n una ciudad de intenso sol y fuertes lluvias mucho se agradecen los portales que proporcionan sombra, abrigo y una hermosa imagen urbana. La antigua ciudad de México contaba con varios de fama, algunos de los cuales han sobrevivido. Los más añejos son los que se encuentran en el lado poniente del Zócalo, conocidos como Portal de Mercaderes. Consisten en una hermosa arquería, comprendida entre las calles de Madero y 16 de Septiembre. Datan de 1524 en que el Ayuntamiento capitalino ordenó la construcción de soportales en los predios que rodeaban la Plaza Mayor. Esto dio gran auge al comercio que se desarrolló hasta desbordarse, al grado que en el siglo XIX, en las pilastras estaban adosadas alacenas, principalmente para venta de juguetes; las tiendas eran sobre todo de sombreros y por las noches, los dulceros instalaban sus mesas, convirtiendo el portal en parte del paseo nocturno.
Eran muy concurridos los de Santo Domingo, que aún existen en la majestuosa plaza; bajo sus arcos se albergan desde hace siglos los escribanos que ahora utilizan máquina de escribir, algunos computadora y hay multitud de pequeñas imprentas, que al momento le elaboran su invitación de 15 años, boda, bautizo, tarjeta de presentación y cuanto hay. Recientemente los arreglaron y pintaron, con lo que lucen preciosos.
Caminando bajo su protección en una tarde lluviosa, de estos portales nos fuimos al de Mercaderes en el Zócalo, para comprar un sombrero en la antigua Casa Tardan a la que le han dado gran modernizada, añadiéndole un cafetín. Eso sí, conservan el bello conformador
decimonónico para ajustar el sombrero a la forma de su cabeza, con lo cual no se lo vuela ni un huracán.
De ahí fuimos a la esquina en donde se encuentra el Gran Hotel de la Ciudad de México, que ocupa el lugar del antiguo Portal de los Agustinos, para apreciar la placa de piedra que se conservó en una columna con la inscripción: El convento RI: de San Agustín cuyo es este portal tiene ejecutoría del Supremo Gobierno de esta Nueva España para que no se pueda poner claxon en esta esquina. Año de 1673
. En ese momento como suele pasar en nuestra ciudad, tras el aguacero, salió radiante el sol.
Hasta aquí todo era belleza; el horror inició cuando pretendimos cruzar el Zócalo. Resulta que está enrejado y sólo se puede penetrar por algunos entradas vigiladas por policías ¿que protegen?: un enorme monigote inflable de plástico y decenas de carpas, buena parte de ellas con anuncios de un yogurt. Justo enfrente de la Catedral un monumental templete techado, del que sale música estruendosa, mismo que mantiene cerrada la circulación de peatones y automóviles en esa parte, que ahora es estacionamiento. Por supuesto es imposible apreciar la fachada del monumento religioso, histórico y artístico más importante de México. Muchos hemos denunciado en múltiples ocasiones esta degradación de la Plaza de la Constitución, corazón del país, el sitio más emblemático y la respuesta parece ser más agresión. ¿Cuándo recuperaremos nuestra plaza?
No nos quedó mas que ir a comer para recobrar el buen ánimo que nos quitó este permanente atentado en contra del venerable Zócalo. Decidimos ir al restaurante Mercaderes, en 5 de Mayo 57. No obstante su elegante fachada del siglo XIX, sostenida por unos atlantes, en el interior conserva algunos detalles que pueden haber sido de las casas de Cortés, que ocuparon toda la manzana.
La grata decoración, el amable servicio y la buena comida nos restauraron el espíritu, a lo que ayudó una copa de buen vino mexicano, que nos recomendó el somelier Daniel Alvarado. Iniciamos con una reconfortante sopa de médula, a la que siguieron un chile hojaldrado relleno de queso de cabra para uno, el pollo petate para otro y yo pedí una caña Mercaderes, que son unos filetitos de carne sello dorado, deliciosos. Para quitar el remordimiento, el postre fue el pay de queso panela, aderezado con un endulzante sin calorías y cubierto de fruta fresca.