omo la mancha de petróleo que derramó British Petroleum, se extiende la convicción de que México está en una situación crítica de la que no parece posible que se levante. Poco importan las declaraciones de que en nuestro país el desempleo es sensiblemente inferior
al promedio de los países industrializados. Tampoco sirve advertir que existe un bajo riesgo
de que las dificultades financieras de gobiernos europeos se trasladen a la economía mexicana. Lo cierto es que cada vez más mexicanos piensan que el país no tiene salida.
Pudiera pensarse –como lo plantea Calderón– que se trata de un asunto de percepciones y que, en consecuencia, hay que revolucionar
nuestra actitud, para dejar atrás sombras, prejuicios, dudas, miedos
que no nos permiten avanzar. Sin embargo, debe reconocerse que tras las percepciones hay razones objetivas para documentar que no sólo no hay avances sensibles en las condiciones de vida de la mayor parte de los mexicanos, sino que en aspectos importantes las cosas están empeorando.
El asunto de la ocupación y el desempleo es elocuente. Se convoca a conferencias de prensa mensuales para informar
que se han creado miles de nuevos puestos de trabajo. En la de hace dos días el dato presentado es que de enero al 15 de mayo se crearon 403 mil 483 empleos en la economía formal y que para todo el sexenio se ha establecido el récord
de 710 mil 63 empleos. Al mismo tiempo, el INEGI informa que la tasa de desempleo llegó en abril a 5.4 por ciento de la PEA, es decir, 2.5 millones de personas buscaron emplearse y no lo consiguieron.
El mercado laboral mexicano se caracteriza, entre otras cosas, por puestos de trabajo que tienen una altísima rotación, debido a que su remuneración es baja y a que las condiciones son difíciles. En consecuencia, muchas personas en busca de empleo prefieren ocuparse en el sector informal que tiene una remuneración diaria superior, aunque sin prestaciones, y con horarios de trabajo menos complicados, en espera de conseguir un empleo formal que satisfaga sus necesidades económicas. Esto se prueba al desagregar a la población desocupada: 72.2 por ciento de ésta tiene un nivel de instrucción superior a la secundaria.
Otro dato que debe considerarse es la población subocupada. Casi 10 por ciento de la población ocupada declaró tener necesidad de trabajar más horas, lo que implica que su posición actual es temporal e insatisfactoria y que se mantiene en ella porque no encuentra una posición laboral adecuada. La información no puede dar lugar a consideraciones optimistas. La imagen es precisamente la contraria: las condiciones del mercado de trabajo siguen siendo negativas, lo que se confirma con los miles de mexicanos que han emigrado y los que siguen intentando hacerlo.
El dato central, sin embargo, está fuera del mercado de trabajo. Está en la constatación de la cantidad creciente de personas, particularmente jóvenes, que están involucrados en actividades ilícitas, tanto en delincuencia organizada como en operaciones de pequeños grupos. La delincuencia tiene una presencia extendida en todo el país, en las actividades económicas, en los diferentes sectores sociales. Presencia que va imponiendo su dominio sobre la sociedad. El gobierno puede decir lo que sea, pero el dato duro es que la delincuencia organizada está cada vez más presente en la vida cotidiana de los mexicanos.
Predomina la desesperanza, la convicción de que las cosas no van a mejorar. Durante años se pensó que construir un país democrático permitiría que las condiciones de vida de muchos mejoraran. Es cierto que era pedirle peras al olmo. Al construir mecanismos electorales menos inequitativos se logró que hubiera alternancia, pero perdimos la oportunidad de que eso significara diversidad de opciones de gobierno. En ese resultado los culpables no son sólo los partidos políticos. Lo son también los grandes poderes económicos que, legal e ilegalmente, han actuado para vetar candidatos e imponer a sus favoritos. La desesperanza es también su responsabilidad.