or la manchega llanura/ se vuelve a ver la figura/ de Don Quijote pasar./ Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,/ y va ocioso el caballero sin peto y sin espaldar,/ va cargado de amargura,/ que allá encontró sepultura/ su amoroso batallar./ Va cargado de amargura,/ que allá ‘quedó su ventura’/ en la playa de Barcino,/ frente al mar.”
Este poema de León Felipe, cargado de hondura y dolor, podría ser el estandarte de los vencidos no sólo de la Guerra Civil española y el genocidio posterior, sino de muchos millones de seres que hoy, en diversos puntos del planeta, viven inmersos en la amargura y en el lugar de los vencidos.
Ríos de tinta han corrido en torno al proceso del juez Baltasar Garzón, enjuiciado por su trabajo en defensa de la recuperación de la memoria histórica, del derecho de los vencidos a ser enterrados con la más elemental decencia, de permitir a sus deudos elaborar sus duelos, de tratar de sanar heridas hasta donde esto sea posible.
Bien sabemos que somos seres condenados a la repetición y que, como enunció Freud, hay que recordar para no repetir
. Sabemos, también por Freud, que las guerras son inevitables, pertenecen a una parte de la condición humana. Pero al genocidio hay que ponerle un freno y para ello debería estar la justicia.
Los vencidos (familiares de ejecutados y desaparecidos) van cargados de amargura
, porque quieren sepultar su amoroso batallar
enarbolado por la quijotesca labor de Baltasar Garzón.
Si los verdugos de manos sucias
creyeron que sepultando a los muertos en cunetas, la barbarie sería escondida, se equivocaron llanamente. Los cegó su brutalidad y su ignorancia. Los muertos retornan porque las heridas aún supuran en sus deudos y los duelos se tornaron inelaborables, pero sobre todo, porque los espectros siempre retornan. En el inconsciente humano nada se borra, lo reprimido siempre regresa y lo no elaborado sigue ejerciendo efectos traumáticos.
Pretender que los asesinatos en masa y la desaparición de seres humanos se olviden de un plumazo no es sólo una atrocidad, sino un manejo perverso del dolor humano. Ampararse tras sucias argucias legales para desterrar la razón y la justicia es una vileza, es perpetuar el emblemático grito salvaje de Millán Astray, cuyo lema triunfal era: ¡Viva la muerte!
Así como los espectros retornan, las voces de los poetas como León Felipe resuenan más fuerte que nunca junto al clamor de las manifestaciones de los vencidos que buscan reparar las heridas y aún esperan un poco de consuelo ante el dolor que han arrastrado desde hace 70 años.
Por la manchega llanura/ se vuelve a ver la figura/ de Don Quijote pasar./ Va cargado de amargura./ Va vencido el caballero de retorno a su lugar./ ¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura/ en horas de desaliento así te miro pasar!/ ¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura y llévame a tu lugar;/ hazme un sitio en tu montura,/ caballero derrotado,/ hazme un sitio en tu montura,/ que yo también voy cargado/ de amargura/ y no puedo batallar!/ Ponme a la grupa contigo,/ caballero del honor,/ ponme a la grupa contigo/ y llévame a ser contigo/ pastor./ Por la manchega llanura/ se vuelve a ver la figura/ de Don Quijote pasar...
Los que clamamos por la justicia natural, por la justicia universal, nos unimos a los vencidos de la historia pasada y presente de todos los pueblos del orbe y también pedimos, como León Felipe, al gallardo Don Quijote que nos contagie de su amoroso batallar y decimos en horas de desaliento
: ¡Ponme a la grupa contigo, caballero del honor!