n fin domina en los partidos políticos que participan en las alianzas electorales (especialmente en el PAN y el PRD): impedir que el PRI regrese a Los Pinos en 2012. Tal es su idea fija y obsesión: lo que ocurre es que, por el PAN, el sueño
de Vicente Fox de echar al PRI de Los Pinos
ha tenido, como no podía ser de otro modo, escuálidos resultados. Para decir lo menos, los dos sexenios del PAN han sido dramáticos hasta en su soberano ridículo.
Dirán algunos que de todos modos se avanzó en la democracia, puesto que el centro del poder supremo se desplazó en alguna medida de la Presidencia al Legislativo (y a los gobernadores de los estados). Pero si lo analizamos con detenimiento, lo que ha sido indecente en esta última década es el modo en que el poder real, político y económico, se desplazó de la política a la economía, de las alturas institucionales (presidenciales) a las elites económicas (a las mafias en el poder).
Claro que el fenómeno había comenzado antes, con los últimos gobiernos del PRI (el de Miguel de la Madrid como transición), significando claramente los de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo que las decisiones fundamentales de México estuvieron ya en manos de los más ricos y fuertes grupos, lo cual se consagró en su extremo con los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón. Y tal cosa destruye cualquier pretensión de avance democrático: de ahí el gran fracaso de la llamada transición, que fue en verdad una transición para que los grandes intereses económicos tomaran las riendas del poder en México, las decisiones que en verdad cuentan, los rumbos nacionales que en verdad importan.
El gran problema ahora es que un fin que simplemente busca impedir que el PRI retorne a Los Pinos
es demasiado pobre, sin ideas, además de que resulta altamente engañoso: el PRI en Los Pinos no alteraría un ápice el desplazamiento del poder de la política a la economía, y menos con Peña Nieto a la cabeza, que más bien se entregaría con los brazos abiertos a culminar la tarea de sus predecesores. El fenómeno central no se corregiría, sino que se fortalecería y ahondaría. Es por eso que los grupos económicos más poderosos y sus capitanes ven con bastante displicencia el alboroto político de las alianzas, sin preocuparse demasiado.
El único que ha venido a romper este panorama de jauja es Andrés Manuel López Obrador (AMLO), con un programa político de cambio del país que altera el destino manifiesto
que algunos sienten ya encarnar, y que aspira a transformar a México. De ahí que los oportunistas, o quienes únicamente piensan en el relevo de personas en los puestos, estén con las alianzas: de ahí que haya surgido el conflicto entre AMLO y la actual cúpula dirigente del PRD (o del DIA). Contradicción que será resuelta por los hechos cuando el movimiento de AMLO se presente incontenible en los procesos electorales.
Otra cuestión central: las alianzas electorales han sido en el fondo avaladas y dirigidas por Felipe Calderón y el PAN, que han sido, eso sí, presentadas como apetitosas a la cúpula del PRD. ¿Qué persigue Calderón? Es obvio que su meta hoy es perpetuar en el poder al PAN y perpetuarse él mismo como su jefe nato, lo cual pasa por dos momentos imprescindibles: impedir que el PRI regrese a Los Pinos, y lograr suficiente respaldo electoral, que parece menos que imposible, pero que ocupa los días y noches de Calderón (en efecto, habiendo renunciado a la Presidencia de la República para encabezar al PAN), según aguda observación de Claudio X. González, el de Fundación Televisa.
Su tema de fondo es el indicado: perpetuarse en el poder contando con una importante plataforma electoral, incluida eventualmente una porción del PRD, y no simplemente ponerle piedras en el camino a tal o cual gobernador. El drama es que le ha visto la cara a una izquierda
que se ha tragado la rueda de molino de que el objetivo central hoy se reduce a impedir que el PRI regrese a Los Pinos. Ninguna propuesta programática, sino simplemente ascender a los puestos y, en último caso, compartir con el mismísimo PAN el poder, lo cual sería una mayúscula catástrofe para los partidos que un día se ostentaron como cabeza de la izquierda mexicana.
Al final del día, resulta claro que el único candidato que postula un programa de izquierda, en que la igualdad y el derecho sean en beneficio del pueblo, es Andrés Manuel López Obrador, programa, por cierto, que todavía está abierto a la discusión para perfeccionarlo, corregirlo y aumentarlo si hiciera falta.
También resultará innegable que la gran mayoría del pueblo de México, la izquierda en perspectiva social e histórica, se sumará a la candidatura de AMLO, denunciando ya rotundamente que con las alianzas se desemboca a uno de los varios esquemas de la derecha (la permanencia del PAN o el regreso del PRI a Los Pinos). Por supuesto, la masa ciudadana está contra ese objetivo oportunista e interesado ya que su fin consiste en refundar una nueva República justa y honesta, que nos rescate del abatimiento antidemocrático y de la pobreza a que nos han sometido las corporaciones.