osé Tomás regresó a la México y apareció la cercanía con la muerte, lo misterioso, lo inesperado, lo que se quiere y nunca se tendrá. Todo lo opuesto a lo robotizado, lo mecánico, lo repetitivo. Llegó al ruedo de Insurgentes la atracción por el peligro. Y bien que aprovechó la llegada del maestro madrileño Arturo Macías El Cejas, que con el único toro de los enviados de la ganadería de Xajay que tenía emoción y encastada nobleza, enloqueció a los aficionados. Primero con una revolcada angustiosa, luego con un quite por gaoneras que nos paralizó. Brindó a la concurrencia y la faena consagratoria. Pases de todas las marcas a milímetros de los pitones, que finalizó con una serie de adornos y medios pases de filigrana en los que se percibía la alegría de su natal Aguascalientes, previo a la estocada en lo alto.
El único que no se enteró de lo acontecido fue el juez de plaza, que le negó el rabo que pedían los 35 mil aficionados que llenaron el el coso. No era un rabo cualquiera, era un rabo frente a José Tomás de sinodal y tarde de expectación. Ese mismo juez le había negado una oreja a José Tomás en el toro anterior. Que al igual que el resto de la corrida de Xajay fue mansa, descastada, rajada, y con tendencia a regresar a la querencia.
Con este material el diestro de Galapagar nos mostró que es otro del que conocimos en años anteriores. Un auténtico maestro de tauromaquia que se agrega a su capacidad de hacer sentir el toreo. Por la misma razón, sin la transmisión de los bureles se le vio frío. Más, dueño de un sitio envidiable, conocedor de los terrenos y las distancias en los que ejecuta el toreo. En su necesidad de complacer a la afición, regaló un toro (que no puede ser, porque lo que no puede ser es imposible).
El madrileño vive y torea al margen. Vestido principescamente de champaña y oro, sus ademanes eran lentos, solemnes, chorreando majestad y torería. Extendía la capa en los remates de los lances y se envolvía en un rito. Ya no es el torero temerario que se la pasaba en los lobos de los toros. Conoce los secretos de la lidia y necesita del toro negro, renegrido símbolo de lo demoniaco que busca y burla la muerte y por dentro lo va matando. Así, sin apoteosis, salió triunfador El Cejas, que con rabo o sin él se consagró como figura.