Copia fiel
a ilusión cómica. En Copia fiel, primer largometraje de ficción filmado en Occidente por el maestro iraní Abbas Kiarostami (Close-up, 1989; A través de los olivos, 1994), el ensayista británico James Miller (William Shimell) discurre con desenfado ante un público de la Toscana sobre el valor de la copia de obras de arte. Entre los asistentes, una mujer (Juliette Binoche), acompañada de su hijo pequeño, lo escucha y observa intensamente. Poco después entabla plática con él y lo conduce a un último paseo por un pueblo cercano.
En una trattoria, donde la pareja hace una pausa luego de la visita a un museo, se produce el formidable vuelco narrativo. La dueña del lugar, una matrona muy al tanto de las vulnerabilidades y flaquezas del corazón humano, confunde a los protagonistas con una pareja casada, brinda consejos no pedidos a la mujer sobre cómo aceptar con estoica sabiduría las incomodidades pasajeras del matrimonio, y paulatinamente siguen ellos el juego hasta llegar a escenificar con un realismo exacerbado las escenas de desencuentro conyugal, que son la sustancia de un melodrama amoroso, a la vez familiar e insólito.
¿En qué momento pierde la pareja, y el espectador con ella, la noción de lo que es realidad y ficción pura? Lo que había empezado como el encuentro de dos profesionistas del arte, interesados en una discusión sobre valoración estética, se ha vuelto, en un cerrar de ojos, variante y escenificación renovada del drama conyugal que propuso Roberto Rossellini en Viaje a Italia (Viaggio in Italia, 1953).
En aquella cinta, la pareja formada por Ingrid Bergman y George Sanders tomaba conciencia, entre las ruinas de Pompeya y contemplando los vestigios de dos amantes sorprendidos en un abrazo por la lava volcánica, del fracaso de su propia experiencia conyugal y de la estela venenosa de la rutina.
La pareja que muestra Kiarostami transfiere a su juego escénico la pesada carga de frustraciones y debilidades morales de cada uno (incapacidad en él de desprendimiento afectivo; temor en ella al envejecimiento y a la devaluación física). El realizador cede tal vez a la facilidad cuando a la pareja de europeos estragados por la edad y las excesivas certidumbres culturales, opone sin matices una exuberancia meridional rebosante de espontaneidad afectiva y alegría de vivir.
Lo importante, sin embargo, es la formidable exploración de una pareja y su crisis amorosa como espejo o copia fiel de tantas otras crisis sentimentales de pareja, y también como la ilustración inusitada del debate sobre la calidad de las copias en el mundo del arte.
En el teatro clásico abundan los ejemplos en que la realidad se funde en la ficción, o viceversa, convirtiéndose en su doble exacto, desde El cuento de invierno, de Shakespeare, hasta La ilusión cómica, de Corneille, con muchos otros ejemplos en la mente del espectador.
Lo notable es observar cómo por encima de las discusiones sobre el realismo en el cine, directores como Kiarostami son capaces de manejar las cartas con maestría de prestidigitador, al punto de poder restituir a una película –a la manera de una copia fiel– la profundidad y evocación poética de una obra literaria.