generación perdida
n el contexto de la asamblea anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), que se realiza en Washington, el director gerente del primer organismo, Dominique Strauss-Kahn, indicó que como consecuencia de la crisis económica de 2008-2009 se perdieron alrededor de 30 millones de empleos durante el año pasado, y pronosticó que deberán crearse 450 millones de plazas laborales en la próxima década para atender la demanda de jóvenes que se incorporen al mercado de trabajo. A decir del funcionario, el severo déficit de puestos constituye una afectación a la estabilidad social que amenaza a la democracia e incluso a la paz
, y coloca al mundo ante la perspectiva de una generación perdida
, condenada a la falta de empleo.
Los señalamientos del FMI son, por principio de cuentas, una confirmación de la precaria situación que enfrenta la economía mundial como consecuencia de la mayor recesión en décadas, circunstancia que desvirtúa el desmedido optimismo de algunos gobiernos –incluyendo el de México– respecto de los signos de una recuperación económica por demás incierta e insatisfactoria. El propio FMI ha ajustado a la baja sus expectativas de crecimiento mundial y ha indicado que se prevé una desaceleración temporal durante la segunda mitad de 2010 y la primera mitad de 2011
. Los pronósticos de empeoramiento de la situación económica ensombrecen aun más un panorama que no sólo enfrenta el lastre de la desocupación –unas 210 millones de personas en el mundo carecen de empleo, según datos del propio organismo–, sino también una proliferación de la desvalorización laboral: ayer mismo, la Organización Internacional del Trabajo indicó que la mitad de la fuerza laboral del mundo tiene un empleo precario y ocho de cada 10 personas en el planeta no goza de mecanismos de seguridad social.
Pero si la advertencia formulada ayer por el director del FMI se muestra –a la luz de los datos disponibles– dolorosamente acertada, su diagnóstico resulta cuando menos incompleto, si no es que incongruente. Y es que la incapacidad actual de las economías del planeta para generar empleos suficientes y dignos es atribuible en buena medida a la aplicación de directrices económicas como las que ese órgano financiero multinacional ayudó a imponer en diversas naciones en los pasados cinco lustros: liberalización de capitales y mercancías, apertura indiscriminada de mercados, flexibilización
laboral y aniquilamiento de las conquistas sindicales, reducción del Estado por vía de privatizaciones y contracción del presupuesto estatal en áreas sociales.
Ante las turbulencias financieras magnificadas por la globalización, como la que acaba de tener lugar en todo el mundo, el FMI se ha limitado a la aplicación de un guión harto conocido –sacrificar a los sectores mayoritarios, tranquilizar a los inversionistas, achicar el sector público, congelar salarios y liberar precios– y ha gravitado así como factor determinante para que naciones pobres como la nuestra sean incapaces de reactivar sus economías y mercados internos, elementos sin los que difícilmente se podrá remontar el actual déficit de empleos.
El alineamiento del FMI al modelo económico neoliberal –aún vigente, a pesar de su manifiesto fracaso a escala mundial–, y las consecuencias que se desprenden de ello, han contribuido a colocar al planeta en la perspectiva de tener una generación perdida
y cabe preguntarse, inclusive, si con la advertencia formulada ayer Strauss-Kahn no peca de optimismo, pues parecen ser ya varias las generaciones sacrificadas.