Del perdón al olvido
ecuerda usted Felicidad (Happiness), la formidable comedia de humor negro que Todd Solondz filmó en 1998? Su quinto largometraje, Del perdón al olvido (Life during Wartime, 2009), es su secuela o variación novedosa, poblada en buena parte con los mismos personajes. Maneja de nueva cuenta los temas de la miseria sexual, el autismo juvenil, el desprecio de sí, las uniones interraciales, el suicidio, y naturalmente una obsesión recurrente, la pedofilia. Del viejo retrato satírico queda ahora una reflexión todavía filosa, pero más serena, sobre las manías y contradicciones de la clase media estadunidense.
La secuela funciona un poco a la manera de aquel díptico del canadiense francés Denys Arcand (La decadencia del imperio americano, 1986; y Las invasiones bárbaras, 2003), donde el espectador descubría, con casi dos décadas de distancia, la misma galería de personajes, más maduros ya, con nuevos arreglos domésticos, enfrentados sin embargo al mismo desasosiego existencial en sus rutinas cotidianas y en su vida comunitaria. En los dos esquemas fílmicos hay un tránsito de la esfera de lo privado a lo público. También un buen número de confrontaciones violentas. Por ello, la nueva cinta de Solondz lleva como título original La vida en los tiempos de guerra. Y esta guerra no es otra que la del conflicto persistente entre la conducta individual perversa y la tradición del puritanismo anglosajón.
Recapitulemos. Una mujer atribulada y doliente, irónicamente llamada Joy (Shirley Henderson), abandona Nueva Jersey y a su marido negro, un irredimible drogadicto y delincuente sexual, para refugiarse en Florida, al lado de su hermana Trish (Allison Janney), quien vive con su hijo adolescente Timmy (Dylan Riley Snyder), alejada por completo de su marido Bill (Ciarán Hinds), encarcelado por el delito de pedofilia. Una tercera hermana, Helen (Ally Sheedy), asiste desde lejos y con desdén inocultable a este sórdido drama de familias disfuncionales.
En vísperas de que Timmy cumpla con el ritual de iniciación judía a la madurez, su bar-mitzváh, Allen, el padre que creía muerto o desaparecido, hace una súbita irrupción en su vida luego de ser liberado por buena conducta. Del perdón al olvido explora a partir de este momento los dilemas morales que enfrenta el joven para entender un poco la conducta extraña de su madre, el turbio pasado de su padre, y preguntarse de paso si Harvey (Michael Lerner), nueva pareja de Trish y posible padrastro suyo, no experimenta hacia él inconfesables apetencias sexuales.
Los personajes de Felicidad han madurado un poco y en el proceso han afianzado muchas de sus aprensiones y prejuicios; también, en buena parte, su lucidez y su cinismo. Hablando de su pareja, una protagonista explica, por ejemplo, su conservadurismo político y su solidaridad con los judíos: Votó por Bush y por McCain, pero únicamente por el apoyo que le brindaban a Israel. Él sabe muy bien que los dos son idiotas
. Hay otras escenas estupendas: Trish platicando a su hijo sus incontinencias sexuales; Charlotte Rampling como ligue ocasional y muy cínico del ex convicto Bill.
La originalidad en el cine de Todd Solondz es su manejo elegante del registro humorístico, donde un guión bien calibrado evita la frivolidad y el chiste fácil al explorar las facetas más sórdidas de la conducta de sus personajes. Hay, por supuesto, una enorme hipocresía en el ambiente –algo parecido a una embestida del tea party–, pero el cineasta provocador captura este marasmo de la doble moral estadunidense con gracia, generosidad y una dosis de poesía. La película obtuvo el año pasado el premio al mejor guión en el Festival de Cine de Venecia.