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A la Mitad del Foro

PAN de muertos

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El gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, durante su reunión del jueves pasado con la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública de la Cámara de DiputadosFoto José Antonio López
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espués de las calaveras de azúcar y el rodar de cabezas en la guerra contra el crimen organizado, van a pedir posada los sobrevivientes de los desatinos y devaneos de un gobierno que cambia de adversarios y multiplica enemigos hasta lograr el milagro de la unanimidad que el priato tardío confundió con la unidad hasta quedarse solo, a la vera del camino. Y sin el poder que hoy es veleta enloquecida movida por la vanidad y la desaforada autoestima y las fuerzas centrifugas de la voluntad de poder diluida por la incapacidad de hacer.

Amarga, duele, echar sal en las heridas de una comunidad nacional de más de 100 millones de habitantes y una economía cuya dimensión la ubica entre las 15 mayores del mundo, paralizada por el dogmatismo de los mandarines de las finanzas públicas; hundida en el marasmo que la disminuye y la hace retroceder, mientras se multiplica la pobreza; y millones de jóvenes que eran el filón dorado del bono demográfico no tienen acceso a la educación ni encuentran empleo. Hoy vuelve a anunciar el presidente Calderón que ha terminado la recesión que vino de fuera, que no nos afectaría. Y que nos hundió al abrir el boquete que pareció abrir los ojos del secretario Carstens. En busca de culpables, el Ejecutivo se quedó sin aliados. Y se lanzó contra los dueños del dinero, patrocinadores, mecenas, emprendedores del vuelco que sacó al PRI de Los Pinos y llevó ahí al PAN.

Así fuera en la persona de oscuro empresario del Bajío, iluminado por el aura vigorosa de Clouthier, el sinaloense que desesperó del reparto aleatorio del poder priísta y enfocó su energía a combatirlo, abanderar a la burguesía rural y llevarla a filas panistas para ponerse al frente de los bárbaros del norte. Clouthier perdió la elección y ganó la inmortalidad en bronce: su estatua se erigió en la avenida Insurgentes durante el régimen agónico de Ernesto Zedillo. Y los dueños del dinero decidieron diseñar al mesías agonista: abajeño, de la cuna del conservadurismo y la Cristiada. Le dejaron la vestimenta de ranchero norteño para la campaña mediática ayuna de ideas, preñada de combatividad circense para alentar el hartazgo con el PRI y aplicar recetas atribuidas a la izquierda mítica: el uso y abuso del compañero de viaje, del tonto útil.

Se acuñó así la victoria del voto útil. No padeció el PAN la profecía de ganar el poder y perder el partido. Simplemente no ganó el poder. Lo ganaron los dueños del dinero, con la patronal como partido y como boca de ganso para designar a los integrantes del patético gabinete, coro para la incontinencia verbal y la supina ignorancia tan bien resumida en la frase foxiana de ¿Y yo por qué? Con Calderón, el PAN ganó el poder. Y lo perdió al asumirlo. Militante con formación y experiencia políticas, el de Michoacán oyó a las brujas de Macbeth y vio caminar al bosque, agobiado por el fantasma de la ilegitimidad invocado por los seguidores de quien se declaró presidente legítimo y se puso la banda tricolor en el Zócalo capitalino.

Combate imaginario. Confrontación al filo de la irrealidad, pero capaz de provocar violencia en el terreno fértil de la incredulidad centenaria, fruto del oscilar electoral con el fraude como fiel de la balanza. El sufragio efectivo llegó, pero como la mujer de César: no bastó que fuera legal, tenía que parecerlo. Y lo repudiaron millones de mexicanos. Aferrado al mástil del navío con los dogmáticos financieros al timón, Felipe Calderón navega entre Scila y Caribdis. La izquierda partidaria se fracturó al contacto con las prebendas del poder y el movimiento lopezobradorista optó por la desmesura de la mayoría de uno, de uno solo. Pero en Los Pinos, los jóvenes turcos atizaban la intolerancia. Y el miedo hacía ver sombras del bosque en movimiento.

Y se puso el uniforme militar el comandante civil del Ejército Mexicano. No era el primero en buscar refugio en las guardias pretorianas. Ni será el último. Pero esos son otros López. Aquí y ahora, el Presidente de la República llamó al Ejército a combatir al crimen organizado. La guerra de Calderón contra el narco se perdió antes del primer disparo. Sin una clara visión estratégica, o peor todavía, con una turbia táctica diseñada por aprendices de brujos que propusieron combatir al cártel mejor armado y organizado hasta liquidarlo. Y dejar el combate contra el resto de los cárteles, para cuando se venciera y destruyera al primer objetivo. No son fantasmas. Este no es combate imaginario. Los decapitados no son calaveras de azúcar. Los muertos no son todos delincuentes, criminales que amenazan la seguridad nacional y atentan contra la seguridad pública.

Y en la fosa común se pudre el imperio de la ley. Los funcionarios públicos a cargo de cumplirla y hacerla cumplir, arman fuerzas paramilitares, violan derechos, violentan el orden al matar en nombre del orden. Y lo hacen sin un juicio sumario, atrabiliario, ilegal, abusivo, pero juicio al fin. En la feria de vacuidades, el edil del municipio de Garza García (el más rico del país, repiten los heraldos de la oligarquía), el panista Mauricio Fernández, hace gala de clarividente y, al tomar posesión del cargo, anuncia la muerte de Héctor Saldaña, alias El Negro, presunto secuestrador que paseaba ostentosamente por la población a bordo de lujoso automóvil. El oráculo municipal habló por la mañana y el cadáver del Negro, con los de otros tres delincuentes encontrados en el Distrito Federal, no fue identificado sino hasta la tarde de ese día.

Mauricio Fernández Garza aseguró presuntuosamente que los secuestradores saldrían de su municipio por las buenas o por las malas; que había integrado un cuerpo secreto de inteligencia y dicho grupo le había informado de la muerte anticipadamente anunciada. Rechazó, desde luego, que se tratara de escuadrones de la muerte. Ya han exigido algunos legisladores de nuestro sistema plural la inmediata intervención del Ministerio Público, de las autoridades judiciales, del Ejecutivo estatal de Nuevo León, así como del titular del Poder Ejecutivo de la Unión. Ha empezado la ronda de declaraciones, los dimes y diretes que concluirán como en el romancero gitano: Aquí pasó lo de siempre/murieron cuatro romanos y cinco cartagineses.

Van a enseñar el cobre. Tal como lo hicieran quienes pasearon por el centro de la ciudad de México la estatua de bronce de Juanito, el patético personaje estelar de la farsa electorera en la disputa por el capital político y los recursos multimillonarios del presupuesto de gastos de la delegación Iztapalapa.

Pasó el Día de Muertos y ya conjugamos alegremente el verbo madrugar. Los gobernadores acuden a San Lázaro para asegurar sus participaciones. Atraídos por el unto de la expectativa, docenas de diputados de todos los partidos se unieron a la numerosa bancada priísta del estado de México para desayunar pan y fantasía con Enrique Peña Nieto.

En El Colegio de México, Marcelo Ebrard festeja haber podido entrar al comedor de profesores. Afuera, urbi et orbi, pide que el PRD, cuya renovación, refundación, resucitación, está a cargo de su maestro, Manuel Camacho, elija candidato único a la contienda presidencial, por medio de una encuesta.

Espejito, espejito... O cómo resistir la tentación del PAN de muertos y sobrevivir para alimentar el ego con las mágicas pociones del poder.