Corregir, aprender, asumir
s bonito, de veras es bonito, ver cómo a cierta gente le gusta más que le corrijan sus versos (corregir puede no ser la precisa palabra, pero de momento la dejamos) que aprender de esas mismas correcciones. Lo que ya no resulta tan bonito es mirar cómo se apropian, en el sentido más de propiedad privada que de apropiación propiamente dicha (entrega de uno mismo a eso que sólo de ese modo se vuelve, sí, de uno), de lo que solamente asimilado les pertenecería. Esto que yo hice parece todavía no hacerme que lo haga
, podría leerse entre líneas en su rostro, sus ademanes, sus actitudes. Tienden a la satisfacción, no al sacrificio. Y de ese modo sus cuerpos andan, al fin y al cabo, desconectados de lo que lucir suelen como sus propias palabras.
Pero adviértase que, si bien corregidos los poemas, y he visto correcciones buenísimas (son pocas pero son; mencionaré a ese respecto a dos para el caso maestros excelentes: Elsa Cross y Gonzalo Rojas, y advierto que no podría mencionarlos sin la generosidad de la poeta que tuvo el buen tino y la humildad de exponer sus versos al tan prudente como apasionado criterio de la mexicana, el chileno), no están corregidos: han sido llevados a una realización mejor, proveniente de ellos mismos.
Propongamos que la forma final no la decidió el hacedor del poema, pero el poema, que desde luego es suyo, sin duda. Y si el poeta opta por la forma que el corrector
le ofrece, es claro que decide hacer suya la forma que parece decidida por el otro, que sólo lo parece, pues cuando bueno no hace sino escuchar, más hondamente que el poeta mismo, las palabras de éste.
Pero ello obligaría, y no hay vuelta de hoja en esto, al poeta a conformar su vida a las palabras suyas mejor, más hondamente, que por sí mismo escuchadas. La adaptación no es fácil, y no necesariamente porque no correspondan a la vivencia profunda del poeta, sino porque acaso solicitan de él una responsabilidad mayor que la acostumbrada. Corregir un poema, sea que el hacedor del poema lo haga por sí mismo, sea que recoja las recomendaciones de algún otro (el caso más recordado: la colaboración de Pound con Eliot), es corregir (encontrarle un más auténtico, más fino, más certero sentido) la vida del creador.
Toda creación es colectiva, y todos lo sabemos. Alguien debe responsabilizarse de la obra, es cierto. Alguien o algunos. Pero en el caso de ser poeta y de hacer poemas lo que se escucha o vive es la poesía, no la poesía de uno. Y si uno acude con alguien en busca de mejor oír poesía debe adaptar su vida a eso poético que le está siendo dado, ofrecido. Debe hacerse poesía, gracias a sus propias palabras, en las que parecieran ser de otro y no lo son: son suyas porque de la poesía que él supo escuchar, si bien no por completo, vienen. Porque la poesía se las quiere regalar. Pero aceptar todo regalo es siempre aceptar un misterioso compromiso.