Partidas veloces, casi de vértigo, para los jugadores en la UNAM
reino de las 64 casillas
Domingo 21 de noviembre de 2010, p. 4
¿Qué tiene este juego que el solo desplazamiento de una torre, un peón o un caballo puede descomponer el rostro del oponente, dispararle la adrenalina y colocarlo al borde del colapso mental, y a pesar de todo ser un deleite para quienes lo practican? A saber, pero ayer, decenas de adictos al juego ciencia saturaron, otra vez, el Centro Cultural Universitario, convertido en el escenario de una celebración del ajedrez.
Todo rincón de ese espacio, por ahora, está lleno de ajedrez en sus diversas expresiones: la Sala Nezahualcóyolt, repleta de un auditorio expectante por la cátedra del gran maestro Anatoly Karpov; en paralelo, el español Marc Narciso mantiene un estresante duelo con el brasileño Gilberto Milos por el campeonato iberoamericano en un teatro Juan Ruiz de Alarcón inmerso en un profundo silencio para no inquietar a las mentes en disputa.
En la explanada se ha habilitado una enorme carpa para albergar el Abierto de Ajedrez, donde cientos de personas ponen en juego sus habilidades; en los pasillos, otros tantos, sin duda menos estresados, disputan partidas amistosas en enormes tableros; otros más adquieren libros, tableros y demás implementos en las tiendas instaladas en otro de los espacios. Y si todo ello no fuese suficiente, la oferta se complementa con la asociación al arte: cine y teatro evocando este enigmático juego que desde su origen –en ¿Persia? ¿India? ¿Egipto?– se ha convertido en una leyenda.
Hacia las diez de la mañana han arrancado múltiples partidas en el Abierto, que reúne una gran diversidad de jugadores. En una mesa, un septuagenario analiza cómo salvar su peón de la amenaza de un alfil que una joven adolescente acaba de mover; más allá, presionado por el implacable tic tac del reloj –que también se convierte en feroz adversario– un hombre maduro no termina por definir si será con el peón o con la torre como habrá de detener el endiablado movimiento del caballo blanco que amenaza con colapsar su defensa.
Y así van transcurriendo las partidas del Abierto de Ajedrez. Lentas, muy lentas para el espectador; veloces, casi de vértigo para quienes las disputan, en cuyos rostros se refleja el difícil trance mental que representa competir. Los minutos se consumen, las neuronas también. Todo para encontrar la mágica solución que permita salir airoso de este juego que alguien define como violentísimo, conceptualmente hablando.
Salvar el orgullo
Pasan los minutos y centenares de caballos, alfiles, peones, torres y damas se desplazan en las decenas de partidas en un sacrificio sin fin, donde está claro que el único que no debe morir es el rey, porque representa el final de ese reino imaginario que se defiende en una batalla entablada en 64 casillas.
Inevitablemente llegan los jaques, los mates, los suicidios, disfrazados de rendiciones para salvar, aunque sea, el orgullo ante el deshonroso jaque mate, combinación de palabras letal para el ajedrecista.
Más allá del sufrir de quienes son derrotados en las partidas, la Fiesta de Ajedrez UNAM 2010 es experiencia lúdica. Celebración poco común que conjuga la práctica de la discplina con la expresión artística inspirada en ella o con la profundización de la teoría ajedrecística: La elocuencia de la lógica matemática y La era digital del ajedrez fueron dos de las conferencias ofrecidas durante la feria para aquellos interesados en saber más acerca de los profundos enigmas de este juego.
Demasiada ciencia para ser juego o demasiado juego para ser ciencia
, es una máxima de Leibniz a la que los entendidos en el ajedrez recurren para explicar la complejidad de esta disciplina que ayer continuó entusiasmando a quienes acudieron a Ciudad Universitaria.
La celebración llegará a su fin este domingo en otra larguísima jornada en el Centro Cultural Universitario.