México
La adicción, la economía y el atractivo de vivir bien han absorbido a muchas jóvenes hacia el bajo mundo de los narcóticos. La tendencia amenaza los cimientos mismos de la sociedad mexicana
Martes 24 de noviembre de 2009, p. 23
Culiacán. La escena, en un salón de belleza en Culiacán, la capital de las drogas en México. Una mujer de buena posición económica critica a una joven casada con un traficante. La narcoesposa ordena a la peinadora que rape a la otra. Aterrada, la peinadora obedece.
¿Leyenda urbana o realidad? Casi da lo mismo: es uno de esos relatos muy repetidos que a la vez intimidan y refulgen. Y arroja luz sobre una tendencia perturbadora: conforme la violencia del narcotráfico se ahonda en la sociedad mexicana, las mujeres adquieren mayor protagonismo.
En números cada vez mayores, se les recluta para transportar droga, venderla o como soldados de a pie. Y cada vez más encuentran la cárcel o la muerte por sus esfuerzos.
Aquí en Sinaloa, la mayor región productora de drogas del país y asiento del cártel mexicano más poderoso, las esposas de los barones de la droga fueron vistas durante mucho tiempo como trofeos, con dedos enjoyados e interminables cirugías estéticas.
Ahora los traficantes usan a sus esposas –al igual que a sus madres e hijas– porque las mujeres pasan con mayor facilidad los retenes militares que han proliferado en muchas rutas de transporte de drogas.
Y al convertirse México en una nación que también consume drogas, las mujeres se han vuelto adictas, lo que las arrastra al bajo mundo de los narcóticos.
La peor crisis económica que ha sufrido el país desde la Segunda Guerra Mundial alienta la tendencia. Mujeres desesperadas ven en el trasiego y venta de drogas un trabajo más dignificado
que la prostitución, señala Pedro Cárdenas, funcionario de seguridad estatal de Sinaloa a cargo de las prisiones.
La violencia del narcotráfico que hace presa en mujeres, en una sociedad machista y patriarcal como la de Sinaloa, se volvió un problema urgente el año pasado, cuando ocurrieron más crímenes que nunca, indica Margarita Urías, directora del Instituto de las Mujeres de Sinaloa.
En última instancia, es una tendencia que podría amenazar la estabilidad de la estructura familiar en México, donde la mujer es por lo regular el factor de unidad en las familias.
“Es un cáncer social que contamina a mujeres que antes permanecían intactas –expresa Urías–. Cuando somos tan vulnerables, ¿cómo criamos y educamos a nuestros hijos? Cuando la inseguridad nos abruma, ¿cómo inyectamos valores en nuestros hogares? ¿Cómo podemos permanecer inmunes?”
Él está libre, ella no
Verónica Vásquez, de 32 años, maldice a su marido narcotraficante.
Él no estaba en casa el día que llegaron los soldados. Ella no tuvo tiempo de tirar las bolsas de cocaína que él había escondido en la recámara. Ahora ella cumple una sentencia de cinco años en una atestada prisión de Culiacán, y él sigue libre.
–Estoy pagando por el crimen de él –expresa Verónica–. Pero yo sabía a qué se dedicaba.
Ella es madre de dos hijos y no sólo perdió a su esposo, sino todos los signos de la buena vida que llevaba. Las joyas, los bolsos de diseñador, los lujosos anteojos para sol, todo a su alcance sin necesidad de trabajar.
–Todo se fue –dice. Y en cuanto a su marido–: Para mí está muerto.
A Carmen Elizalde la pescaron transportando 220 libras de cocaína de Panamá a México. La detuvieron en la frontera entre Honduras y Guatemala y la condenaron a 18 años de prisión. El negocio era de su marido. Ella se dejó convencer de ir a unas supuestas vacaciones a Panamá, pero reconoce que no hizo muchas preguntas.
–La verdad es que no quería saber en qué asuntos andaba él –comenta Elizalde, de 49 años, de rostro terso y redondo con cejas perfectamente delineadas. También es madre de dos hijos. –Nos daba buena vida y no me importaba de dónde venía el dinero.
