ste artículo, que complementa al anterior, se refiere al libro de Ana Garduño que tiene como eje a Alvar Carrillo Gil. De su ágil lectura se infiere que el médico yucateco no era una perita en dulce
, pues ocasionalmente caía en exabruptos. Al parecer, Marte R. Gómez era más tratable y quizá por esa razón tuvo mejor acogida.
Sí, existen aquí y allá algunos comentarios y testimonios dispersos que, reunidos, comentados y ampliados podrían dar lugar a una publicación de similar envergadura a la que ahora me ocupa, y lo que Garduño anota respecto de la índole del ingeniero como coleccionista es importante, porque, al igual que sus referencias acerca de Alberto J. Pani o sobre Pascual Gutiérrez Roldán, enmarcan la caracterología especial y los aciertos (también las fallas) que protagonizó el doctor.
Es llamativo constatar que estos personajes claves en el coleccionismo mexicano cursaron carreras llamémosles clásicas
y la quinteta la completa un abogado, Licio Lagos, cuya colección no dio lugar a acervo museístico. Él también se vio inmiscuido en la industria de laboratorios farmacéuticos.
Por lo que respecta a Manuel Espinosa Yglesias, quien falleció en 2000, cabe recordar que está en el contexto de quienes prefirieron crear fundaciones a partir de su propio capital. El Museo Amparo de Puebla fue fundado en honor de su esposa, Amparo Espinosa. Antes de las funciones bancarias que desempeñó este coleccionista, están sus aportaciones en torno a la cinematografía, y además creó un foro que prestó ayuda a organizaciones feministas, que persisten en plena vigencia hasta ahora.
A través del cuidado que puso la autora en dilucidar las intrincadas gestiones que redundaron en la fundación del museo Carrillo Gil, nos percatamos de la injerencia que en eso tuvo el siempre recordado Fernando Gamboa.
La colección que alberga el museo Carrillo Gil es sólo una parte –muy importante– de lo que reunió el doctor, quien acostumbraba vender lotes de sus obras (la gráfica francesa es un rubro) principalmente a través de la Galería de Arte Mexicano, dada su amistad de muchos años con Inés Amor.
La archifamosa galerista es citada en el libro varias veces, sobre todo a través de sus recuerdos verbales que recogimos por escrito y editamos Jorge Alberto Manrique y yo, motivo por el cual ella, desde el inicio de las entrevistas que llevamos a cabo en 1976, decidió cedernos los derechos de autor.
Hay dos ediciones de ese libro, ambas del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
La primera tardó tiempo en aparecer, porque tal y como deja saber Garduño en una nota a pie de página, es cierto que el original pasó por el filtro de Carolina Amor de Fournier, pero es justo decir que lo poco que suprimió no concierne a la historia de la galería, sino a ciertas cuestiones de la vida privada de dos de los artistas integrantes del establo temprano.
Sobre las colecciones del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) hay una salvedad en la que resulta conveniente insistir. Todas las obras en los museos de esa dependencia son colección INBA y en ocasiones han cambiado de asignación respecto del acervo al que originalmente estaban destinadas, como sucedió, en medida importante, cuando se fundó el Museo Nacional de Arte, que absorbió obras del Museo de Arte Moderno (MAM), además las de la ex Pinacoteca Virreinal.
Por cierto, el meollo de la colección Tamayo del INBA pertenece al acervo del MAM, no al del Tamayo, aunque existen ulteriores adiciones y/o préstamos concedidos por la familia Bermúdez, la que por testamento heredó la preciada colección de Olga y Rufino.
La autora pone en relieve los desempeños –no siempre bienvenidos– del doctor Carrillo Gil como crítico y comentarista de arte, publicados en periódicos o en catálogos, así como su persistencia en figurar como conferencista, tanto en México como en el extranjero, aunque la importancia que se le ha conferido es predominantemente local. Eso supuso el empoderamiento
que da título al libro.
La cuestión está referida a su deseo de reconocimiento, por el que luchó denodadamente, sin que en todos los casos le fuera conferido, situación que se debe destacar porque existen otros coleccionistas que generosamente han puesto a la vista del público aspectos importantes de sus haberes.
El ejemplo más conocido y notable es el de Andrés Blaisten, también autor de una fundación que fomenta –además de un museo virtual de gran utilidad– la exhibición permanente y las temporales en el Centro Cultural Tlaltelolco de la UNAM, no tan asiduamente visitado como fuere de desear.