Andrés Ruiz, contralor de este diario, en el Día Internacional de la Corrección de Estilo
Tomarle el pulso a un texto debiera ser parte de respeto a la sensibilidad del lector
Domingo 7 de noviembre de 2010, p. 4
Que los diferentes textos que se producen en un periódico sean tratados de manera homogénea es un aspecto con el cual está en desacuerdo Andrés Ruiz González, contralor de estilo de La Jornada.
Cada género y casi cada nota tiene o debería tener un ritmo interior, una cadencia, y tomarle el pulso al texto debiera ser parte de respeto al redactor, pero sobre todo a la inteligencia y la sensibilidad del lector
, sostuvo ayer el periodista.
“Cada vez es menos frecuente, pero resulta una delicia trabajar en el escrito de un redactor con estilo, un cronista de largo tiempo, o un giro idiomático que nos atrape en la entrada de un reportaje.
Así que cuando me hablan de homogeneidad, me siento como un aplanador de pechugas o bisteces, que de forma inclemente le quita el jugo a la carne. No creo que un corrector o un editor deba ser policía del lenguaje, guardagujas de vidas publicas, leguleyo de barandilla código en mano.
Durante una mesa redonda, la cual formó parte de la conmemoración del Día Internacional de la Corrección de Estilo, Andrés Ruiz se refirió al papel que un corrector de estilo desempeña o debería desempeñar dentro de la prensa escrita.
De forma crítica, subrayó cómo desde la última década del siglo XX algunos medios impresos han prescindido de sus mesas de redacción, cuando éstas fueron motivo de orgullo y hasta de competencia durante varias décadas del siglo pasado.
Afirmó que detrás de esa medida, retomada de periódicos estadunidenses, prevalece una visión mercantil, al tratar de abatir costos de producción, sin reparar las graves consecuencias que esto tiene, pues con ello, sostuvo, se atenta contra la calidad y el contenido de la información, contra el deber social del periodismo.
Este es un esquema que ha sido copiado por varios medios en México, y los resultados, literal y tristemente, están a la vista
, agregó el periodista, quien dentro de La Jornada se ha desempeñado asimismo como jefe de la sección cultural.
Entre los factores que hoy día inciden en el manejo de la información y el estilo en la prensa escrita y, en general, de todo medio de comunicación, Andrés Ruiz puso el dedo en la llaga y sostuvo que cada vez es más evidente la mala preparación profesional con la que llegan los jóvenes a las redacciones.
Atribuyó esto a un modelo político y educativo corrupto, que a raíz del movimiento estudiantil de 1968 no está dispuesto a preparar a quienes pretendían bajarlo del pedestal.
Los nuevos profesionales que se integran a los medios son jóvenes que fueron estafados por un sistema educativo calamitoso. De manera que su preparación, como demuestran en la mayoría de los casos, es francamente deficiente. Su capacidad crítica y de análisis, deplorable, y su redacción es muy peculiar: profusa, difusa y confusa
, sostuvo. Pero, adicionalmente, llegan a periódicos carentes de mesas de redacción: la suma de calamidades se aproxima al desastre.
En su intervención, la cual tuvo lugar en el Auditorio de la Biblioteca de México José Vasconcelos, el periodista evidenció cómo la prensa escrita del país, en contracorriente con lo que ocurre en varias partes del mundo, donde se han impuesto los géneros interpretativos: reportaje, crónica y entrevista de semblanza, busca competir con los medios electrónicos en el encapsulamiento de la información. Esto es, el mundo al revés.
Sobre el quehacer propiamente del corrector de estilo, destacó que es un trabajo en el que hay reglas, pero no recetas; no existe un sólo modelo de abordaje, e incluso los manuales deben, a mi juicio, tratar sólo las líneas generales, las grandes coordenadas en las cuales enmarcar los textos. Como en todo, el criterio, el contexto y la bastedad de la formación cultural hacen la diferencia
.
Para finalizar, Andrés Ruiz confesó que la elección de su oficio como corrector de estilo responde al amor por el lenguaje que le fue inculcado desde muy pequeño en el seno familiar y luego en su educación básica.
Pero también, cerró, el amor por mi gente, a la que quisiera que se le informara de manera lúcida y justa; el amor por el lenguaje, que al ser pensamiento nos permite aproximarnos a lo material y a lo intangible, y a veces acariciar el paraíso de la creación estética. Quizá digan que esto es una utopía; tal vez, pero en ella trabajo todos días
.