Mirna Cartagena no culpa a nadie más que a sí misma. Quería el dinero fácil. Por mil dólares, no tenía más que poner siete libras de cocaína en su maleta y tomar un autobús de Culiacán a Mexicali. A la mitad del trayecto la policía la bajó del camión, y fue sentenciada a 10 años.
–Lo hice por necesidad e ignorancia, sin pensar en alternativas –dice Mirna, de 31 años, sacudiendo su larga y rizada melena y asomando los ojos detrás de los lentes oscuros.
Casi uno de cada cuatro internos en la prisión de Culiacán es mujer; a escala nacional la proporción es de 5%. El cambio más dramático está en los cargos. Hace una década, la gran mayoría de mujeres estaban en prisión por robo o crímenes pasionales
, como el asesinato de un cónyuge o amante.
Hoy las estadísticas se han puesto de cabeza. La mayoría están encarceladas por crímenes relativos al narcotráfico, comenta Cárdenas, y 80 por ciento de las que caen por primera vez son adictas o consumidoras.
En las sangrientas batallas por el control del narcotráfico, se han roto los códigos tradicionales de dejar la familia fuera del negocio. Ser esposa de un narco ya no es la armadura que solía ser.
Sandalias doradas
A María José González parecía estarle yendo de maravilla. Su cuerpo curvilíneo ganó la corona en el concurso de belleza del Festival del Sol. Tenía una incipiente carrera de cantante con expectativas de contratarse con una disquera. Y era una mujer bien preparada, que había estudiado derecho.
La primavera pasada, el cuerpo de la joven de 22 años fue encontrado en un camino del extremo sur de Culiacán, cerca de un letrero que todavía advierte: No tirar basura
. Cerca estaba el cadáver de su esposo, Omar Antonio Ávila, vendedor de autos usados. Ella presentaba un tiro en la cabeza; él tenía los ojos vendados y las manos esposadas a la espalda. Los ojos de ella, abiertos, miraban al cielo; calzaba sandalias doradas.
El camino donde la pareja fue descubierta es usado con frecuencia para arrojar a las víctimas de asesinato en esta ciudad. Se adentra en un campo poblado de arbustos, serpenteando detrás de una comunidad de residencias para gente pudiente que cuenta con un lago artificial, popular entre esquiadores. Cruces de madera y pequeñas criptas marcan los lugares donde han aparecido cuerpos. La zona se conoce como La Primavera.
Las autoridades sospechan que González y su esposo se enredaron con el cártel de Sinaloa, y que tal vez éste los culpó de la pérdida de nueve toneladas de mariguana en una operación del Ejército, poco antes del doble asesinato.
Zulema Hernández acabó en prisión bajo cargos de asalto a mano armada. Allí conoció al barón de las drogas más notorio del país, Joaquín El Chapo Guzmán, jefe del cártel de Sinaloa, quien en 2001 escapó oculto en un bulto de ropa para la lavandería.
En la prisión de máxima seguridad de Puente Grande, a las afueras de Guadalajara, Hernández, entonces de poco más de 20 años, se hizo amante del capo.
–Después de la primera vez –contó ella al periodista Julio Scherer para el libro que él escribió sobre las prisiones–, me mandó a mi celda un ramo de flores y una botella de whisky. Era yo su reina.
En 2002, ella le contó a otro reportero que se había embarazado de El Chapo, pero que abortó luego de ser golpeada por unos custodios.
Para cuando fue liberada, en 2003, Zulema había aprendido algunos trucos de su amante. Menos de un año después fue arrestada con dos toneladas de cocaína.
Los abogados de El Chapo le consiguieron un amparo, y de nuevo salió libre en 2006. Pronto se volvió la agente del cártel de Sinaloa en la ciudad de México, según las autoridades, transportando cocaína a la capital, terreno relativamente nuevo para la organización.
