a crisis se ha instalado de lleno en Irlanda. Se le ha llamado crisis soberana
, pero este término debe replantearse conforme a las condiciones en las que evoluciona el proceso de la globalización financiera. Además, este caso pone en evidencia la extensión y, al mismo tiempo, los límites del acuerdo económico de la Unión Europea y de su expresión más visible que es la moneda única: el euro.
Este es el segundo episodio de crisis financiera, monetaria y soberana en Europa en lo que va del año, anteriormente fue Grecia. Son todavía los reacomodos de la crisis financiera provocada en Estados Unidos en septiembre de 2008. No se puede decir que sean los últimos.
En Portugal sigue la incertidumbre sobre la capacidad de resistencia de la economía y en España no acaba la presión del desempleo, la fragilidad de algunos bancos y la incapacidad de sostener la recuperación. El nuevo gobierno británico ha impuesto fuertes ajustes en el gasto público; en Francia se ha revisado el sistema de retiro de los trabajadores. Alemania, que tiene la economía más fuerte de la región, ha logrado ir imponiendo sus criterios de ajuste en la zona del euro.
Pero la situación ha provocado nuevas fricciones. Surgen de la política monetaria y su efecto sobre los tipos de cambio, de ahí, en las corrientes de inversión y de comercio y, finalmente, en la dinámica del crecimiento del producto. El yuan y el dólar protagonizan hoy la disputa, pero repercute en las demás monedas por medio de las corrientes de capitales en los mercados de deuda. Las reverberaciones se sienten ya en México.
La economía irlandesa tuvo una fuerte expansión desde la década de 1990 y se le denominó el Tigre Celta (había tigres asiáticos, algunos de los cuales luego fueron algo famélicos). En la década de 2000 tuvo su propia burbuja inmobiliaria, cuyo valor se estima que alcanzó una proporción de la quinta parte del producto generado.
No resistió el peso de la creciente especulación. La tensión en los bancos aumentó y en un acto de populismo en 2008 el gobierno garantizó al cien por ciento los depósitos en los bancos y no sólo eso, sino buena parte de sus deudas. Aun así no se frenó el deterioro ni se pudo evitar la quiebra. El gobierno ya ha destinado 50 mil millones de euros de los ingresos por impuestos para tratar de tapar el hoyo, es decir, una tercera parte del PIB. El déficit fiscal es del orden de 35 por ciento del producto.
Entran los acreedores. Los créditos que proveían los bancos irlandeses para financiar los negocios inmobiliarios no pudieron sostenerse. Pero los fondos no venían del ahorro de los ciudadanos, de las empresas o del gobierno, sino esencialmente de los bancos que operan a escala internacional. Ahí el asunto era global. Para que cobren se necesita que intervengan los gobiernos y el problema se transfiere a las fronteras nacionales.
La Unión Europea y el FMI deberán poner una cantidad estratosférica para el tamaño de la economía irlandesa (con 4.5 millones de personas y un PIB de 11 por ciento del mexicano) del orden de 100 mil millones de euros para rescatar a los bancos. Los ajustes fiscales serán bárbaros para garantizar el pago de la deuda y comprometen una gran parte de lo que se produzca en ese país en los próximos años. Un profesor irlandés ha definido la situación con una ironía que pone de manifiesto que la historia europea tiene raíces muy hondas, que no se debilitan incluso con la flamante unión económica y el euro; ha dicho que esta es una confrontación entre el gobierno y los herederos de Bismarck y Richelieu, en alusión al papel preponderante de los poderes políticos de la región.
Así que las crisis son en principio globales, según explican los políticos, los funcionarios de organismos internacionales y los banqueros, así funciona el mercado mundial de deuda, pero sólo hasta que se tiene que pagar; entonces el asunto se vuelve nacional y se habla de soberanía.
Esta es una contradicción relevante que conocemos muy bien en México luego de los desaguisados de 1982 y 1995. En ambos casos este país era cliente favorito de los bancos comerciales y de inversión, hasta que hubo que cobrar la deuda y transferir durante años recursos internos, o sea, riqueza para pagar.
Mientras se expande el crédito y hay auge en la economía, los mercados globales son eficientes y los gobiernos callan aquellos cuyas economías se endeudan o las que prestan. Al estallar la crisis todos se vuelven probos, se indignan por los excesos cometidos y que se cargan sobre la gente y tan sólo algunos bancos y sus accionistas. Las monedas no tienen vida propia, expresan relaciones concretas en la economía y la sociedad, son un fenómeno político. Los chinos se exceden en ardor ideológico al llamar a la suya renminbi, la moneda del pueblo.
De qué soberanía se habla entonces y cómo se expresa la relación entre las naciones. Los ajustes significan una muy desigual redistribución de las cargas que se imponen. La moneda única, el euro, sirve para muchas cosas pero está sujeto a las cargas fiscales que se imponen dentro de la frontera de cada país. De lo que se trata es de salvaguardar esta forma de operación del capitalismo financiero, ese es hoy el dilema.