e las aventuras artísticas que he oído recordar últimamente, la que llamo Síndrome Sonatas ha sido la más inquietante.
En 1959, Manuel Barbachano, junto con UNINCI, productora de cine española, llevó a cabo la coproducción más prometedora de la época, Sonatas, basada en dos episodios de esa obra de Ramón del Valle-Inclán. En el proyecto intervinieron los ideales políticos y artísticos más admirables de la época; grandes nombres relacionados con el cine, el arte y la literatura, así como las mejores intenciones. El entusiasmo puso en marcha el conjunto, coordinado para apuntar a un mismo fin: el éxito. Ni en el plan ni en el desarrollo había falla posible. El triunfo estaba asegurado.
Barbachano quería hacer un nuevo cine en México, diferente del que caracterizó la Época de Oro del cine mexicano, que en principio había estado orientado a fines comerciales. Quería aprovechar lo mejor de esta industria pero con metas cultas y artísticas, como había hecho con Luis Buñuel en Nazarín. Y pensó en grande, con carácter de competencia internacional. Para empezar, coproducir binacionalmente, México y España, con elementos de los dos países y filmación también a ambos lados del Atlántico. Barbachano armó un equipo prestigioso y combativo, dispuesto a enfrentar dificultades como la del franquismo y su censura en España, o el hecho de que en ese tiempo estuvieran rotas las relaciones diplomáticas entre las dos naciones en juego. Y logró que se sortearan los aprietos que surgieran y que se trabajara en armonía. Contó con el mayor talento a mano para todos y cada uno de los apartados del proceso. Por citar sólo a algunas de las primeras figuras, menciono por ejemplo, en producción, y aparte de Barbachano, a Carlos Velo y Ricardo (El Peloncito) Muñoz Suay; en dirección al cineasta madrileño Juan Antonio Bardem, quien había sido encarcelado y que en 1979 contaría con un galardón en el Festival de Moscú, aparte de contar ya con el Premio de la Crítica en el Festival de Cannes (1955) y en el de Venecia (1956); argumento, del propio Bardem, con la colaboración de Juan de la Cabada y José Revueltas; fotografía, Gabriel Figueroa; escenografía, Gunther Gerszo; entre los intérpretes, María Félix, Ignacio López Tarso, Francisco Rabal, Fernando Rey, Aurora Bautista. La película se hizo en cuatro meses y en su momento se presentó en el festival de Venecia. Sin embargo, y a pesar del talento y del trabajo invertidos, Sonatas fue un fracaso.
La historia me desconcertó al grado de preguntarme cuál habría sido la razón. Y até cabos para explicármela.
Justo antes de que la película fuera exhibida, los realizadores tuvieron el ominoso pálpito de un desenlace negativo, pero no se detuvieron en suponerlo, sino que lo hicieron saber. Así, cuando la crítica se dispuso a ver Sonatas, ya estaba predispuesta a juzgarla como un fracaso.
No soy tan aficionada al cine como para juzgar la cinta por mí misma y llegar a una conclusión conocedora. En todo caso, mi interés en traer a cuento estos hechos es otro.
A partir de mi época de formación, por haber leído La interpretación de los sueños, de Freud, he recorrido todos estos años de realización en mi trabajo con la confianza de que, cada vez que he soñado que un libro mío fracasa, y lo he soñado la víspera de la salida a la luz de cada uno de mis libros, no me he atormentado, pues he confiado en que tarde o temprano la realidad me demostraría lo contrario.
Y hasta que oí la historia del fracaso de Sonatas, no había tenido por qué desconfiar de Freud.
Y si insisto en esa fórmula suya, que a mí me ha sostenido, puedo proponer la hipótesis de que el fracaso de Sonatas se debió, no al atisbo, o sueño, de fracaso que experimentaron sus realizadores antes de que fuera exhibida la película, y que, como tal, según Freud, más bien les aseguraba el éxito, sino a que expresaron su temor. Y este quebranto del secreto de un sueño fue el responsable de alterar el curso de su sentido, que auguraba triunfo.
Quizás al revelar aquí que la víspera de su salida a la luz sueño que mis libros fracasan, predisponga al lector en su contra y mis libros, en efecto, fracasen; pero, si a la vez consigo que un artista no comunique que sueña que la obra que está por inaugurar fracasa, sino que descubra en su sueño el sentido opuesto, mis palabras, en efecto, habrán triunfado.