En diciembre de 2008, su cuerpo fue hallado en la cajuela de un coche a las afueras de la ciudad. Tenía un disparo en la cabeza. En los senos, el vientre y las nalgas le habían grabado la letra Z, símbolo de Los Zetas, archienemigos de El Chapo. Tenía 35 años de edad.
Un año antes, el fugitivo Guzmán había contraído matrimonio por tercera vez con Emma Coronel, justo el día en que ella cumplió 18 años. La joven, ganadora también de un concurso de belleza, es tres veces menor que su marido. En algún momento se informó que frecuentaba los salones de belleza que atienden a las narcoesposas y a otras jóvenes que imitan su estilo: peinados glamorosos y largas uñas, enjoyadas o pintadas con elaborados diseños o dibujos de personajes de historieta. En fechas más recientes se dijo que estaba escondida.
En promedio, este año se ha producido en Sinaloa el asesinato de una mujer cada semana en ataques atribuidos al crimen organizado.
El mes pasado, dos mujeres iban en automóvil por una carretera estatal cuando fueron interceptadas por sicarios a bordo de dos camionetas, quienes las sacaron a la vista de sus niños, que miraban horrorizados. Sus cuerpos acribillados, con las cabezas envueltas en bolsas de plástico, fueron encontrados horas después. Se cree que una era esposa de uno de los principales mandos del cártel de Sinaloa, Víctor Emilio Cazares.
La fascinación persiste
Pese a los riesgos, la vida del mundo de las drogas sigue ejerciendo fascinación sobre ciertas jóvenes, en especial aquí en Sinaloa.
Dos días antes de la Navidad de 2008, policías federales arrestaron a Nuestra Belleza Sinaloa, Laura Zúñiga, y a siete hombres. Los exhibieron frente a cámaras de televisión y los acusaron de tráfico de cocaína. Del vehículo donde se transportaban se decomisaron varias armas de alto poder y decenas de miles de dólares.
Laura, de 23 años, jamás fue inculpada formalmente. La dejaron en libertad tras 38 días de arraigo. Apodada Miss Narco por los medios sensacionalistas, reconoció que su novio era hermano de un gran traficante, pero negó que estuviera involucrado en el negocio, aunque no sabía con certeza a qué se dedicaba.
Se le despojó del título que obtuvo en un concurso internacional, pero sigue ostentando el título por Sinaloa.
Muchas mujeres no tienen más opción que entrar en esta vida. Son acorraladas por familiares que buscan poder e influencia, o no saben en lo que se meten, comenta Urías, la funcionaria del instituto. Y rara vez tienen opción de escapar.
Algunas han logrado huir de sus narcomaridos y se han refugiado en un albergue cuya ubicación es un secreto fuertemente resguardado.
Durante cuatro años Teresita intentó alejarse de un marido que la golpeaba, la engañaba y se corría interminables parrandas con sus amigos narcos.
–Todo el tiempo estaba drogado –relató en una entrevista en el albergue con The Times de Londres, el cual accedió a no revelar su verdadero nombre.
Acudió a la policía y a tribunales, pero fue inútil. Luego de una golpiza particularmente severa, tomó a sus dos hijos y se mudó con una hermana.
Su marido la siguió, amenazó con quemar la casa y apagó a balazos las luces exteriores. Los pistoleros que trabajaban con él amagaron a Teresita y su familia.
Teresita, de 28 años, morena y de grandes ojos almendrados, conoció a su marido cuando tenía 16 años. Su hermana estaba casada con el hermano de él. Pero las drogas y el negocio lo cambiaron.
Segura de que él terminaría por matarla y secuestrar a sus hijos, buscó la forma de contactar con la dependencia que administra el albergue. Ha permanecido allí con sus hijos, tratando de aprender a manejar una computadora y otras habilidades que le permitan rehacer su vida.
Sin embargo, la mayoría de mujeres que han abandonado a sus narcomaridos han tenido que ser transferidas a otros estados y a veces fuera del país para que estén realmente seguras.
Teresita tiene un solo deseo: Sólo quiero estar donde no tenga miedo de salir a la calle
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Fuente: EIU
Traducción de textos: Jorge Anaya