os representantes de los países asistentes a la 19 Cumbre Iberoamericana, que concluyó ayer en Estoril, Portugal, condenaron enérgicamente el bloqueo comercial, económico y financiero que Estados Unidos mantiene desde hace más de cuatro décadas en contra de Cuba, y exhortaron al gobierno de Washington a poner fin a su aplicación
.
Dicho pronunciamiento ocurre un mes después de que el pleno de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas condenó por decimoctavo año consecutivo la continuación de esa política, con rechazo sólo de Estados Unidos, Israel e Islas Palau. En aquella oportunidad, el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, señaló que desde la elección del presidente (Barack) Obama, no ha habido cambio alguno en la aplicación del bloqueo
.
En efecto, luego de que Obama asumió el cargo, en enero pasado, con expresiones sobre una voluntad de acercamiento hacia el régimen de La Habana, y después que su presidencia adoptó medidas que daban cuenta de un avance tenue, pero visible, en ese sentido –como la supresión de las restricciones a los viajes, la autorización de remesas a la isla y el aval para revertir la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos–, en meses recientes ha ido moderando sus posiciones, probablemente con el propósito de no colisionar con los sectores conservadores de la sociedad y la clase política del vecino país.
En septiembre pasado, la Casa Blanca anunció su decisión de continuar con el bloqueo hacia Cuba al menos por un año más, con el argumento de que se trata de un asunto de interés nacional
, y hace unas semanas el mandatario reconoció que no cumplirá con el plazo fijado por él mismo para el cierre del campo de concentración que su antecesor, George W. Bush, estableció en la bahía de Guantánamo, ocupada por Estados Unidos desde hace más de un siglo como parte de un acuerdo colonialista y anacrónico, el cual constituye un foco de tensión adicional entre ambos países.
Por añadidura, durante todo este tiempo Washington ha insistido en su postura tradicional de que, a efecto de terminar con el embargo económico, el gobierno de La Habana debe corresponder
con cambios orientados a la eliminación de las restricciones
a las libertades sociales en la isla y al establecimiento de una democracia formal, exigencias que vulneran el principio de no intervención y las nociones básicas de respeto a la soberanía y a la autodeterminación de los pueblos.
Con la continuidad de una política que ha generado el rechazo de prácticamente toda la comunidad internacional –como puede verse en los pronunciamientos referidos–, que ha significado un castigo injustificable, inhumano y estéril para los cubanos, y cuya persistencia resulta por demás obsoleta –pues se trata de una determinación adoptada en el contexto de un orden bipolar y una disputa político-ideológica hoy superados–, Obama pone de manifiesto un retroceso lamentable en sus intentos (existentes, sí, pero del todo insuficientes) por redimensionar la proyección de su país hacia el resto del mundo.
El presidente estadunidense acentúa la percepción que comienza a formarse de él como un mandatario incapaz de llevar a cabo sus propias promesas, además de socavar su imagen y credibilidad internacionales, las cuales habían sido uno de sus principales activos.
En suma, pese al cambio de acento inicial en el discurso y en la acción de la administración Obama hacia la isla, es claro que al actual mandatario estadunidense le queda mucho por hacer para cumplir con el ofrecimiento de un nuevo comienzo
en las relaciones bilaterales, y que la persistencia del bloqueo contra Cuba constituye, hoy día, un lastre fundamental para resarcir el desastre diplomático, político y moral en que quedó inmerso ese país tras la era Bush.