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De cada prueba salimos fortalecidos, volveremos a vencer: Brugada

Juanito se maquilló para el show de la violencia que no se produjo

Rafael Acosta, chimoltrufio, lo llamó el diputado Alejandro López

 
Periódico La Jornada
Domingo 29 de noviembre de 2009, p. 33

Rafael Acosta Juanito se pinta el pelo. De negro azabache. Lo delatan las canas que el tinte no le cubrió sobre las patillas. Mide un metro 50. Y se empolva la cara estulta para no dar charolazo en la televisión. No en vano es todo un artista exclusivo de los medios electrónicos. Para ellos, y sólo para ellos, el viernes a medianoche se introdujo furtivamente en la sede del gobierno popular de Iztapalapa, confiando en que los simpatizantes de Clara Brugada y Andrés Manuel López Obrador caerían en su juego, rechazándolo con violencia. Pero se quedó con las ganas.

Ayer, a las cinco de la tarde, afuera del edificio que acababa de recuperar, vestido por completo de negro, gordo, pequeño y redondo, y acompañado por no más de un centenar de personas a las que se refería como el pueblo de Iztapalapa (delegación con un millón 800 mil habitantes), hablaba y hablaba para las cámaras de Televisa y Tv Azteca, que en ningún momento giraron para retratar la desolación que había a su alrededor.

No lejos de los extras que lo alababan ronroneando su nombre –“¡Juanito, Juanito!”– para proporcionarle sonido ambiental a los poderes fácticos, otras voces lo increpaban llamándolo ¡juantítere!, ¡traidor!, ¡vendido!, pero quienes le lanzaban tales improperios no eran dignos de ser captados por los camarógrafos ni mostrados a los televidentes. No existían.

Sin haber dormido más de dos horas la noche del viernes, a escasos días del estreno de su espectáculo teatral, Juanito lucía desencajado a pesar del maquillaje, pintarreajeado como cadáver de funeraria barata. Juanito: la nueva estrella del canal de las estrellas. A lo que ha llegado este país...

En esos momentos, a unas cuantas calles de la delegación, se estaba formando una multitud que ondeaba banderas de organizaciones barriales, sostenía cartulinas –con mensajes como este: a mí no me va a gobernar ningún pinche loco mariguano–, y coreaba con rabia: ¡Este es el pueblo/ de Clara Brugada/ ¿dónde está el tuyo/ Juan de la chingada?

Una hora después, cuando Clara Brugada llegó al mitin, ya era de noche aunque los relojes no marcaban todavía la hora 19 del último sábado de noviembre. La ex encargada del despacho de Iztapalapa, recién depuesta por el juanazo de la víspera, subió al templete envuelta en un chal negro, saludando con el brazo en alto y la sonrisa invicta, bajo el estruendo de las aclamaciones, como si fuese una guerrera entrando al ring para dar una nueva batalla, no la más importante ni la última ni la definitiva: sólo una más, después de haber ganado tantas.

Con ella venían Aleida Alavez, Karen Quiroga, Víctor Varela y Alejandro López Villanueva, quien se llevó un sonoro aplauso al calificar a Juanito de chimoltrufio, porque, explicó un día dice una cosa y al día siguiente otra. Los cuatro diputados de extracción perredista, leales a López Obrador y representantes de Iztapalapa en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, coincidieron en que esa instancia logrará la remoción de Juanito por diversas violaciones a la ley. Los cuatro, además, destacaron el trabajo de Clara Brugada durante los dos primeros meses de su gobierno, y elogiaron los programas sociales que diseñó y que pondrá en marcha cuando los golpistas se caigan.

Sus discursos fueron aplaudidos y celebrados con consignas que el ingenio popular iba improvisando sobre la marcha, pero cuando Clara empuñó el micrófono, una anciana le propuso a gritos, con el agudo timbre de su potente voz: “¡vamos a romperle toda su pinche madre a Juanito!”

Ganando en intensidad a medida que su discurso le calentaba la garganta, Brugada hizo un detallado recuento de todos los obstáculos que debió superar: primero cuando ganó las elecciones internas del PRD contra todo el aparato administrativo de la delegación y los caciques de Nueva Izquierda; después, cuando el tribunal electoral la descalificó sin quitar su nombre de las boletas, y por último cuando con el apoyo del compañero Andrés Manuel López Obrador (aquí atronaron los aplausos durante un largo rato) se logró que la mayoría votara por Rafael Acosta, para que la delegada fuera ella, a pesar de los pesares.

De todas las dificultades hemos salido victoriosos y de todas las pruebas, fortalecidos y ésta no será la excepción, aseguró casi al final de su discurso. Pero la gente no iba a contentarse nada más con palabras. Quería hechos concretos. De modo que, al estilo López Obrador, Clara preguntó a la muchedumbre si estaba dispuesta a iniciar, en ese instante, una nueva lucha. Y cuando escuchó la respuesta afirmativa, convocó a una marcha de inmediato hacia el edificio delegacional para formar un cordón humano a su alrededor y abrazarlo.

Pero antes de partir hacia allá, dijo que según rumores, Juanito le había pedido la llave de su oficina, tras lo cual sacó debajo del podio una dorada y gigantesca llave de cartón piedra que decía: La llave de Iztapalapa la tiene el pueblo. Y posando para todos los fotógrafos y cámaras televisivas, alzó los brazos para mostrarla, después de desafiar al PRI y al PAN con estas palabras: el pueblo de Iztapalapa decidirá a quién se la entrega.