Cocina xiqueña
ico es una bella población cercana a Jalapa. La vegetación, las corrientes de agua, su gente, la convierten en un lugar que se recuerda siempre. Cuenta además con una sabrosa cocina.
Margarita Castillo recorre su natal Xico, de calles empedradas por las que cruzan mujeres cuyas mejillas les roban el color a las brasas
, en un pequeño libro escrito con buen estilo narrativo y amor a la tierra: Historias y recetas de la cocina xiqueña, publicado por Códice.
Mientras desvena los chiles anchos en la cocina familiar, le parece ver deambular y trajinar a las mujeres que la antecedieron. Ellas de generaciones distintas, regresan con los olores que tan bien conocieron. Menuditas y ágiles sacan cazuelas, ollas y cucharas, probando aquí y allá y haciendo chirriar la manteca.
Éstas y otras remembranzas sirven de antecedente a la receta del famoso mole de fiesta de Xico, al mole de olla, al molito de cazuela y a los chilitos rellenos. Éstos son los tradicionales jalapeños, que con su picadillo, aderezado con almendras, aceitunas y pasitas, son una delicia.
El homenaje al maíz se hace a través del tío Magín, que al sonido del silbato del tren que llegaba de Jalapa y que los habitantes de la región llamaban El piojito se acercaba a la estación con su canasta repleta de tlaxcales que ya esperaban ansiosos los pasajeros que seguirían el viaje hasta Teocelo. La tradición continuó con la señora María Vega, y a su muerte, con su hija Gude, que remontaba las empedradas calles xiqueñas “danzando con la canasta y deteniéndose en cada casa para ofrecer los antiquísimos tlaxcales, para ofrecer el sabor ancestral… para ofrecer su herencia”.
Los frijoles con xonequi dan motivo a una triste historia: los tamales de bolsita y los tlayoyos recuerdan a la tía, excelente cocinera, que la dejaba estar con ella hasta altas horas de la noche, esperando a que saliera la comida que se serviría en el altar de Día de Muertos o en las fiestas de la Magdalena
, patrona de Xico.
De su abuela recuerda los cuentos de aparecidos que les narraba al anochecer, mientras les servía en pocillos el humeante champurrado para disfrutar con pan. La ceremonia de petición de mano y luego su boda se asocian con el dulce olor a pan hecho con huevos de rancho, que llevaron a su casa los padres del novio en canastos como presente, junto con gallinas, guajolotes y leche.
Dulcemente se recupera la costumbre de hacer vino de moras, con su ceremonia previa para pedir permiso al monte antes de cortarlas. Un libro en el que los recuerdos y costumbres se enlazan con sabores y olores, algunos todavía presentes, otros ya idos.