sí vive el país. El fuego cruzado hace una enorme telaraña que lo paraliza y envenena. Es la lucha de todos contra todos; no es una sola guerra, sino muchas, y la mejor manera de vivir es teniendo un enemigo real o inventado a quién responsabilizar de todo.
Bajo el fuego cruzado caen jóvenes como los de Ciudad Juárez, Monterrey y Durango, pero también sucumben al fuego partidario del pragmatismo los que votarán en Oaxaca, Veracruz, Durango, Hidalgo, Quintana Roo, Sinaloa y el estado de México. El fuego cruzado de la polarización política, los insultos que esquizofrénicamente luego se convierten en alianzas, aleja a la ciudadanía de la política y el voto se hace tan peligroso como las balas, pues favorece gobiernos sin rostro, encapuchados, que ocultan intereses cuestionables.
Fuego cruzado hay internamente en el gobierno federal. Fuego cruzado entre gobernadores y de éstos con la Federación. En unos estados se mata; en otros se tira a los muertos. Cada quien reparte culpas y promueve acuerdos secretos. Cada gobernador se considera el mejor precandidato a la Presidencia de la República.
Cada elección es un campo de batalla en la guerra por 2012 para seguir exactamente igual o peor, pues no hay un solo conflicto que represente la solución de problemas, sino la disputa por el erario y el control de las clientelas. La ciudadanía en todo el país está bajo el fuego cruzado de los que han hecho del conflicto de poder el mejor negocio.
En las Cámaras el fuego cruzado es intenso. Toda iniciativa debe ser acribillada. Los que hacen una propuesta, mejor se atrincheran y en su momento las abandonan a cambio de otros acuerdos y prebendas. Ahí todos los insultos son balas de salva, ya que no apuntan a la construcción de acuerdos democráticos, sino de complicidades.
Lo que fue el concepto de equilibrio –separación de poderes– es ahora enfrentamiento y fuego cruzado intenso entre Legislativo, Ejecutivo y Judicial. El Poder Ejecutivo, debilitado y fallido, ha perdido toda credibilidad, pensando con ingenuidad que con mensajes diarios puede convencer, cuando día con día el país de sus guerras es cada vez más confuso. Su gran derrota se manifiesta cuando los ciudadanos, a quienes dice proteger, piden que salga el Ejército de sus ciudades y lo hacen responsable central de las víctimas del fuego cruzado.
El fuego cruzado entre Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador terminó tres años después en la alianza PAN-PRD. Ellos afirman que sus fuerzas se han independizado de ellos y que son autónomas, pero lo cierto es que sus ejércitos se fueron y pactaron la paz en completo desorden: a veces con el PRI y otras con sus adversarios acérrimos. La verdad es que aquel fuego cruzado intenso de 2006 acabó sin pena ni gloria en 2009.
En el juego (ya no fuego) cruzado de las alianzas se alían en un estado y se dividen en otro para perder, como en Zacatecas. Cada elección y cada fuerza política local es un microcosmos lleno de ironías e incongruencias. Lo trágico es que no es sólo palabrería, sino que luego se desata la violencia verdadera: oscura, pero segura.
Pocos son los lugares o instancias donde no hay fuego cruzado. Las atrocidades, como son las ejecuciones extrajudiciales, son apenas un parte de guerra, donde la violencia oficial tiene permiso y los derechos humanos son sumisos. Gracias al fuego cruzado ha ido ganando la visión de un Estado autoritario, que avanza sin dificultades ante el miedo y la incertidumbre. Estamos de regreso: en la guerra sucia, salvadora de la patria, que de nuevo muchos aplauden.
En el fondo, el fuego cruzado de todos contra todos es una derrota de la política, porque revela la falta de integridad de los discursos, y el país que fue construido bajo el lema de la modernidad, el viejo país, fue sustituido por uno disfuncional, vacío, sin rumbo.
La guerra presidencial contra el crimen organizado le dio estatus de Ejército a la delincuencia y una guerra chiquita se hizo grande. El narcomenudeo surgió cuando los grandes dueños del negocio decidieron que hubiera droga y que se quedara aquí; que ya no fuera sólo por los cielos, donde había señores con aviones, sino que se movieran por los pequeños caminos y los pueblos productores de inmigrantes.
Se imitó la política de George W. Bush contra el terror
y con la guerra: someter los impulsos de cambio democrático del país a la mediocridad, la nota roja y la decadencia oligárquica. Los medios hoy se someten a las versiones del oficialismo.
Lo peor es que el fuego cruzado general no es parte de un caos, sino un proyecto que conduce al país a su debilitamiento para ser devorado. El fuego cruzado es ya un concepto nacional, y en medio queda una gran incertidumbre hecha masa desorganizada, perpleja, sometida, que sólo existe y sobrevive por inercia, pues los que disparan piensan en un país del tamaño de sus intereses, monopolios, protectorados, y en aplicar la ley, violando la ley.
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