Opinión
Ver día anteriorViernes 6 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿El toreo es erotismo?
U

na bella pintura imaginativa sobrevolada desde las alturas de Rafael de Paula, el torero gitano ejecutando una media verónica, a la luz de la luna, en una placita de tientas ganadera como remate a una historia de breves nubes que unen al campo bravo con las plazas de toros de las ciudades hispanas y algunas americanas, persisten como fondo vital, remoto recuerdo que esconde otros recuerdos y otros.

Para después digerir la aprobación por mayoría de votos del Parlamento catalán de la prohibición de las corridas de toros en Barcelona a partir de enero 2012 y del que se seguirán otras prohibiciones. Silencio solemne en el que escucho más hondo el latido de la vida, dándole una larga cambiada a la muerte. Nostalgia anterior de paradisiaca riqueza, concordé, misteriosa, de una verónica en el centro del redondel.

¿Y por qué prohibir lo que lentamente tendía a desaparecer? El toreo se refugia en las ganaderías, en el campo bravo. Ante la prohibición que será cambio inexistente, sólo apariencia, no cambio, me llama la atención las reflexiones de Georges Bataille en torno al erotismo (el toreo) y su articulación con la muerte y ésta con la religión, la sexualidad.

Las reflexiones de Bataille en torno al erotismo y su articulación con la muerte y la relación de éste con la religión, la sexualidad, la transgresión y el poder resultan de una profundidad y una vigencia sorprendentes.

Según Bataille, no podría hablarse del erotismo sin mencionar uno de sus antecedentes fundamentales: las prácticas dionisiacas. Éstas tuvieron primero un carácter violentamente religioso, terminando por convertirse en un movimiento exaltado y extraviado.

El culto a Dionisos tenía un carácter tanto trágico como erótico, y al componente erótico se debió su devenir en un horror trágico. En palabras de Bataille: lo prohibido confiere un valor propio a lo que es objeto de prohibición. Lo prohibido da a la acción prohibida un sentido del que antes carecía. Lo prohibido incita a la transgresión, sin la cual la acción carecería de esa atracción maligna que seduce (...) Lo que hechiza, lo que seduce es la transgresión de lo prohibido. El erotismo como toreo compendia los matices más contradictorios: su fondo es religioso, trágico, a veces inconfesable, y su origen, muy cercano a lo divino. Y tal vez el único sendero para aproximarse al erotismo sea el estremecimiento que guarda íntima relación con otro estremecimiento, aquel con que nos sacude la angustia de muerte.

No podemos pensar el erotismo (o el toreo), según Bataille, pues si lo despojamos de lo religioso nos invita a pensar en Dionisos, el dios cuya esencia divina es la locura y la religión como básicamente subversiva, imponiendo el exceso, el sacrificio y lo festivo, cuya culminación llevaría al éxtasis.

La divinización dionisiaca del mundo es el camino abierto hacia lo que Nietzsche llama nuestro nuevo infinito y así, bajo su seductora sonrisa, Dionisos es un dios cruel incitador a la vida como dispendio y como exceso perpetuo de sí misma; Dionisos que en su desnudez arroja al sujeto al éxtasis, haciéndolo experimentarse como el punto de contacto entre el tiempo y la eternidad, el placer y el dolor, la diferencia y la repetición, al eterno retorno de lo mismo.

El erotismo como el toreo al perder su carácter sagrado fue lamentablemente desplazado al terreno de lo inmundo. Al surgir el cristianismo el goce se tiñó de culpa, el erotismo retardaba la recompensa final. Entonces el cuerpo, la sexualidad y el erotismo se tornaban ocasión y escenario para el pecado. Por tanto, el goce corporal debe ser repudiado y expiado, la sexualidad cancelada o restringida para los fines de la procreación y el erotismo, por su parte, termina en estado de descomposición.

La recompensa espera en la otra vida y mientras lo que se juega detrás de todo ello no es más que el ejercicio del poder, la pulsión de apoderamiento y destrucción del otro.

El sujeto es ahora victimizado de otra manera. En términos de Bataille, en la antigüedad, la víctima del sacrificio restauraba al mundo sagrado aquello que un uso servil había degradado y hecho profano.

Lo sagrado permanecía más allá del valor de cambio. Pero en la sociedad actual el valor de cambio se ha hecho casi por completo con el poder. El sacrificio humano se sigue llevando a cabo, pero en otros términos. Ya no es la extracción de órganos en una piedra sacrificial, pero, según Bataille, por lo menos se atenía a cierta lógica.

El sacrificio hoy día no obedece a lógica alguna, se ejerce en aras del poder, de la irracionalidad y del sinsentido. Pero intentar someter a Eros (léase, control de la sexualidad, degradación del erotismo, censura de la creatividad) en aras del poder, puede tener consecuencias nefastas, ya que sin Eros la pulsión de muerte cabalga sin freno por escabrosos senderos que desembocan en corrupción, abuso del poder, violación de los más elementales derechos humanos, censura y opresión para los que denuncian tales atrocidades, desprecio total por la vida y una sola meta que todo lo enceguece: el poder. ¿Pero cómo ejecutaba la media verónica Rafael de Paula?