n medio de una marcada decadencia, ya no sólo de las elites gobernantes, sino de grandes segmentos de la población en general también, llegan, templados y ruidosos, momentos de definición. Ciudadanos en lo particular, actores principales del reparto escénico, grupos organizados de la sociedad, partidos políticos y otros movimientos sociales, tendrán que optar por alguna de las alternativas, no muchas, que se les han de presentar. Dos se destacan, tal y como ocurrió en 2006, para reponer la parte sustantiva de cierta historia inconclusa. Una de continuidad a ultranza y, la otra, de cambio efectivo. Las opciones intermedias, que a muchos les rellenan sus ambiciones y delirios personales, no tendrán cabida sino acaso como minorías o, francamente, como roles intrascendentes que se diluirán con rapidez.
El señor Calderón y sus ayudantes ya no hayan cómo disfrazar el fracaso de su administración. El empleo, fruto del crecimiento persistente y equitativo, se perdió con la profundidad de la doble crisis: la mundial mal gestionada desde las cúpulas y la generada internamente por la aplicación a rajatabla, torpe y corrupta, de un modelo ya insostenible. La gobernanza hace mucho que se extravió entre sablazos a mansalva, programas efímeros, deseos sin fundamento y un intento de restauración autoritaria que fracasa en el mismo organismo directivo del PAN. El inicio del sexenio lo inauguró el señor Calderón con los palazos de ciego sin troche y con muchísimo moche que desplegó por todo el país. Sus melodramáticos saltos discursivos hacia adelante, cada vez que se atoraba, sólo alcanzaron para deshilvanados despuntes de su coro oficialista.
Las alianzas entre el PAN y la burocracia del PRD han servido, en efecto, para dar un aliento de boca a un panismo que moría de inanición y a esos perredistas, amafiados en clanes, que luchan por puestos, los que sean. El magnífico, intenso conjunto difusivo que a continuación alentaron en el espacio público sirvió para dar salida a frustraciones continuas de ambos firmantes. De un lado, por la serie de pérdidas que han obligado, entre otros desaguisados, a que sean despedidos los gerentes designados desde Los Pinos; los otros, porque ya no resistían la quemazón por sus aventuras fracasadas que, entre divisiones por ellos provocadas, perdieron lo que tan generosamente se había ganado en 2006. Aquellos que se han encaramado en las decisiones cupulares del PRD se sintieron triunfadores instantáneos, reivindicados en su ilegitimidad de origen. El señor Calderón, por su parte, reajustó su frívolo equipo de poca monta y se atrincheró, revestido de guía partidario, para repetir las dosis ganadora, según sus cuentas alegres, rumbo a 2012. Poco importa en este caso y dados los intereses en juego, que en su cabús lleve al cascarón del PRD. O, en otra de las versiones que no escapa a la imaginería de aquellos que aspiran a llegar a la Presidencia basados en negociaciones permanentes con los que, desde arriba, deciden y sólo con esos. En una de esas, piensan algunos, las circunstancias, que en política juegan papel a veces decisivo, les serán propicias. Y, en el acomodo siguiente, uno de los promotores de la alianza descrito insistentemente como de izquierda moderna, negociadora, pueda ser acogido por esa fracción de la plutocracia menos reactiva al cambio.
Marcelo Ebrard tiene que saber que una izquierda moderada no es ni nunca será del gusto de la plutocracia. Los dados se han echado no sólo en México sino en todo el planeta, para situarse en los polos de las determinaciones vitales: la equidad democrática o el modelo concentrador a ultranza. El proceso parece indetenible en sus derivados dispares. Es cierto que hoy, los mercados financieros doblegan aún a gobiernos que se decían de izquierda, como el emanado del PSOE en España. O a los que dirigen a las democracias sociales de Francia, Alemania, Irlanda o Italia. Pero, aun en circunstancias de extrema sensibilidad, los pueblos de esas naciones han reaccionado con vigor y están en la lucha por los derechos adquiridos en sendas luchas pasadas. Los desamparados, los obreros y gran parte de la sociedad no partidaria en Estados Unidos demostró, el pasado fin de semana, ese vigor que se transformará en millones de votos protestantes. La crisis desatada por los banqueros no pesará, únicamente, sobre los hombros de los de abajo por más alharaca que desplieguen los difusores de la derecha. Tales hechos están teniendo ramificaciones por inusitados vericuetos. La lucha en Brasil es clara, definida entre una Dilma Rousseff dura pero inteligente y preparada, frente al mediocampista Serra, heredero del tecnócrata Henrique Cardoso de difuminado recuerdo. Los ciudadanos de izquierda, en ese gigante sureño, salieron a votar. Por eso Marina Silva se arremangó con un 19 por ciento del electorado.
En el México de las tragedias y los hundimientos, la sucesión por la Presidencia para 2012 muestra aristas descarnadas. Ante ella, las definiciones individuales y partidarias son inevitables y hasta urgentes. No sólo se han adelantado los tiempos y las pasiones, sino que pasan, de manera por demás feroz y transparente, por lo que ya sucede y sin duda sucederá en el estado de México. La elección del próximo gobernador de ese que es el territorio más poblado, hiriente en su desigualdad, solidario, abandonado y asiento del grupo más organizado para los trafiques de influencia, los negocios ilícitos o el desboque de asentamientos, grotescos dormitorios enajenantes, donde se montará el teatro decisivo de la futura Presidencia o, cuando menos, de las ofertas políticas y los contendientes reales. No habrá cuartel. Las huestes magisteriales del gobernador Peña se han aliado a las de la maestra. Se ven, a sí mismos, como el trabuco de mapaches indetenible. Serán un factor a vencer por las fuerzas democráticas, qué duda cabe. La alianza propiciada y amarrada por el señor Calderón en el desate de sus odios y venganzas no tiene visos de levantarse como oposición. El candidato que propondrán será un híbrido y las reivindicaciones a sostener alejadas de la izquierda. El movimiento que abandera AMLO se ha definido, con tajante valentía, por formar una alianza, desde abajo, con la izquierda real y pondrá toda su fuerza organizada para la coronación de un esfuerzo que no es transitorio sino trascendente. La incomprensión de muchos se irá matizando si son de buena fe. Los ataques de columneros, analistas y hasta académicos afines al oficialismo ya empezó y condenan a Obrador, aliados y propuestas, al más rotundo de los fracasos. Pocos, o ninguno de ellos, se han asomado siquiera a la ventana para ver el río humano que pasa abajo gritando por un cambio verdadero. Serán estos, y no otros, los que marcarán el devenir. Será ahora no sólo la única oportunidad de sobrevivencia popular sino, acaso, la última.