a disputa por la igualdad se va perdiendo en el mundo entero. La concentración de la riqueza en pocas manos lleva la delantera aun en regiones (Europa) donde el Estado de bienestar había dado grandes zancadas. El pensamiento neoliberal ha logrado colonizar las mentes de aquellos que detentan el poder y los guía hacia un accionar dañino para los intereses de las mayorías. En México, sin embargo, dicha concentración ha sido un ejemplo señero por la agresividad con la que se ha acumulado la riqueza producida, la cual se les transfiere sin miramiento alguno. Los últimos decenios, 27 o 30 años recientes, han sido dramáticos para este país. No sólo por la desigualdad que se ha propiciado mediante cuanta triquiñuela ha podido ser imaginada, sino porque se le ha acompasado con un envilecimiento de la vida pública sin paragón en la historia.
No hay institución que quede al margen del manoseo y el yugo de los de arriba. La cultura misma ha sido marcada con la quiebra de valores, tanto individuales como colectivos. La impunidad, cemento que une a este estado decadente de cosas, es el precursor del desamparo, de la nociva indefensión a la que se hallan sometidos los ciudadanos. Las elites gobernantes, en su voracidad sin límite, levantan sus enormes parapetos con la más rampante y cínica demagogia, siempre arguyendo apego a la legalidad y el respeto irrestricto por las instituciones. Es por eso que el sistema establecido no duda en propiciar y usufructuar elecciones que desembocan en recambios estériles como los actuales. Ellas son una vía, amplia y provechosa, para proseguir esta encomienda de expoliación voraz. Ninguna alianza derechista puede modificar tendencias, sino, al contrario, reforzarlas.
Por fortuna, las recientes elecciones llevadas a cabo muestran un resquicio de esperanza. Aun entre el griterío que se desató en los medios de comunicación para encontrar, al gusto de los difusores orgánicos, ganadores y perdedores individualizados, algo con valor puede ser rescatado. Y eso que se puede observar, si se le atiende con sinceridad, habla de la presencia y el espíritu que animó a los votantes. Lo hace ahí donde, a pesar de los flagrantes delitos cometidos por gobernantes y mañosos aliados, su voluntad logró despuntar hacia el deseo de emancipación. Los electores, en ciertos estados nada más, le dieron cauce positivo a su enojo, a su descontento y no se quedaron quietos, aturdidos por la demagogia del voto nulo, la indiferencia del miedo (BC o Tamps), sino que se movilizaron para darse una oportunidad adicional a ellos mismos. Se fijaron en los candidatos y los evaluaron. Supieron quiénes podrían auxiliarlos y quiénes son los simples vehículos de la continuidad malsana. Visión y voluntad claramente expresada en Oaxaca, por ejemplo. Así, el reinado de terror, el despojo y los latrocinios que envuelven a esa tierra bien pueden concluir. El pueblo de Oaxaca ya no quiere ser la base que sostiene a una enorme pirámide de explotación nacional impersonada en lo más perverso del modo priísta de hacer política y que el PAN sigue a pie juntillas.
Ahora Gabino Cué tiene, quiéralo o no, parte sustantiva de esa encomienda de rescate. Debe, al menos, dar inicio a la recomposición de los equilibrios sociales, a la participación sin trabas y la justicia distributiva. Tiene que ser fiel al reclamo del pueblo y nada más. Colocar a esos que dicen haberlo apoyado con su alianza electorera en su justa proporción que no es de gran alcance ni altas miras. Tampoco prestar oídos a esos otros que, aunque, en efecto, le tendieron la mano, quieren ahora pasarle facturas de sujeción y negocios. Los que le acogieron con generosidad o le mostraron la ruta posible sin condicionantes previas, es seguro que tampoco pretenderán atarlo o pedirle indebidas cuentas. Lo único ante lo cual debe responder Gabino y los que lo acompañen en la tarea, se concreta en rencauzar la extraviada labor política por los rumbos de la justa honestidad.
Similar fenómeno cívico tuvo lugar en Puebla. Ahí los poblanos fueron a las urnas no alentados por una alianza que poco se correspondía con sus inquietudes efectivas. Sortearon trampas y condicionamientos de décadas para dar un salto, todavía pequeño y sin las debidas seguridades, pero con esperanzas ciertas. Los motivos de su accionar tienen que ver, de nueva cuenta, con el insoportable ambiente generado por un mal gobernante, por su cauda de salteadores mancornados y una manera degradante de valorar la conciencia individual y colectiva de los ciudadanos. Pero a Moreno Valle le han salido mentores de variadas tesituras y calañas. Autocalificados protectores, aliancistas convenencieros y hasta socios que pueden, con facilidad, desquiciarle miras, forzar falsos respetos que le llevarán a desviar las urgentes atenciones para con los que le votaron. Su base de sustentación es por demás endeble. Sólo el respaldo popular, si sabe encontrarlo, le pondría a salvo de las inminentes presiones que habrá de recibir.
Las famosas alianzas entre los dirigentes, impuestos por tribunal convenenciero, no se olvide, y el partido del señor Calderón, no fueron los que salieron exitosos de las pasadas elecciones. En estas elecciones se dio una muestra de la inminente debacle del mal gobierno (Zacatecas, Hidalgo, Sinaloa, Veracruz) junto a la manipulación clientelar. Fueron, estos aliancistas, en el cabús de la derecha y ahí parecen sentirse triunfadores. El PRI no va a ser derrotado porque se le gane en el estado de México mediante una nueva alianza. La lucha cierta es contra la derecha, ya sea del PAN o la del PRI o la de ambos combinados, como siempre ha sido en estos últimos decenios. Son los electores organizados, y su consciente movilización tras un objetivo transformador de México, lo que pondrá fin a un ya muy alargado periodo de decadente vida institucional, política, económica y cultural de la República. Eso se logrará despertando, con información verídica, la esperanza en un sólido programa de reconstrucción nacional.