ugène Terre’Blanche creyó en la inferioridad de los negros, aun mientras Chris Mahlangu y un menor de edad que trabajaban en su rancho lo mataban la mañana de un 3 de abril. En el reporte de la muerte se registran 17 cuchilladas en la cara y golpes tan feroces en el vientre que causaron inflamación anormal de órganos internos.
Días antes del cumpleaños de Nelson Mandela, Mahlangu fue puesto en libertad condicional, aun cuando su culpabilidad fue confirmada por su cómplice. No tiene ni registro civil, domicilio en Sudáfrica, ni número telefónico. Es invisible.
Terre’Blanche fue un líder afrikáner que batalló toda su vida política y privada para que el apartheid no cayera. Sus gritos, al principio elocuentes, se convirtieron en zumbidos incómodos para el desarrollo de una nación saludable. Pero su cólera persuadía a pocos. Sus ideas nunca resonaron más allá de las rejas de su rancho, donde una minoría insignificante de blancos racistas entrenaba para una guerra que nunca florecería.
La importancia de Nelson Mandela como dirigente de un país atascado de ideología racista fue valorar con bondad la vida e ideas de cada persona. A pesar de mantener visiones apocalípticas por otorgar el poder a los negros, Eugène Terre’Blanche vivió tranquilamente en su casa, con sus caballos y caballeros racistas, durante los años de Mandela y Thabo Mbeki. Pero ahora, el proyecto de Mandela se ve comprometido. La justicia, supuestamente cegada por una tela, se levanta la venda para distinguir el color de cada criminal antes de juzgar. ¿Por qué Chris Mahlangu fue puesto en libertad? Los abogados de la familia Terre’Blanche detectan un favoritismo peculiar.
Este caso sintetiza la gravedad racial en Sudáfrica. Anteriormente, el apartheid de los blancos subsistía prensado por leyes estrictas, reglas manipulables e instituciones discriminatorias que procuraban segregar a la población por su color de piel. Como un yoyo, la Sudáfrica que planeó Mandela se distanció del asfixiante apretón de esta tendencia para respirar, y ahora demuestra un regreso a la mano rígida que la hizo sufrir tanto.
Ciertas leyes, tratados e instituciones, dirigidos por negros, vigilan que la piel persista como factor determinante en la sociedad en general. Será quizás una acción involuntaria, como la de un yoyo, tratar de beneficiar hoy a los que ayer padecieron. Es un vaivén interminable, amargo y destructivo.
Un ejemplo palpable en la reciente Sudáfrica es la legislación del BEE (Black Economic Empowerment) que obliga a empresas nacionales y trasnacionales a preferir un empleado, un inversionista o un patrocinador negro en lugar de cualquier blanco competente. Para que una empresa europea instale oficinas en una planta alta en Johannesburgo, para que sea admitida, requiere de un accionista negro en la mesa de directores. Pero como toda iniciativa política, el abrigo de los ricos se fabrica con toda la lana destinada a los necesitados.
Un mal de la política contemporánea del mundo en desarrollo es causado al inhalar el aire altamente oxigenado en los últimos pisos de grandes edificios, donde la vista del país termina en la curva del horizonte.
¿Qué hay de los personas sin educación en las montañas, o de los pobres sin trabajo en las ciudades fronterizas, o de las comunidades sin electricidad al borde de una carretera escondida? La política se dedica a inclinar la cabeza, destapar bolígrafos, analizar documentos, firmarlos y sonreír ante las cámaras detrás de las cuales no hay nadie. Muchos son humanos invisibles en esta época falta de ideales convincentes. La falla de Sudáfrica es notable, país que sembró la democracia en un campo de igualdad y bajo un Sol, prometiendo calentar a todos, hoy su fruto pertenece a pocos y el Sol quema con violencia y odio.
Nelson Mandela cumplió 92 años. Su legado e influencia persisten. Su larga sombra eclipsa a recientes políticos del país y guía el juicio de los dirigentes. Su cumpleaños se festejó en silencio, sin festivales, conciertos, ni actos televisivos. Se recomendó que durante 67 minutos (equivalente a los años que él estuvo políticamente activo) las personas se involucraran en actividades comunitarias. Sesenta y siete minutos no son un homenaje, ni tiempo suficiente para entusiasmar a una nación.
¿Será que esos 67 minutos son una celebración macabra de su retiro? Quizá… probablemente no. Pero la Sudáfrica que se visualizó con el fin de apartheid –y la confirmación de un líder como Mandela– se convierte en una imagen de notoria transparencia, donde una persona como Chris Mahlangu respira invisible.