Droga y postmiseria: opiniones de un capo brasileño
harles Bowden, multipremiado periodista estadunidense que reside en Tucson, Arizona, ama a Ciudad Juárez con tal pasión que la ha visitado incontables veces y se ha hundido hasta el copete en la mierda que la cubre. Gracias a eso puede ver, dentro de la mierda, la espeluznante realidad que allí se vive y que refleja la que azota a muchos otros lugares del país como Chihuahua, Tijuana, Matamoros, Reynosa, Tampico, Monterrey, Culiacán, Guadalajara, Colima, Cuernavaca, Acapulco, Morelia, San Luis Potosí, Boca del Río, Veracruz, Villahermosa y Cancún.
Una realidad, insiste Bowden, que no se parece a nada que hubiésemos conocido antes. En Ciudad del crimen (Grijalbo), su libro más reciente, una crónica del pavoroso año 2008 en aquella frontera, escribe:
“Durante años la gente ha buscado una sola explicación para la violencia. Los cárteles son muy útiles para ello. Los asesinos en serie también. Los cientos de bandas callejeras lo mismo. Y la pobreza masiva, las familias desarraigadas, los policías corruptos, el gobierno corrupto... [Pero] imagina por un momento otra cosa; algo como el mar, algo líquido, sin rey ni corte, sin jefe ni cártel. Renuncia a la forma normal de pensar... [Hoy en día] la violencia es como un viento que no cesa, pero nosotros insistimos en una batalla entre cárteles, o entre el Estado y el mundo de las drogas, o entre el ejército y las fuerzas de la oscuridad. Sin embargo, la violencia ya es parte del tejido social y no tiene una sola causa ni un motivo específico, ni botón de on y off. La violencia ya no es parte de la vida, es la vida”.
Sostiene Marcola
Marcos Camacho, alias Marcola, máximo jefe de un cártel de Sao Paulo, Brasil, llamado Primer Comando de la Capital, coincide con Bowden –a quien seguramente jamás ha leído ni tratado– en que la antigua normalidad
ya no existe. En una charla con el diario O Globo, que concedió hace días en la cárcel donde reside como un hombre de gran poder, habló así.
“Antes yo era pobre e invisible. Nosotros sólo éramos noticia en los derrumbes de las favelas. Ahora somos ricos con la multinacional de la droga. Y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de la conciencia social en ustedes”, dijo antes de oír la siguiente pregunta: ¿y cuál sería la solución?
Marcola respondió: “No hay solución, hermano. La propia idea de solución ya es un error. ¿Ya viste el tamaño de las 560 favelas de Sao Paulo? ¿Ya anduviste en helicóptero sobre la periferia de Sao Paulo? ¿Solución, cómo? Sólo la habría con muchos millones de dólares gastados organizadamente, con un gobernante de alto nivel, una inmensa voluntad política, crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general y todo bajo la batuta de una tiranía esclarecida, que actuase a pesar de la parálisis burocrática tradicional, por encima del Legislativo cómplice y del Judicial que impide sanciones. Tendría que haber una reforma radical de los procesos penales del país, tendría que haber comunicación e inteligencia entre policías municipales, estatales y federales (nosotros hacemos videoconferencias entre presidiarios; ellos no). Y todo eso costaría billones de dólares e implicaría un cambio sicológico y social muy profundo. O sea, es imposible, no hay solución”.
¿No tiene miedo de morir?, le dice el entrevistador. Marcola se ufana: Ustedes son los que tienen miedo de morir, yo no. Ustedes no pueden entrar a la cárcel a matarme, pero yo sí puedo mandar matarlos afuera. La muerte para ustedes es un drama cristiano en una cama; la muerte para nosotros es la comida de todos los días
. Luego de anotar que ha leído más de 3 mil libros, el capo se adentra en la sociología:
“¿Ustedes, intelectuales, no hablaban de lucha de clases? Pues entonces llegamos nosotros. Ahora ya no hay más proletarios y explotadores, hay una tercera cosa creciendo allá afuera, cultivándose en el barro, educándose en el absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles... Somos la postmiseria. Y la postmiseria genera una nueva cultura asesina, ayudada por la tecnología, satélites, celulares, Internet, armas modernas. Es la mierda con megabytes”.
