Opinión
Ver día anteriorMartes 24 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La refundación siniestra del centro
D

e manera sorpresiva y como golpe estatutario, en el cuarto congreso nacional del PRD, celebrado en Oaxtepec hace 11 años, cuando los delegados revisaron la Declaración de principios, las corrientes más sectarias del partido, aliadas a los que se ostentaban ya como una corriente socialdemócrata, llevaron al pleno del congreso de manera confusa la propuesta de que el PRD debía declararse un partido de izquierda.

En sentido estricto se pedía por decreto lo que en la realidad y por compromiso debía ser. Alcanzar los objetivos por la igualdad, la democracia, confundiendo el deber ser y el propósito, con una etiqueta. ¿Por qué y para qué? La definición partido de izquierda era un obsequio complementario a la transición pactada de Ernesto Zedillo, aprobada tres años antes en el tercer congreso. En el cuarto, bajo el argumento de que había que dejar la ambigüedad ideológica y que los problemas del PRD eran consecuencia de la falta de una definición, se tomó por asalto la Declaración de principios para, bajo el manto de la izquierda, correrse al pragmatismo y claudicar del compromiso original surgido del 88.

El debate estuvo marcado por la posible candidatura externa de Ignacio Morales Lechuga a la gubernatura de Veracruz, ligado al salinismo; luego, lo que se bloqueó se convirtió en torrente a partir de 2000. Porfirio Muñoz Ledo respondía con sarcasmo a quienes dudaban de la idea de declararse de izquierda: el centro ideológico es una raya y ésa hay que dejársela a Manuel Camacho Solís (La Jornada. Matilde Pérez, 21/3/98). Andaba por ahí naciendo el Partido de Centro Democrático (PCD), encabezado por el ex regente; en el fondo, era el nacimiento del lopezobradorismo, el deslinde político con el EZLN y toda forma insurreccional que enfrentaba Zedillo en Chiapas.

Es por eso que al momento de la declaración de que todos los que se afiliaran al PRD eran ya de izquierda y con los compromisos de la transición pactada, los impulsores de este decreto ideológico empezaron a reconstruir el centro para el Revolucionario Institucional como una forma de abandonar la idea de un programa propio y un proyecto que unificara al país, sin el PRI. Paradójicamente, decretar la propiedad de la izquierda en esa transición era dejarle al PRI el tesoro de la unidad nacional, con el cual había justificado fraudes patrióticos, represiones, desapariciones, corrupción, autoritarismo, todo aquello que ahora regresa con las mismas siglas investidas como la causa del centro y la unidad ante la polarización de la derecha panista y la izquierda perredista, hoy en bancarrota electoral.

Gracias a esa resolución del cuarto congreso, la transición pactada tenía ya geometría ideológica perfecta para ganar el consenso de Washington y reconocer a Zedillo como el padre de la alternancia, siempre que garantizara dejar intacta la política económica y los poderes oligárquicos. Gracias a él, en México ya existirían legalmente la izquierda, el centro y la derecha como parte de un nuevo sistema político.

Decían en ese entonces los analistas políticos que entre el tercero y el cuarto congreso el PRD había dejado la confrontación directa contra el salinismo, encabezada por el ingeniero Cárdenas a lo largo del sexenio anterior, y que ahora sí caminaba constructivamente hacia la transición pactada.

El punto de conflicto era sencillo: en 1987-88 la izquierda histórica, constructora de los grandes movimientos democráticos y sociales, había recibido con Cuauhtémoc Cárdenas el legado del cardenismo, fracturando la unidad nacional priísta y sentando las bases para unificar al país desde otros principios. El legado cardenista, que constituía un referente histórico y era un arma perfecta ante la tendencia neoliberal, con la candidatura de Cárdenas junto a la izquierda socialista revitalizaba la democracia, mediante un proyecto propio, con un nuevo desarrollo de país y para unificarlo desde el centro-izquierda sin incongruencias, promoviendo reformas y sin que nadie se llamara a engaño.

En el cuarto congreso, de manera siniestra y pactada con el zedillismo, se optó por la definición burocrática, que ha servido para que el PRI no sea la derecha y sea la representación del centro; para que en automático y tras el lógico vacío regrese a ser el portador exclusivo del equilibrio con el que se perfila hacia 2012.

Gracias al señuelo de la limpieza ideológica, en el PRD, cuando los extremos del PAN y del PRD alcanzaron juntos 70 por ciento en 2006, sepultando al tricolor, legítimamente se pudieron haber impuesto nuevas reglas de gobernabilidad y hacer lo que dicen querer hacer ahora, cuando ya no tienen la fuerza y dejan libre el camino a la restauración del viejo régimen como centro.

Al refundarse el PRD como un partido de izquierda se instaló el sectarismo, la demagogia, pues todo acto ilegal, corrupto e indebido se hace en nombre de ella. Hoy, por eso, en nombre de la izquierda se hacen y se dicen cosas que antes sólo reconocíamos como actos propios de los adversarios.