Cuatro horas duró la tediosa novena función de la temporada de novilladas en la México
Cavacito Lagravere y Cerqueira despacharon con ella un encierro parchado de Huerta y San Martín
Lunes 23 de agosto de 2010, p. a42
Lo peor que puede pasarle a un torero mexicano en la Plaza México es tener éxito. La hermosa y valiente novillera yucateca Lupita López fue la máxima triunfadora de la temporada chica 2010, pero en premio a su esfuerzo, nadie la volvió a contratar. Es decir, en ningún lugar del país, ni siquiera en los cosos donde la empresa de Rafael Herrerías hubiera podido conseguirle algunas fechas. Como bien lo dijo Leonardo Páez: No volvió a ver un pitón
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Así, completamente fuera de sitio, sin haber digerido los progresos del año anterior, hace 13 semanas volvió al pozo seco de Mixcoac para inaugurar la temporada veraniega 2010, y al saludar de muleta al primero de la tarde fue apaleada sin clemencia y terminó en la sala de urgencias de un hospital, donde permaneció varios días reponiéndose de los golpes que recibió en su muy bella cabeza y que hicieron buscar a los médicos, por fortuna sin hallarla, una perniciosa lesión cerebral.
Peinada ayer como una reina de larga trenza dividida en rombos, y vestida de tabaco y oro con faja y corbatín verdes, la peninsular exhibió una vez más las consecuencias del desempleo en que la mantienen ganaderos y hombres de negocios. Como después del percance en la México sólo obtuvo un contrato para actuar en Torreón, es decir, como en todo lo que va de este año únicamente había estoqueado dos reses antes de presentarse ayer al embudo de Insurgentes, su reaparición careció de luz.
Aparte, y quizá no por casualidad sino porque acaso la misoginia de los machos de la fiesta lo dispuso así, le tocó el lote más pesado de la tarde, no por el cardenito manso y bobo que despachó en su primer turno, sino por el mulo que le salió en el segundo turno: un toro alto, hondo, fuerte, descarado y bizco de pitones, de nombre Mendocino, que después de tomar la primera vara huyó a refugiarse en la querencia y costó harto trabajo llevarlo de nuevo al caballo.
Pese a las protestas del tendido de sol, que le chillaban para que desactivara a los picadores –como que los villamelones no iban a torear a ese marrajo–, Lupe ordenó que a Mendocino lo hicieran tocino, pues de otro modo nada habría podido obtener de él con la muleta. Por desgracia, cuando los banderilleros se disponían a protagonizar el segundo tercio, el bicho se lastimó la pata derecha y quedó inválido. Hubo de transcurrir casi media hora para que un venerable anciano lo apuntillara.
Con el sobrero de San Martín que entró a remplazar al de Juan Huerta, mucho más suave y adecuado al escaso poderío de la beldad yucateca, ésta se dio un atracón toreándolo por verónicas y gaoneras, y luego por derechazos y naturales, pero sin conectar con la gente que terminó por voltearle la espalda. El resto de la tarde fue un suplicio de tedio, que se prolongó cuatro horas, con un preludio cómico estelarizado por un picador que se cayó del jamelgo durante el paseíllo, y que se inició con el trote incesante de un rejoneador sin ángel, que se tardó 45 minutos en convertir en alfiletero a un becerro inmóvil.
En dos ocasiones, después de Lupita, salió Michelito, niño rechoncho, también yucateco, que a menudo se juega la vida por obedecer a sus desalmados padres, pero cada día se parece más y más a lo peor de Eloy Cavazos, de manera que hay quienes ya le dicen Cavacito Lagravere, y la verdad es que da ternura y lástima verlo, porque tiene valor, conocimientos y afición, pero de arte, nada. Como sí lo tiene, en cambio, el francés Tomás Cerqueira, pero sólo con el capote, porque con la muleta pasa más desapercibido que una sonaja en una orquesta sinfónica.