en ambas naciones; por tanto, la ausencia por parte del gobierno mexicano de una reacción como la del estadunidense pone en entredicho la coordinación entre los dos países en materia sanitaria, y arroja dudas adicionales entre la población sobre la pertinencia de las acciones que se llevan a cabo en el combate a la pandemia.
La circunstancia descrita obliga a recordar que, a medio año de que se detectaran los primeros brotes de la nueva gripe en México, la constante ha sido un manejo informativo deficiente, fragmentario y hasta irresponsable por parte de las autoridades sanitarias de todos los niveles, incluidas las internacionales.
En el caso de nuestro país, este manejo ha sido más que evidente, como lo ponen de manifiesto las inconsistencias oficiales respecto del número de muertos y de contagios, así como en torno a la fecha de llegada y la procedencia de las primeras dosis de vacunas: apenas el jueves pasado, el titular de Salud federal, José Ángel Córdova, señaló que será hasta finales de noviembre cuando arribe el primer millón de dosis del antígeno, cuando semanas antes había informado que esto ocurriría al término del presente mes, y que serían 2 millones de dosis.
A lo anterior se suman las inquietudes expresadas por algunos expertos internacionales sobre el uso y los posibles efectos secundarios de la nueva vacuna. La propia Organización Mundial de la Salud ha recomendado extremar la vigilancia sanitaria tras la aplicación de la misma, en tanto que el Sindicato Nacional de Profesionales Enfermeros de Francia ha señalado que se trata de una vacuna desarrollada demasiado rápido
, con pruebas insuficientes, y susceptible de activar enfermedades autoinmunes
, ante lo cual el remedio puede ser peor que el mal
.
A lo que puede verse, tales contraindicaciones han sembrado desconfianza en distintos países, como lo muestra una encuesta recientemente publicada por el rotativo estadunidense The Washington Post, en la que dos tercios de los entrevistados manifestaron que no se vacunarían en contra del virus de la influenza humana.
En la circunstancia presente, la difusión de información fragmentaria e imprecisa sólo contribuye a sembrar inquietud y zozobra y dificulta, en consecuencia, la correcta aplicación de las medidas orientadas a combatir una pandemia que, cabe recordarlo, pudiera tornarse más mortífera de lo que es ahora, si se toma en cuenta el riesgo de que el virus mute o de que se combine genéticamente con otros. En una situación como la actual, la calma de la población es un elemento indispensable para la aplicación de las medidas preventivas o reactivas correspondientes, y es por ello necesario que las autoridades sanitarias de todos los niveles cumplan con su deber de informar de manera cabal, oportuna, coordinada y consistente.