En seguida, tras comparar la lentitud, la debilidad y la pobreza del Estado con la rapidez operativa, la riqueza y la eficacia de los cárteles, Marcola dice, cuando el reportero a nombre de la sociedad y las instituciones le pregunta angustiado, ¿pero, qué debemos hacer?
“¿Qué deben hacer? ¡Atrapen a los barones de la droga! Hay diputados, senadores, empresarios y hasta ex presidentes en el negocio de la cocaína. Pero, ¿quién va a detenerlos? ¿El ejército? ¿Con qué dinero? Sólo pueden acabar con nosotros con la bomba atómica, pero ¿quién quiere playas radiactivas en Río de Janeiro? Ustedes sólo pueden llegar a tener éxito si dejan de defender la ‘normalidad’, porque la normalidad ya no existe. Lo que existe es la mierda. Y nosotros ya trabajamos dentro de ella”.
La tragedia según Calderón
El pasado miércoles, durante la presentación del nuevo libro de Anabel Hernández, Los señores del narco (Grijalbo), en la FIL de Guadalajara, Edgardo Buscaglia, experto de la ONU en el tema del crimen organizado, coincidió con Marcola al reiterar lo que viene diciendo hace años: que en México la lucha contra los cárteles será en vano mientras no caigan presos alcaldes, gobernadores, legisladores, magistrados, ministros, miembros de la clase política y del sector empresarial que guardan íntimas relaciones con la industria de la droga, tarea que, a juicio del especialista, no podrá llevar a cabo el gobierno corrupto
, así lo dijo, de Felipe Calderón.
México no merece la tragedia de volver a lo autoritario
, dijo Calderón por su parte, el domingo pasado en el Auditorio Nacional, al celebrar el cuarto aniversario de la infausta mañana en que se terció una banda tricolor para sentarse en los pináculos del poder y declararle la guerra al pueblo y a las instituciones con el pretexto del combate al narcotráfico.
Con esas misteriosas palabras –la tragedia de volver a lo autoritario
–, Calderón expresó en clave que mientras de él dependa no se restablecerá el estado de derecho en México, lo cual sería una verdadera tragedia, ahí sí, por ejemplo, para Enrique Coppel, pues debería ir a la cárcel por el asesinato de sus empleadas en Culiacán; o para Germán Larrea, por el asesinato de los mineros de Pasta de Conchos; o para Marcia Altagracia Gómez del Campo, prima de Margarita Zavala, por los 49 bebés quemados en Hermosillo, o para Juan Molinar Horcasitas por lo mismo, y por la quiebra de Mexicana de Aviación y la destrucción de Luz y Fuerza, y por desviar, junto con Daniel Karam, 13 mil millones de pesos del IMSS para rescatar empresas privadas en quiebra; o para Cecilia Romero, por el asesinato de 72 migrantes en Tamaulipas; o para Ulises Ruiz, por tantos crímenes en Oaxaca, o para Mario Marín, Fidel Herrera, Amalia García, Vicente Fox, Marta Sahagún, los niños Bribiesca y tantos y tantas más.
Pero al ofrecerle, con ese mensaje, renovada impunidad a la mafia que lo respalda, Calderón coincidió con Bowden y Marcola en cuanto a que la normalidad
ya no existe, y con Marcola y Buscaglia en que las soluciones no llegarán mientras no se produzca un cambio profundo. Y de nuevo con Marcola, en que “lo único que existe es la mierda. Y nosotros [en este caso, la olinarquía y Los Pinos] trabajamos dentro de ella”. ¡Todos al concierto el lunes en solidaridad con Rita Guerrero Huerta, patrimonio cultural de la humanidad!