La opinión de la crítica, dividida tras la proyección de la cinta en el festival de Cannes
No es acerca de la muerte, sino de la vida de verdad, comenta el realizador
La vida es deprimente, pero es lo que tenemos; hay que vivirla con sufrimientos y esperanzas, expresa Javier Bardem
Martes 18 de mayo de 2010, p. 9
Cannes, 17 de mayo. Tras enorme expectativa, Biutiful, la primera película de Alejandro González Inárritu sin la colaboración de Guillermo Arriaga, el guionista con quien creó exitosamente Amores perros, 21 gramos y Babel, fue acogida ayer con gran división de opiniones de la crítica del festival de Cannes.
El cineasta mexicano había rodado sólo una vez en español y jamás se había concentrado en una sola locación (Barcelona), pero lo más sustancial es que por primera vez se atreve a contar una historia lineal: con principio, nudo y desenlace. En esta entrega, fiel reflejo de la dura realidad que nos rodea
, Uxbel es un hombre que lucha por entender y ayudar a los demás, incluso a los muertos. Todos sufren desgracias, pobrezas, enfermedades y las miserias de la explotación y el tráfico ilegal del género humano. En medio de este infierno, un actor prodigioso, Javier Bardem, y el innegable talento visual de González Inárritu. Inseparables en este certamen, ambos artistas nos cuentan en esta entrevista detalles del proceso creativo.
Una ciudad hermosa
–¿Por qué la decisión de rodar Biutiful en Barcelona?
AGI: Primero, porque la comida es deliciosa (risas). Viví allí un año y sólo pensaba en eso. Segundo, Barcelona es una ciudad hermosa. Un día al caminar por sus calles, después de no haberla visitado por muchos años, me sorprendí al ver la comunidad vibrante, compleja, diversa que está formándose en sus suburbios, una verdad que poca gente quiere ver o quiere integrar. Entonces el personaje de Uxbal, que estaba en ese momento fabricándose en mi mente, me ‘dictó’ que él pertenecía allí, que era también un inmigrante en su propia tierra. Barcelona siempre ha sido una ciudad multicultural y multirracial. El centro de Europa. La magnífica fotografía de Rodrigo Prieto supo impregnarla de desolación y poesía.
–El personaje de Uxbal por momentos parece un santo, un ángel humano tratando de ayudar incondicionalmente a su familia y a quienes están a su alrededor.
JB: El guión me inspiró a representar una persona que está bajo el efecto de la corrupción y la explotación, tanto hacia sí misma como hacia los demás. En una circunstancia tan adversa como la que se le presenta, la única opción de poder regenerar algo que los hijos puedan heredar y de lo que se puedan nutrir es la compasión y el amor. Es un aspecto perdido en nuestra sociedad. Por eso, si ves a alguien compasivo, la gente lo reconoce como un santo. Y no es así. Estamos tan alejados del síntoma y del efecto de la compasión, que nos parece casi altruista. Creo que la grandeza de este personaje reside en que no deja que se apague esa llamita de compasión y comprensión, hacia uno mismo también.
AGI: Coincido en ese sentido, pero es la santidad vista no en la forma católica, sino como un camino a la luz. Creo que la película no es acerca de la muerte, como algunos han dicho, sino acerca de la vida, pero la vida de verdad. Se trata de compasión, pero la humana, no la santurrona. El perdón, pero el que es humano, no el del sacrificio. El camino del entendimiento, del rendirte a las cosas. Eso para mí es luminoso. El camino de Uxbal y la forma en que lo interpreta Javier es precisamente eso: alguien que está en paz consigo mismo, que se perdonó a sí mismo. En estos tiempos hablar de eso parece casi una blasfemia.
–Javier, ¿siente especial afición a los personajes depresivos y deprimentes?
