ace unos cuantos días, el presidente Barack Obama anunció el retiro definitivo de las tropas estadunidenses de Irak. Noventa mil soldados regresarán a sus casas o sus cuarteles en Oklahoma o en Wisconsin después de haber ocupado esa nación durante más de ocho años. En rigor, al parecer, se trata de una retirada parcial, porque en Irak permanecerán decenas de miles de especialistas
estadunidenses preparando a un ejército local que el Pentágono supone que le será fiel en el futuro.
La de Irak es una de las más trágicas historias del siglo XX. En principio, todo iraquí menor de 30 años no ha conocido más que el estado de guerra. En 1983, Saddam Hussein, aliado en aquel entonces con Estados Unidos, emprendió un cruelísimo conflicto contra los ayatolas de Irán. Fue la manera en que Washington logró acotar la revolución iraní, y limitar los alcances de su teológica influencia en el mundo del Islam.
Para 1990, los dos grandes aliados de la región, Irak y Estados Unidos, se habían transformado en enemigos. Una vez contenida la expansión iraquí, y con un ejército ya considerable y dotado de experiencia de guerra, Hussein supuso que podría convertirse en un poder que definiera la política de la región. La invasión de Kuwait se originó en cierta manera de esa suposición. George Bush I envió tropas para contrarrestar esa expansión con la ocupación estadunidense. En 1991 comenzó así un conflicto que sólo habría de concluir hasta 2010 (si es que el término concluir
no es demasiado apresurado). Hoy es bastante claro lo que la política estadunidense perseguía: impedir el surgimiento de cualquier fuerza notable en esa región y posicionarse en esa área que había quedado en el limbo
–para utilizar una terrible metáfora geopolítica”– de las grandes potencias después de la guerra fría, garantizando así la posibilidad de su hegemonía. Los centros de ese limbo eran precisamente Irak y Afganistán.
Después de 20 años de devastación en Irak, los resultados para el establishment militar estadunidense parecen más bien dudosos. La situación en Irak es visiblemente inestable. El gobierno que queda está basado en un precario pacto entre las antiguas fuerzas corporativas del partido Baath y los grupos armados religiosos. La ironía es que fue el viejo aparato político militar de Hussein el que acabó garantizando un mínimo de gobernabilidad. Y lo que sigue es no sólo una nación deshecha, sino la incertidumbre absoluta.
La pregunta puede ser formulada de la siguiente manera: para ese búnker de intereses en Washington que convirtieron la demagogia de la democracia en una política de expansión militar, ¿de qué sirvieron 20 años de intervención, cerco y ocupación, si nada de ello redundó en un saldo que podría haberse conseguido sin la intervención militar?
Es la misma pregunta con la que Obama ha logrado dar pasos moderados (muy moderados) para contener al complejo industrial-militar. Digo moderados porque toda la energía que moviliza a ese complejo recaerá ahora sobre el conflicto de Afganistán.
Tal vez fue el colapso financiero de 2008, cuyos efectos continúan paralizando a la economía estadounidense, uno de los factores decisivos que propició discusiones sobre el retiro de las tropas. Al menos esa parte del gasto público que posibilitó que más de un millón de hombres y mujeres del ejército participaran en la ”experiencia iraquí” (según las cifras ofrecidas por el mismo Obama) aparecerá como un recorte
en el intento de Obama por reducir el déficit que ha propiciado la crisis económica, y su propia política de estímulos
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El dilema para Obama es que a pesar del cuantioso despliegue del financiamiento público para hacer frente a la crisis económica, el desempleo ha llegado a 10 por ciento, y pronto alcanzará 11 por ciento, cifras muy dramáticas para cualquier administración. Además es difícil, si no imposible, que pueda seguir justificando el giro neokeynesiano que dio a su ejercicio desde los primeros meses de su presidencia. Un dilema que en Estados Unidos se resuelve tradicionalmente con el aumento del gasto militar.
Lo cierto es que Obama, hasta ahora, ha enviado mensajes de doble sentido. La retirada parcial de Irak y la intensificación de sus esfuerzos en Afganistán lo indican en cierta manera. Y es esta ambigüedad acaso la que no le permite, en casa, reafirmar el caudal de votos, esperanzas y expectativas que lo llevaron a la presidencia bajo el hálito de un gobierno que pretendía marcar una historia nueva.