l acuerdo tripartito alcanzado ayer por los gobiernos de Irán, Brasil y Turquía para resolver el conflicto en torno al programa nuclear del primero de esos países desactiva en forma satisfactoria e irreprochable los argumentos con los que Estados Unidos y la Unión Europea (UE) han descalificado y satanizado los esfuerzos científicos de la república islámica: ésta enviará a territorio turco mil 200 kilos de uranio enriquecido en bajo grado y recibirá, a cambio, 120 kilos de ese metal, enriquecido en el grado que requiere su reactor atómico.
El pacto constituye, en suma, una manera adecuada de conciliar los aspectos hasta ahora en pugna: el temor occidental de que Teherán adquiera la capacidad para fabricar armas nucleares y la determinación iraní de seguir adelante con su desarrollo tecnológico y preservar su soberanía.
La propuesta anterior, formulada por la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), era semejante: estipulaba la entrega, por Irán, de sus existencias de uranio a Rusia, para que allí fuera enriquecido, y luego convertido por Francia en el combustible que necesita el reactor iraní.
Teherán rechazó esos términos, pues eran semejantes a una imposición e implicaban reconocer la potestad de las potencias atómicas de controlar las actividades nucleares de la república islámica, la cual está en su derecho de rechazar esa pretensión, sobre todo si se toma en cuenta que el empeño fiscalizador, concentrado en los últimos meses en el llamado Grupo de los 6 (G-6: Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania), es toda una muestra de doble moral, pues ni las potencias atómicas que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, ni Alemania, intentaron, en su momento impedir el desarrollo de armas atómicas por Israel, India y Pakistán.
En contraste, el convenio signado ayer en la capital iraní constituye un pacto entre iguales y, lejos de representar un ucase necolonial, es la coronación de un esfuerzo de mediación de manifiesta buena voluntad que deja a salvo las inquietudes de las dos partes.
Los países que han pretendido prohibir el desarrollo de tecnología nuclear a Irán no tienen ya pretexto para porfiar en tal postura ni para rechazar los términos estipulados por Teherán, Brasilia y Ankara. Si, a pesar de todo, los gobiernos de Estados Unidos y Europa occidental siguieran empeñados en hostilizar a la república islámica y prohibirle cualquier actividad atómica, se evidenciaría que la preocupación por la proliferación nuclear es un mero pretexto para negar los derechos soberanos de un Estado integrante de la comunidad internacional que, hasta ahora, ha sido agredido y no agresor.
Quedaría claro también que, dicha por Occidente, la consigna de evitar la proliferación de armas atómicas o de destrucción masiva no apunta a crear un mundo más seguro, sino a mantener el monopolio de esos artefactos en manos de unos cuantos gobiernos, entre los que se encuentran dos particularmente belicosos: el de Estados Unidos y el de Israel.