Desde que Pedro Saviñón tocó el barro por primera vez, cuando tenía 20 años de edad, supo que se dedicaría exclusivamente a trabajar la cerámica.

Dos décadas después, con motivo de Saviñón: cerámica mural, exposición de 30 obras inaugurada en el Club Francia (calle Francia 75, colonia Florida), reconoce que todavía no se ha alcanzado a apreciar a la cerámica como arte.

El artista primero cursó diseño gráfico, pero no le gustó; después estudió fotografía y en algún momento pretendió hacer pintura y escultura. Dice haberse encontrado con la cerámica de forma mágica –tardó mucho tiempo en dedicarse al arte–, a raíz de una experiencia vivencial: me tiré en un charco de lodo y de repente empecé a agarrarlo; me encontré con que mis manos estaban funcionando y que tenía que hacer esto.

Al mes, también de modo casi mágico, se encontró con su maestro, un brujo auténtico, Alejandro Díaz de Cossío.

Saviñón asegura que el mentor le inculcó la parte mística del taller de Alberto Díaz de Cossío: Él siempre ha sido súper generoso conmigo en cuanto a conocimientos y le estoy eternamente agradecido. Estuvo en ese taller dos años y luego trabajó en otros tres.

El entrevistado toma la cerámica como una muleta, es decir, por no decidirme propiamente a ser pintor ni escultor. Encuentra que es una disciplina completamente flexible y versátil, que empezó a trabajar como un artesano y producir cerámica utilitaria. En 2002 obtuvo el primer lugar en la primera Bienal de Cerámica Utilitaria en el Museo Franz Mayer. También se aventuró en el trabajo mural y escultórico de forma fortuita y encontré que eso era exactamente el camino que necesitaba seguir para abarcar todo: la pintura, la escultura, el arte objeto y la instalación misma.

Respecto de la cerámica mural, comenta: “La primera problemática es el peso. Ya de por sí es una de las disciplinas más complejas y laboriosas que he encontrado en el arte. El proceso es muy largo, con aspectos tediosos, aunque en realidad gran parte de la labor de la cerámica es fascinante.

Pedro Saviñón anteayer, en el Club Francia, durante la entrevista con La JornadaFoto María Meléndrez Parada

Luego está la problemática del traslado y el montaje. Tengo varias obras monumentales que trabajé mediante arquitectos; entonces dejo a ellos el problema de la logística y me concreto a diseñar y trabajar el barro.

Cuando decidió mostrar su obra, apenas el año pasado, tuvo que resolver la instalación, lo cual le redujo el formato. Además quiso diseñar un montaje que podría ser más versátil.

A raíz de esta primera exposición en la Casa de la Cultura de Valle de Bravo, comenzó a diseñar “alternativas de montaje de cerámica. Aunque no se lo dije a nadie, para mí eso fue el meollo del asunto.

En este momento mi obra experimenta una transformación. Estoy completamente embebido en ella y siento que vivo una etapa muy importante, que están cambiando todos mis esquemas, mis paradigmas, en lo que a la estética se refiere, y en ello mucho tuvo que ver el proceso de instalación, que me limitó un poco en ciertos aspectos.

Si Saviñón siempre trabajó de manera figurativa, ahora ha vuelto a lo más elemental, a la sencillez total, para retomar un lenguaje o una simbología. Mi taller se llama Jeroglifo. Trato de imprimir simbología en toda la obra, porque todos los sucesos de la vida tienen una representación simbólica. Es lo que busco registrar mediante símbolos: líneas, puntos, lo más sencillo de la geometría. No tengo un tema específico.

Como es un poco daltónico, todos sus colores son terciarios, cuaternarios y producidos por fórmula. En realidad necesito preguntar qué color es éste, si salió verde. No tengo la certidumbre de los colores que uso, es pura teoría. Sí tengo noción en cuanto al color. No soy completamente daltónico, pero todo el colorido, si te fijas, es de colores tierras, complejos, compuestos de varios colores. Nunca verás un color primario, aunque he llegado a usarlo por encargo.