JB: La vida es deprimente, pero es lo que tenemos. Es muy intensa. Tenemos que vivirla tal como es, con sus sufrimientos, pero también con sus esperanzas. La existencia de cada uno de nosotros depende de la actitud que tomemos. Más bien, Uxbal es uno que nunca pierde la esperanza. Lucha contra todo y sobre todo contra su mal hasta el final, porque no quiere morirse ni dejar a sus hijos.
–Pero la película es desoladora y deprimente. Sin concesiones.
AGI: La sociedad está enferma y va en la dirección errada porque no nos aceptamos como somos. Pero, por el contrario, esta película está llena de esperanza. Incluso su protagonista, que trata de luchar contra todas las desgracias y de ayudar siempre al prójimo. Es un hombre sencillo en medio de terribles circunstancias, pero con mucha capacidad de comprensión y de perdón. Ésa es la clave de todo. Creo que de mis películas, ésta es con creces la más llena de esperanza y con la que más complacido me siento.
–Pero aquí ni los muertos descansan en paz. Uxbal, quien posee el don para hablar con ellos, tiene que ayudarlos a apaciguarse.
AGI: La espiritualidad la tenemos todos, lo que pasa es que la mayoría de las personas vivimos totalmente cegadas. El momento en que estamos un poco en silencio, de pronto empezamos a encontrar una dimensión que es muy difícil de hallar, sobre todo porque vivimos absortos por los teléfonos celulares, la tv. Estamos totalmente ensordecidos por la cultura que nos está matando. Todo es parte de esta intoxicación y de una materialización brutal. La espiritualidad no es acerca de la religión, es acerca de nuestra naturaleza. Veo que cuando nos tocan estas fibras pequeñas en una película como ésta, nos parece sobrenatural y no lo queremos aceptar.
–Es su primera película sin el guionista Guillermo Arriaga como colaborador. ¿Cómo se sintió?
AGI: Como cineasta siempre tienes colaboradores en diferentes etapas. En la primera, muy técnica, tienes el guión, y creo que el periodo que yo tuve con Arriaga fue muy productivo, muy exitoso, y se cerró en un ciclo natural. Una vez que se acaba esa colaboración en el papel, que se traduce después, cuando arrancas el rodaje, sientes, como director, una soledad colectiva en el set. El proceso siempre es el mismo. Lo que pasa es que ahora tuve también la fortuna de explorar esta misma experiencia con Armando Bo y Nicolas Giacobone, jóvenes talentosos que brindaron mucha frescura e inocencia. Estoy muy satisfecho porque una de las cosas que me propuse fue que esta película, más que por un plot, se rigiera por un personaje. Eso marcó una diferencia radical. La linealidad de la narrativa representó para mí un reto enorme, mucho más difícil porque no tenía donde esconderme.
Desafío
–Biutiful se diferencia precisamente por eso y por su rigurosidad narrativa. ¿Fue más arduo el proceso que en las tres anteriores?
AGI: Fue tan difícil hacerla como las otras películas. Pero al menos ésta fue en español. Biutiful es precisamente todo lo que yo no había hecho antes. La diferencia radica en que en mis películas anteriores yo partía de personajes y circunstancias complicadas que iban tomando vida por medio de una narración más simplificada. En ésta sucede lo contrario: parto de un personaje sencillo a cuya existencia le impregno gran complejidad a través de este intenso viaje emocional. Un gran desafío. Es lo mismo, pero diferente. Si produces manzanas, vendes manzanas.
–¿Cómo incorporó la imagen y las vivencias de aquella Barcelona en su personaje?
JB: Es que esa Barcelona sí existe, aunque muchos lo nieguen. Pero es una Barcelona que no existe sin la otra. Se alimentan la una a la otra recíprocamente. Madrid, París, Londres, Roma, son ciudades repletas de estos submundos, que realmente viven debajo del suelo. Lo conocía por medio de las noticias, pero ahora lo he palpado gracias a Alejandro. Uno va a estos lugares con juicios y prejuicios y vuelves con más comprensión y compasión sobre estas situaciones.