eer todos los días los periódicos, lo que hago siempre a primera hora, alternando La Jornada y El País, tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Busca uno la esperanza y lo más probable es que se encuentre con el desánimo.
Leo primero La Jornada para enterarme de lo que pasa en casa aunque, al mismo tiempo, me entero de lo que ocurre en España gracias al anexo de La Jornada que la ha convertido en un diario alterno. Lo mismo te sientes en el Distrito Federal o sorprendido por los acontecimientos criminales en cualquier estado de la República, que en medio de los conflictos entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy o, si quieres entrar en detalles escabrosos, en la persecución indecente que se ha desatado contra Baltasar Garzón. Recuerdo tantas cosas de la guerra de España; los crímenes del franquismo cometidos durante la guerra civil y muchos años después de terminada. Y que ahora sea motivo para acusar a Garzón de prevaricación, me parece intolerable. El País me ratifica las mismas noticias, pero con acento español.
Hace años asistí a una conferencia de Garzón aquí, en México. Lo saludé, nos identificamos y sobre muchas cosas me pareció un conferencista de alta calidad. Por cierto que en esa ocasión saludé a Diego Fernández de Cevallos, con quien siempre he tenido una relación cordial, hoy matizada por la angustia de su secuestro. Nuestras evidentes discrepancias políticas no impiden mi admiración por Diego, excelente abogado y político de altura. Por supuesto que no coincidimos en muchas cosas, seguramente la mayoría de las que tienen que ver con la política y la práctica profesional. Pero lo admiro y le tengo mucho afecto.
El mundo está de cabeza, y como se da la casualidad de que también formamos parte de él, la inquietud, a veces la angustia, se ha convertido en el estado de ánimo habitual.
Hay una conclusión más que evidente: el PAN ha fracasado de manera estruendosa en el manejo de la cosa pública. Sus perspectivas a corto y mediano plazos: elecciones de uno y otro objetivo, se presentan fatales para un partido que no ha aprendido a gobernar. La economía anda de cabeza, y el empleo, que es un tema fundamental, igual. La corrupción, vieja herencia de la Colonia, sigue tan campante, inclusive sin matices ideológicos especiales, y el tema de la droga pone en evidencia que los soldados no nacieron para policías y que los policías nacieron para delincuentes.
Es preocupante la situación de nuestra relación con Estados Unidos. La decisión adoptada en Arizona, que legaliza la discriminación a los mexicanos, es una verdadera vergüenza. Pero tampoco hemos hecho nada para contrarrestarla.
Nos quejamos de que las armas para los narcos cruzan la frontera con entera libertad. Yo los invito a que hagan la experiencia, por ejemplo, de pasar del lado americano a Tijuana para que se den cuenta de la absoluta falta de control sobre lo que se lleva en los automóviles por parte nuestra. Puede entrar lo que les dé la regalada gana, así sean pistolas, rifles de alto poder, granadas de mano, bombas atómicas, para andar por casa, y cualquier otro instrumento parecido. Para los gringos es una oportunidad maravillosa para vender un producto que tiene amplio mercado y que, además, les garantiza la suficiente provisión de toda clase de drogas. Los narcos se arman felices y exportan con toda tranquilidad el producto que el mercado americano consume con entusiasmo desbordante. Todos ganan, menos nosotros, que padecemos inseguridad absoluta.
México merece otra suerte. Si nos olvidamos de la enorme extensión, empezando por Texas, que nos robaron los gringos y nos conformamos con nuestras actuales fronteras, fácilmente podemos llegar a la conclusión de que tenemos un país maravilloso: costas, llanuras, montañas, minas, bosques, lagos y ríos. Tal vez la población no nos deja tan satisfechos. Pero puede mejorar. Es cuestión de decidirlo. Yo creo que es momento de hacerlo.
Es un problema de educación y de justicia social. No es tan difícil resolverlo