l poeta español León Felipe, quien tan certero fue al denunciar la injusticia, se nos vuelve un perfecto interlocutor ante los calamitosos tiempos que se viven en nuestro país y en todo el mundo.
Esta pantomima sangrienta y desgarrada, ese truco monstruoso y despiadado que está aquí en la picota del escarnio... ¿Para qué? ¿Qué significa? ¿A dónde vamos? ¿A dónde nos lleva esto? ¿A la justicia? Pero, ¿qué es la justicia? ¿Existe la justicia? Si no existe, ¿para qué está aquí don Quijote? Y si existe, ¿la justicia es esto? ¿Un truco de pista? ¿Un número de circo? ¿un pim-pam-pum de feria? ¿Un vocablo gracioso para distraer a los hombres y a los dioses? Respondedme (...) Respondedme. Que me conteste alguien... ¿Qué es la justicia? Silencio... Silencio. ¡Otra vez el silencio!
De nuevo la voz del poeta: Yo no sé si ésta es la hora de que hablen los dioses... pero el momento actual de la Historia es tan dramático, el sarcasmo tan grande, la broma tan sangrienta... y el hombre tan vil... que el poeta prometeico... el payaso de las bofetadas... se yergue... rompe sus andrajos grotescos de farándula, se escapa de la pista, se mete por la puerta falsa de la gran asamblea donde los raposos y los mercaderes del Mundo dirigen los destinos del Hombre... y pide la palabra
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Estas desgarradas y contundentes palabras fueron escritas por León Felipe en 1938, pero tienen hoy una vigencia asombrosa. Proceden de su obra El payaso de las bofetadas y El pescador de caña, donde su voz y a su alma se emparentan con don Quijote cuando pronunció por primera vez la palabra justicia en los campos de Montiel
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Para León Felipe, que conoció el horror de la guerra y la morada del exilio, don Quijote es el poeta prometeico que se escapa de su crónica y entra en la Historia hecho símbolo y carne, vestido de payaso y gritando por todos los caminos: ¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!... Sólo la risa del mundo, abierta y rota como un trueno, le responde. ¡Oh paradoja monstruosa! Todas las voces de la Tierra, zumbando en coro, haciendo rueda en los oídos de ese pobre payaso, del gran defensor de la justicia, con este estribillo de matraca: ¡No hay justicia!... ¡No hay justicia!... ¡No hay justicia!
Eterno retorno de lo igual. Compulsión a la repetición. Dolor y desgarramiento. En estos difíciles momentos, la larga lista de damnificados del mundo a causa de la injusticia crece de manera galopante y ¡No hay justicia!
Como el poeta, queremos justicia, porque la justicia nos dará el orden. Justicia hay que pedir y no orden. El orden no es más que una consecuencia de la justicia
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México y el mundo claman justicia. No puede hablarse de justicia cuando millones de individuos viven inmersos en el hambre y la miseria. Cuando el desempleo deja a millones de familias en la calle de la indefensión esquina con la zozobra. Cuando la inseguridad, la violencia y el miedo nos calan hasta los huesos. Cuando muere gente inocente en medio de balaceras y familias enteras quedan destrozadas por el dolor.
Cuando atentados terroristas matan a centenares de civiles que ni la deben ni la temen. Cuando se atenta contra el planeta y el ecocidio avanza imparable porque nadie respeta los tratados que buscan proteger el medio ambiente. Cuando se desatan guerras preventivas y quedan países destrozados e inmersos en la ingobernabilidad.
Cuando vemos desastres naturales como los que viven nuestros hermanos de Haití, con la cauda de devastación y violencia producidas por la corrupción. Cuando vemos tanta desigualdad social en tantas partes. Cuando... Cuando... Cuando...
¡No hay justicia! Y el mundo entero clama por ella.