La Pivellina
izza Covi y Rainer Frimmel, pareja de documentalistas (él austriaco, ella italiana), ofrecen en La Pivellina, su primer largometraje de ficción, la historia de la pequeña Asia (Asi Crippa), una niña de dos años abandonada en un parque por su madre, y que Tizza (Patrizia Gerardi), esposa de un cirquero, encuentra y adopta con reticencia inicial cerca de su campamento de caravanas en los suburbios de Roma. Muy pronto la niña alterará las rutinas y certidumbres de la pareja ya madura y sin hijos. El problema que se plantean los cirqueros, rápidamente encariñados con la pivellina, es cómo evitar la sospecha de un secuestro cuando no tienen la posibilidad de comprobar la identidad del infante ni la autenticidad del único mensaje escrito que dejó la madre prometiendo que volvería. Con la ayuda de Tairo (Tairo Caroli), un adolescente muy despierto, vecino de caravana, Tizza se dará a la tarea de encontrar, esta vez con una reticencia mayor, a la madre de la niña.
En su descripción realista y muy escueta del medio circense, la cinta de Covi y Frimmel es una prolongación del documental que la pareja realizó en 2005, Babooska, crónica de la vida de un grupo de artistas que recorren en caravanas toda Italia presentando el circo Il Floriciccio. Al elegir ahora como núcleo narrativo las peripecias de una mujer descubriendo inesperada y tardíamente los goces y responsabilidades de la maternidad, los directores elaboran un drama sentimental muy a tono con la tradición del cine neorrealista italiano. Lo interesante, sin embargo, es la contención dramática que manejan los personajes. Patti no es de modo alguno remedo de una típica mamma italiana (Anna Magnani, portentosa e inimitable), sino una mujer vacilante y frágil que en su contacto con la niña Asia vislumbra la posibilidad de una vida afectiva más plena. Los realizadores recrean un ambiente doméstico y una comunidad de trabajadores de circo alejados del color local y de la inclinación miserabilista. En su recurso a una cámara de 16 al hombro, logran movimientos ágiles y a la vez precisos, remitiendo, como en ocasiones se ha señalado, al cine de los hermanos Dardenne (particularmente Rosetta), sin acceder del todo al laconismo y pureza expresiva de estos directores belgas. Habría la tentación de atribuirle a la empresa de Covoi y Frimmel una inspiración directa del neorrealismo, y mencionar a Vittorio de Sica y su Milagro en Milán (1951), con su descripción de las barriadas populares, pero en La Pivellina están ausentes el elemento fantástico y la catarsis de las lágrimas; más acertado será pensar en la fuerza de algunas imágenes de La Strada (Fellini, 1954), y ver en la madre postiza de la niña una variante muy digna de Giulietta Masina, y no una mala copia de Anna Magnani.
El acierto enorme de la pareja de cineastas ha sido lograr acentos de veracidad y un despliegue inagotable de gracia en el personaje que interpreta la menor Asia Crippa, un estupendo control de los gestos, emociones y respuestas de la niña de dos años. Una película a ratos previsible y dispareja, dramáticamente siempre sobria, capaz de transmitir en registros muy difíciles una emoción genuina.