Opinión
Ver día anteriorViernes 27 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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INAH: reflejo de la tragedia nacional
N

uevamente el director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Alfonso De Maria y Campos, dio muestras de disociación con la comunidad académica de esta institución, y de muchas otras nacionales y extranjeras que intercedieron con 34 cartas firmadas por 335 investigadores, respetuosas y debidamente fundadas, para evitar el cese de la colega Gloria Artís de la Coordinación Nacional de Antropología.

El 29 de octubre, desoyendo todas las argumentaciones de los académicos del instituto en reuniones internas, De Maria y Campos destituyó a esta funcionaria que a lo largo de su trayectoria, con claro liderazgo había contribuido al desarrollo de múltiples actividades, proyectos docentes, de investigación con universidades, comunidades de antropólogos y científicos sociales afines de dentro y fuera del país.

Fiel reflejo de la realidad que viven los mexicanos, en el INAH, como en el resto de las instituciones, trabajar, y hacerlo bien, es motivo de castigo por parte de autoridades que desprecian los esfuerzos colectivos, la creatividad y el compromiso social, aun de sus propios funcionarios, no digamos ya de los colectivos laborales, en este caso, de docencia e investigación.

Las motivaciones para la destitución de Artís, sostenidas por el director general y el secretario técnico del INAH en esas reuniones, no podían ser más absurdas a la luz de su actuación, marcada por la mediocridad, la insolvencia intelectual y la pretensión reiterada de entregar el patrimonio cultural a manos privadas, o de políticos sin escrúpulos, como demuestra el caso paradigmático de Teotihuacán; las autoridades adujeron cuestiones tales como renovación y recambio generacional, lucha contra cacicazgos, importancia de una estructura eficiente y articulada, etcétera. A todo ello, los investigadores respondieron con razones sólidas.

Por ejemplo, ante el más antropológico de los motivos esgrimidos por la dirección, en voz de su secretario técnico, la necesidad de terminar con cacicazgos, los académicos replicaron: “en efecto, es a todas luces necesario y sano para la institución en su conjunto y para sus diversas instancias terminar con todo cacicazgo. Y no es el caso de la Coordinación Nacional de Antropología. El cacicazgo es dominio instrumental, no coordinación dialógica. El cacicazgo es un sistema de subordinación al interés personal del cacique. Plantear… como ‘cacicazgo’ lo que opera en la Coordinación Nacional de Antropología constituye una expresión objetiva de carencia de información. Denota además poco rigor en las apreciaciones que se hacen de los procesos. Y constituye una particular falta de respeto a quienes operan, apoyan y participan en las tareas de esa coordinación, conjunto que rebaza a quienes trabajan físicamente en esa instancia, porque descalifica el trabajo y banaliza sus alcances. La Secretaría Técnica del INAH necesita a todas luces revisar su propio desempeño. Sin necesidad de apelar a organigramas, su papel debiera ser facilitar procesos funcionales al cometido del INAH, no bloquearlos… En breve: se ha confundido ‘cacicazgo’ con liderazgo. Y el liderazgo es justamente un rubro en déficit en muchas instancias, incluso a escala nacional. Preguntémonos sinceramente, por la relevancia de una perspectiva contextual del proceso que nos ocupa, ¿cuál es el liderazgo de los funcionarios directivos del INAH y si no es acaso ahí donde se necesita una revisión?” (ver: sites.google.com/site/respetoinah)

El cese de Artís trasciende por sus consecuencias claramente previsibles dentro del INAH: con esta medida, se genera desempleo a partir de personal necesario y altamente calificado; se desmantelan equipos de trabajo de probada capacidad; se atenta contra la participación colectiva de los investigadores, para privilegiar inercialmente la perspectiva hoy usual de las trayectorias individuales atomizadas; se castiga la voluntad de servicio, la visión de futuro, el talento para la innovación, la disposición de acuerdos entre visiones contrastantes, la capacidad de convocatoria e inclusión; se deja inconcluso un proceso multidisciplinario y multidireccional, indispensable para el cometido de investigación, que es parte sustantiva del organismo; se truncan iniciativas y propuestas de trabajo de calidad emanadas de los propios investigadores, todo ello en favor de una visión miope de la administración pública, la antropología, la historia y la investigación en México. Con toda razón, los investigadores del INAH hicieron pública su posición de no plegarse a esta visión, porque es una afrenta a la inteligencia, a la sensibilidad y al trabajo de investigación comprometido con nuestra patria en un momento crítico como el actual.

Se trata, en síntesis, del ataque objetivo a un proceso académico que ha demostrado su relevancia en el interior y exterior de la institución. Esto es una medida focalizada dirigida en su esencia y en sus consecuencias contra la investigación en la institución y contra su integridad: no es una medida para optimizar recursos ni tampoco contra la corrupción, la inercia, o la impunidad, sino contra lo que contrasta con todo ello e incomoda a la estructura jerárquica.

Se pretenden generar condiciones para banalizar el cometido de la antropología en cualquiera de sus ramas, pues la raíz y la función misma del INAH constituyen hoy un obstáculo para las pretensiones actuales de desmantelamiento de nuestra identidad y sentido como nación.

¿En qué país vivimos hoy, donde se sanciona el pensamiento propio y la imaginación, donde se vulnera la dedicación y se pretende aplastar una experiencia concreta, colectiva e incluyente de articulación disciplinaria?