Opinión
Ver día anteriorMartes 30 de marzo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
James Ensor en La Noria
U

no de los más atractivos grabados de Ensor es La catedral (1886). Se trata de un edificio gótico que parece tambalearse, rodeado (en cuanto a la escala adoptada por el artista) de una plaza enorme atestada de una apretadísima multitud. La idea estará en la tónica de La entrada de Cristo a Bruselas (1888) y lo mismo sucede con El rey Peste y la cólera.

Tendemos a creer que la muerte con su guadaña o las calaveras actuantes pertenecen por entero a nosotros los mexicanos, y lo que sucede es que evocamos predominantemente a José Guadalupe Posada y a la prodigiosa vida de la muerte.

Aunque sea inevitable establecer esa liasson, en tanto las presencias humanas están sustituidas por esqueletos que lucen sus atuendos tanto en Ensor como en Posada, los métodos gráficos de uno y otro son en extremo diferentes.

Eso por un lado, por otro, en Ensor está la tradición barroca de las vanitas y la de las danzas de la muerte medievales. Lo que puede parangonarlos es la jocosidad de la que suelen hacer gala, más Posada que Ensor.

Posada puede ser incisivo y radical en sus mensajes, pero nunca es macabro; este calificativo sí puede aplicarse a Ensor en algunas, mas no en todas sus composiciones, en las que aparecen esqueletos. Posada tiene mayor vis cómica que Ensor, pero éste es dueño de un humor negro muy peculiar.

En el óleo Lucha de esqueletos por un hombre ahorcado (1891), los que luchan no lo hacen por un hombre, sino por un puppet que el esqueleto a la izquierda trae colgado de la vara con la que amenaza a su rival femenina, armada de escoba y de sombrilla roja. Al colgado nadie le hace caso y hay una razón para que así sea. El letrero Civet cuelga de su boca y el cordel o fierro pende del techo penetrándole en la cabeza. Eso, sumado al significado de la palabra civet, indicaría que el colgado no es tal, es carnaza de rastro con la que se puede hacer un ragout.

Es posible entonces que el título que ostenta ese cuadro le haya sido adjudicado por alguien que no vio bien lo que sucede en la escena, toda vez que el artista salvaguardó en su estudio muchas obras que en su momento no pudo o no quiso destinar a exhibición, de modo que –si lo que digo es plausible– el verdadero sacrificado es el puppet y quienes están a derecha e izquierda son espectadores de la escena, como si se tratara de un teatro.

El óleo del Esqueleto pintando, 1895, también es problemático en cuanto a título, obviamente se trata de un autorretrato, pero el pintor, con todo y la paleta bien surtida de colores y las escobetas que trae en el bolsillo, no está pintando nada, sólo apunta al travesaño del caballete rematado por una calavera en el que no hay lienzo alguno.

No sé si se trate de una más de las muertes de la pintura que ya habían hecho eclosión por entonces. Los lienzos representados, todos trasuntos del propio Ensor, están apiñados en el estudio, que se antoja escueto: unos están colgados, otros simplemente apoyados.

Hay otras calaveras en ese cuadro, mismas que sostienen las escobetas con la dentadura. ¿Qué quiso decir?, ¿había que desempolvar los cuadros?, a saber, no siempre lo que uno ve es susceptible de ser descifrado, salvo si se toma en cuenta que Ensor fue altamente crítico de la sociedad en la que le tocó vivir y también de su propio quehacer de pintor, a lo que se suma que el reconocimiento tardó en llegarle.

Lo dicho puede tener explicación válida si se compara este cuadro con Autorretrato ante el caballete, 1890, una cumplida pintura en la que el pintor posa ante su cuadro, con la paleta y un pincel fino (no escobeta) en la mano.

Se exhibe un Hombre de los lamentos, que no es lo mismo que decir un Ecce Homo verdaderamente horroroso, si tenemos como referencia las imágenes de Cristo, sean las de tipo judaico (la más hermosa y noble de todas quizá sea la del Cristo del tributo de Tiziano que hasta Freud comentó) que las de Velázquez o las de Guido Reni, por ejemplo, llorosas, dolientes pero siempre de rasgos bellos.

El Cristo de Ensor, 1891, tiene corona de espinas colocada como diadema, una boca enorme y expresión desesperada si no es que iracunda. Es la imagen de un hombre terriblemente maltratado a quien le espera un suplicio espantoso. No puede decirse que sea un Cristo expresionista, es mucho más que eso.

Este Cristo es pelirrojo, puede que sea un Cristo inglés, pues el pintor conservó nacionalidad británica, como la de su padre, hasta 1929. Ojalá la muestra Ensor desate reflexiones.