En el Teatro Blanquita se reunieron algunos de los inumerables mundos del escritor
Sábado 20 de noviembre de 2010, p. a10
Una pelea de lucha libre a cargo de Solar y El Apache, el canto de Astrid Hadad, música de la Internacional Auténtica Sonora Santanera y baile con Tongolele. Los organizadores de la presentación del libro ¿A dónde váis, Monsiváis? (Trilce-Grijalbo) reunieron algunos de los innumerables mundos del escritor en uno de sus lugares preferidos
, el Teatro Blanquita, este jueves.
En La Habana quién ya no conoce, a un magnífico bailarín...
, arrancaron los legendarios músicos. Sobre el escenario había mesas, como si se tratara de un antro dentro del teatro. En una de ellas estaba sentada Tongolele, quien poco antes había platicado algunas anécdotas sobre Monsiváis. Déborah Holtz, coeditora del libro con Juan Carlos Mena, intentó sacarla a bailar. Ésta se resistió, quizá por no querer bailar con una mujer, porque a los pocos segundos aceptó la mano de Ignacio Toscano, director de Instrumenta Oaxaca.
La pareja abrió la pista. Poco a poco fueron subiendo más, primero sólo entre los invitados de las mesas en el escenario y más adelante de quienes ocupaban los asientos del público. Al poco tiempo, la pista estaba llena de parejas de todo tipo, desde los que parecían estudiantes de filosofía y letras, hasta los que podrían haber sido funcionarios de Cultura del Distrito Federal.
La noche comenzó con las intervenciones de Enrique Márquez, director de la Comisión Bi100, el periodista Jenaro Villamil, amigo de Monsiváis; y el escritor Fabrizio Mejía, autor del prólogo del libro y del título del volumen (de un cómic de los Supersabios) y también amigo del escritor; entre otros.
Una idea guajira
Déborah Holtz contó que la idea inicial fue dar una vuelta en taxi con Monsiváis y que fuera platicando acerca de lugares en el Distrito Federal. Era una idea guajira
que nunca logró concretarse.
Entrevistarlo también resultó difícil. Así que decidieron sacar de los propios escritos de Monsiváis los pasajes donde hablara sobre la ciudad de México.
Enrique Márquez contó que Monsiváis, quien falleció en junio pasado, alcanzó a revisar el dummy, y que siempre encontraba algo mal.
Márquez señaló, en guasa, que Monsi estaba tan contento de recibir la medalla 1808 de manos de Marcelo Ebrard, que dijo, mañana la llevo a La Lagunilla
.
Acto seguido, el micrófono tronó. “Es Monsi”, dijo Márquez.
¡Está vivo!
, exclamó un señor entre el público.
A lo largo de la noche, menos con la Sonora Santanera, estuvieron fallando los micrófonos, o, como repetían los participantes y el público, Monsiváis estaba muy, muy presente, opinando que no estaba de acuerdo con lo que ahí se decía. O sí, dependiendo de quien interpretara los estallidos del audio.
El escritor fue la gran conciencia moral, cívica de la ciudad
, siguió Márquez. Fue una especie de Quijote urbano que siempre nos dará lecciones
.
Por su parte, Fabrizio Mejía habló sobre las crónicas que escribió Monsiváis y refirió que muchas veces les dijo: No es desde el poder que se resiste, es desde la cultura
.
Mejía lo describió como un pensador de la empatía
, en cuanto a que convergían mundos que convencionalmente se asume no tienen nada que ver entre sí.
Respecto a ésto, Jenaro Villamil describió una de las cosas más entrañables
de Monsiváis: Era un sistema de muchas galaxias y (aquí) están presentes muchas
, en un acto lúdico, de emoción, de amistad compartida
.
Más adelante habló sobre la capacidad que tenía el cronista de transitar de los salones más elegantes a los antros más cutres
.
Siguió: Podía concentrar esas grandes órbitas de la ciudad de México...
, y volvió a tronar por enésima vez el micrófono. Villamil, entre desesperado y divertido, exclamó: ¡Ya cállate cabrón, no estoy diciendo pendejadas!
Sentados en las mesas en el escenario también estaban la pareja sentimental del escritor y familiares suyos. El público apenas llenó unas dos terceras partes del teatro.
La actriz Carmen Salinas contó acerca de su amistad con Monsiváis, que escribía parodias para que ella las cantara, y de la vez que compró 3 mil ejemplares de Días de guardar y le dijo a la gente que acudía al Blanquita que en el camerino estaba escondido Monsiváis, quien les firmaría los ejemplares. En realidad quien lo hacía era Esther, madre del escritor, que estaba en ese momento en Londres.
Para Tongolele, Monsiváis era como un amigo espiritual, porque siempre aparecía como espíritu
.