Opinión
Ver día anteriorLunes 8 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La Muestra

Un hombre que llora

E

l último de los hombres. La impecable realización del cienasta chadiano Mahamet-Saleh Hauron, Un hombre que llora (Un homme qui crie), obtuvo en el pasado Festival de Cannes un merecido premio del jurado. El título procede de un verso del poeta Aimé Césaire, autor de Cuaderno de un retorno al país natal (Un hombre que grita no es un oso que baila).

Este director africano, atento siempre a la historia de su país, a los estragos de sus múltiples guerras civiles (Daratt, 2006), y al poder expresivo de las metáforas, ofrece en esta cinta (cuyo título original poco tiene de plañidero, y antes bien alude a la rabia sorda del protagonista) el retrato de Adam, hombre sexagenario, antiguo campeón de natación, que ve su carrera profesional reducida al puesto de encargado de limpieza de la piscina en un lujoso hotel de D’Jamena, capital del Chad.

Luego del colapso económico de la empresa, su venta a una firma china y la inminencia de una rebelión armada en el país, su hijo es promovido para remplazarlo en el antiguo puesto. Cuando el viejo nadador consigue adaptarse penosamente a la nueva situación, se ve obligado a entregar a ese hijo a las autoridades para que se sume a la lucha contra los sublevados.

Con gran perspicacia crítica el director analiza el proceso de degradación moral de Adam, quien paulatinamente ve desaparecer sus viejas certidumbres. De poco le ha servido mantenerse al margen de la tensa realidad social del país, alimentar y aferrarse a un ideal de confort y seguridad, la guerra civil lo coloca en una situación material y espiritual deplorable.

En poco tiempo el hombre pacífico y conformista se ve sumido en un conflicto interior (la pérdida de su valía profesional, la pérdida también de su hijo) que le orilla a tomar conciencia de su fragilidad moral, de los saldos de su evasión de la realidad, y del sentido de responsabilidad que ahora lo asalta en su nueva existencia solitaria.

En sus cintas anteriores, particularmente en Daratt, el cineasta africano había explorado las ironías del destino que bien podían frustrar un propósito de venganza personal en el contexto de una guerra. En su película más reciente, una nueva ironía –la violencia armada, súbitamente próxima– tuerce la vida apacible del protagonista sumiéndolo en la desesperación y en la sensación de fracaso.

Mahamet-Saleh Hauron no se complace, sin embargo, en señalar de modo fatalista la cadena de infortunios. Su personaje (interpretado de modo soberbio por Youssouf Djaoro, su actor fetiche) despliega una enorme gama de sentimientos contradictorios que van de la rabia a la ternura, del temor a la indignación, hasta culminar en la serenidad con que se abandona, al lado de la mujer de su hijo, a la redención que hasta el momento creía imposible.

El vigoroso tema que aborda la película es el de la súbita conmoción que provoca la guerra en la rutina cotidiana de un hombre; también la manera en que este personaje intenta manejar el sentimiento de culpa por haber sacrificado a su hijo a una causa que apenas consigue comprender.