n medio de un panorama cultural y educativo de retroceso grave y generalizado, el Foro Internacional de Música Nueva que lleva el nombre de su fundador, Manuel Enríquez, renace con brío para su trigésima segunda edición ininterrumpida.
El concierto inaugural del domingo 23 se llevó a cabo en el no del todo adecuado auditorio Silvestre Revueltas del Conservatorio Nacional de Música. Los intérpretes: la Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez y su director titular, Enrique Barrios. En el programa, sólo música mexicana, con tres obras de compositores muy jóvenes, y una más del veterano y experimentado Humberto Hernández Medrano.
La partitura más atractiva de la tarde fue la Sinfonía k1, de Alejandro Castaños (1978). En la obra, el compositor se mantiene puntualmente fiel a su declaración de principios sobre los grandes contrastes como modus operandi. La orquestación es siempre eficaz y Castaños hace un hábil empleo de los pulsos, a los que sobrepone con buen tino diversas masas sonoras y colores instrumentales.
La energía sónica de la Sinfonía k1 se percibe, en comparación con las obras de sus jóvenes colegas, más depurada y más concentrada. Castaños propone, entre otros elementos especialmente notables, una muy bien lograda sección central de sonidos indeterminados. Por momentos, me pareció percibir en la construcción de sus texturas algunas sombras de la escuela polaca del siglo XX.
La obra inaugural del programa, y del Foro, fue Ave Fénix, de Daniel Ochoa Valdez (1986), sustentada en buena medida en la presentación de motivos sonoros y su expansión mediante diversos recursos. Los principios estructurales que gobiernan el desarrollo de Ave Fénix (desarrollo de cualidades episódicas) son hasta cierto punto tradicionales, y así asumidos con claridad por el autor. Marcada por diversas secciones de corte dramático y de aliento descriptivo, la obra de Ochoa está caracterizada por una correcta y académica orquestación, a la que quizá le hubieran venido bien algunos riesgos, una cierta temeridad.
Víctor Ibarra Cárdenas (1978) presentó su obra Anagké en la cual, precisamente, se percibe esa orquestación más atrevida y más diversificada. Desarrollada entre otras cosas a partir de un buen trabajo de densidades diferenciadas, Anagké es una obra robusta y energética cuyo resultado final se beneficia de un buen manejo por bloques, tanto constructivos como tímbricos. En el rubro del contraste, Ibarra transita con seguridad por la alternancia entre la refinada depuración/decantación sonora y la acumulación progresiva de todo el poder orquestal.
Para concluir, el Homenaje a Copland, de Humberto Hernández Medrano (1936), obra ya añeja pero recién revisada para su versión definitiva en este 2010. La audición de la pieza permite descubrir (de manera análoga a las obras ya comentadas) una orquestación sólida y clara, con las distancias estilísticas lógicas cimentadas en las distantes cronologías respectivas. Didácticamente seccional y de diáfana estructura, este Homenaje a Copland es entre otras cosas una exploración de algunas posibilidades de la escritura imitativa. En sus últimas, brillantes páginas, Hernández Medrano alude con cierta claridad a la música del compositor homenajeado.
A lo largo de estas tres décadas, me ha parecido que los conciertos sinfónicos del Foro están siempre entre lo más atractivo de su oferta, aunque en varias de sus ediciones se han caracterizado por ser irregulares en la calidad de sus programas. Esta vez, por el contrario, fue posible percibir un nivel bueno y homogéneo que permitió, a la vez, constatar que la técnica y los recursos expresivos de Ochoa, Ibarra y Castaños, compositores evidentemente estudiosos, tienen margen de perfeccionamiento.
Asimismo, la orquesta Chávez tuvo momentos de enjundioso compromiso con estas músicas nuevas y, sin duda, hay tiempo para que refuercen el concepto de que en estas partituras nuevas, la disciplina rítmica y la entonación son tan importantes como en Brahms.